¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, cuando celebramos la fiesta de Santa María Magdalena.
Dios nos bendice…
Primera lectura: 2Cor
5,14-17:
Hermanos: El amor de Cristo nos apremia, al pensar que si uno murió por todos,
todos murieron. Cristo murió por todos para que los que viven ya no vivan para
sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. Por eso nosotros ya
no juzgamos a nadie con criterios humanos. Si alguna vez hemos juzgado a Cristo
con tales criterios, ahora ya no lo hacemos. El que vive según Cristo es una
creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo.
Salmo responsorial: 62
R/. Mi alma está sedienta de ti, mi Dios.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está
sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin
agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia
vale más que la vida, te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de
enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos.
Porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo; mi alma
está unida a ti, y tu diestra me sostiene.
Versículo antes del Evangelio (---):
Aleluya. ¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada. Aleluya.
Texto del Evangelio (Jn 20,1-2.11-18):
El primer día de la semana va María Magdalena de
madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del
sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a
quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no
sabemos dónde le han puesto».
Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Y mientras lloraba se inclinó
hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el
cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer,
¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no
sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no
sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?».
Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has
llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María».
Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» —que quiere decir: “Maestro”—. Dícele
Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis
hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios».
Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que
había dicho estas palabras.
Comentario
Hoy celebramos con gozo a santa María Magdalena. ¡Con
gozo y provecho para nuestra fe!, porque su camino muy bien podría ser el
nuestro. La Magdalena venía de lejos (cf. Lc 7,36-50) y llegó muy lejos… En
efecto, en el amanecer de la Resurrección, María buscó a Jesús, encontró a
Jesús resucitado y llegó al Padre de Jesús, el “Padre nuestro”. Aquella mañana,
Jesucristo le descubrió lo más grande de nuestra fe: que ella también era hija
de Dios.
En el itinerario de María de Magdala descubrimos algunos aspectos importantes
de la fe. En primer lugar, admiramos su valentía. La fe, aunque es un don de
Dios, requiere coraje por parte del creyente. Lo natural en nosotros es tender
a lo visible, a lo que se puede agarrar con la mano. Puesto que Dios es
esencialmente invisible, la fe «siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de
salto, porque implica la osadía de ver lo auténticamente real en aquello que no
se ve» (Benedicto XVI). María viendo a Cristo resucitado “ve” también al Padre,
al Señor.
Por otro lado, al “salto de la fe” «se llega por lo que la Biblia llama
conversión o arrepentimiento: sólo quien cambia la recibe» (Papa Benedicto).
¿No fue éste el primer paso de María? ¿No ha de ser éste también un paso
reiterado en nuestras vidas?
En la conversión de la Magdalena hubo mucho amor: ella no ahorró en perfumes
para su Amor. ¡El amor!: he aquí otro “vehículo” de la fe, porque ni
escuchamos, ni vemos, ni creemos a quien no amamos. En el Evangelio de san Juan
aparece claramente que «creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver (…)». En
aquel amanecer, María Magdalena arriesga por su Amor, oye a su Amor (le basta
escuchar «María» para re-conocerle) y conoce al Padre. «En la mañana de la
Pascua (…), a María Magdalena que ve a Jesús, se le pide que lo contemple en su
camino hacia el Padre, hasta llegar a la plena confesión: ‘He visto al Señor’
(Jn 20,18)» (Papa Francisco).
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
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