¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar las Palabra de Dios, en este lunes 21 del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (1Tes 1,1-5.8b-10):
Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los
tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y
paz. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en
nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad
de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en
Jesucristo, nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha
elegido y que, cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo
palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda.
Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Vuestra fe
en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos
necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la
acogida que nos hicisteis: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios,
para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo
Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos
libra del castigo futuro.
Salmo responsorial: 149
R/. El Señor ama a su pueblo.
Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en
la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, los hijos de
Sión por su Rey.
Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; porque el Señor
ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes.
Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas: con vítores a
Dios en la boca; es un honor para todos sus fieles.
Versículo antes del Evangelio (Jn 10,27):
Aleluya. Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor, yo las conozco y ellas me siguen. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 23,13-22):
En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: ‘Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!’ ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro? Y también: ‘Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado’. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él».
Comentario
Hoy, una vez más, el Evangelio muestra cómo se vuelca la
bondad de Dios que vela por nuestra felicidad. Nos indica claramente cuáles son
las fuentes: la verdad, el bien, la rectitud, la justicia, el amor… y todas las
virtudes. Nos avisa también para que no caigamos en las trampas —excesos,
concupiscencias, engaños, en una palabra, los pecados— que nos impedirían
alcanzar tal felicidad.
Jesús utiliza su divina autoridad para mostrarnos claramente el carácter
absoluto del bien, que debemos perseguir, y el del mal, que debemos evitar a
toda costa. De ahí, su viva y amable exhortación a respetar la carta magna de
la vida cristiana: las Bienaventuranzas, vías que dan el acceso a la Felicidad.
En paralelo, encontramos el tono amenazador utilizado en el Evangelio de hoy:
las Maldiciones de aquellos actos destructores que siempre deben ser evitados.
El mismo Corazón sagrado, el mismo Amor es el que dicta las Bienaventuranzas
(cf. Mt 5,1 ss) y las Maldiciones.
Es muy necesario entender que son tan importantes los unos como los otros para
quien quiera salvarse: «Bienaventurados» los pobres; los corazones sedientos de
justicias; las almas misericordiosas… «¡Ay de vosotros!»… cuando escandalizáis
a los demás; cuando enseñáis y no lo ponéis por obra; cuando corrompéis la sana
doctrina; cuando desviáis a los demás del camino derecho…
Jesús añade con firmeza: cuanto mayor sea vuestra responsabilidad ante los
demás, más fuerte será la maldición que recaerá sobre vosotros. Nuestro Señor,
en este pasaje se está dirigiendo a los notables: «¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos hipócritas!» (Mt 23,13 ss).
Apliquemos a nuestras vidas esta enseñanza divina. Nuestras buenas y malas
acciones tienen siempre un doble impacto: uno, que recae sobre nosotros mismos,
pues cada acción nos mejora o nos asola; el otro, teniendo en cuenta nuestra
situación de adultos, padres, maestros, responsables bajo cualquier aspecto,
cada uno de nuestros actos puede tener repercusiones, buenas o malas,
insospechadas: «La vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro»
(Francisco).
¡Y tendremos que rendir cuenta de ello al amor de Dios!
Abbé Marc VAILLOT (París, Francia)
Evangeli.net