martes, 3 de agosto de 2010

"Tranquilícense, soy yo; no teman”, nos dice Jesús

¡Amor y paz!

Pedro es tal vez el apóstol que más nos muestra su humanidad: es el sencillo pescador a quien Jesús elige para ser pescador de hombres (Lc 5, 11), fundamento de su Iglesia (Mt 16, 18), testigo excepcional con Santiago y Juan de la Transfiguración (Lc 9, 28-36); el mismo que, sintiéndose bien, sugiere hacer tres tiendas allá en el monte Tabor; el que suscita las preguntas insistentes del Señor: “¿Me amas más que estos?” (Jn 21, 15-19). Es, también, a quien se le ocurre reprender a Jesús porque anuncia su pasión y muerte (Mt 16, 21-27); el que niega tres veces a su Maestro y luego llora arrepentido (Mt 26, 69-75); el que antes ha cortado la oreja a Malco, el criado del sumo sacerdote (Jn 18, 10-11); el que no quería que Jesús le lavara los pies (Jn 13, 6-11) Es Pedro, en fin, el que, según relata hoy el Evangelio, cree y teme y duda al caminar sobre las aguas.

Todos tenemos algo de eso Pedro muy humano. Fuimos elegidos; somos testigos y beneficiarios de las gracias y dones del Señor; prometemos y también incumplimos; a veces somos creyentes y otras veces dudamos; juramos nuestra fidelidad a Jesús, pero de pronto nos echamos para atrás, conseguimos ídolos o nos acobardamos cuando estamos en peligro.

Pero en San Pedro debemos apreciar mejor sus muchas virtudes, su profunda fe y gran amor por Jesús, que lo llevaron a ser el gran timonel de la barca de la Iglesia primitiva, tal como nos lo relatan los Hechos de los Apóstoles.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Martes de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario.

Dos los bendiga…

Evangelio según San Mateo 14,22-36.

En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".
Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua".
"Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.

Comentario

Cuando Pedro, lleno de audacia, anda sobre el mar, sus pasos tiemblan, pero su afecto se refuerza...; sus pies se hunden, pero él se coge a la mano de Cristo. La fe le sostiene cuando percibe que las olas se abren; turbado por la tempestad, se asegura en su amor por el Salvador. Pedro camina sobre el mar movido más por su afecto que por sus pies...

No mira donde pondrá sus pies; no ve más que el rastro de los pasos de aquel que ama. Desde la barca, donde estaba seguro, ha visto a su Maestro y, guiado por su amor, se pone en el mar. Ya no ve el mar, ve tan sólo a Jesús.

Pero desde que, asustado por la fuerza del viento, aturdido por la tempestad, el temor comienza a velar su fe..., el agua se oculta bajo sus pies. La fe se debilita, y también el agua. Entonces grita: «¡Señor, sálvame!». Inmediatamente Jesús extiende la mano, lo agarra y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? ¿Tan poca fe tienes que no has podido llegar hasta mí? ¿Por qué no has tenido suficiente fe para llegar hasta el final apoyándote en ella? Debes saber que, desde ahora, sólo esta fe te sostendrá por encima de las olas». Así pues, hermanos, Pedro duda un instante, va a perecer, pero se salva invocando al Señor... Ahora bien, este mundo es un mar en el que el demonio levanta las olas y donde las tentaciones hacen que se multipliquen los naufragios; tan sólo podemos salvarnos gritando al Señor, y él extenderá la mano para agarrarnos. Invoquémosle, pues, sin cesar.

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Sermón que se le atribuye, Apéndice nº 192; PL 39, 2100
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