sábado, 17 de junio de 2017

El que come de este Pan vivirá para siempre

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios en este domingo en que celebramos la solemnidad de los Santísimos Cuerpo y Sangre de Cristo.

Dios nos bendice...

Primera lectura

Lectura del libro del Deuteronomio (8,2-3.14b-16a):

Moisés habló al pueblo, diciendo: «Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 147,12-13.14-15.19-20

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.

Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,16-17):

El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»

Palabra del Señor

Comentario

En este día, celebra la liturgia la fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor para adorar y agradecer este maravilloso regalo que nos dio Jesús poco antes de su pasión. La Última Cena fue un encuentro de particular intensidad afectiva; allí el Señor hizo las últimas recomendaciones a los Apóstoles. Consciente de que su destino era la muerte, no quiso dejarlos solos, sino que instituyó un nuevo tipo de presencia a través del pan de vida y el cáliz de salvación.
Esta fiesta hace parte del calendario litúrgico de la Iglesia desde el año 1.264, por decisión del Papa Urbano IV, quien pidió a Tomás de Aquino que compusiera un himno para el Oficio Divino que se recitaba en esa festividad. Entonces Tomás de Aquino escribió el Pange Lingua, una joya literaria que, en nuestros tiempos, ha sido interpretada por cantantes famosos.
Para comprender la riqueza teológica de esta celebración, es conveniente empezar por explorar el significado antropológico de comer juntos. Para los seres humanos, consumir alimentos es una actividad que trasciende la función puramente biológica de nutrirse para conservar la vida. Comer juntos es un rito que nos permite fortalecer las relaciones sociales. La vida familiar se consolida alrededor de la mesa, donde grandes y chicos comparten sus actividades y opiniones. Es lamentable cuando el diálogo desaparece porque cada uno de los comensales está atrapado por las redes sociales. Comiendo juntos celebramos los aniversarios y acontecimientos importantes de la vida. Para ello invitamos a familiares y amigos. Conscientes de la importancia de este rito de encuentro, los anfitriones preparan cuidadosamente los alimentos y decoran la mesa.
Después de esta sensibilización al valor de comer juntos, exploremos los textos litúrgicos, empezando por el libro del Deuteronomio que hace referencia al maná. El pueblo de Dios peregrinaba por el desierto en búsqueda de la Tierra prometida. En su larga travesía por territorios inhóspitos, encontraron todo tipo de dificultades. Los grandes enemigos de los que atraviesan territorios desérticos son el hambre y la sed. Los israelitas protestaron airadamente contra Moisés, que los había sacado de Egipto. Añoraban los tiempos de la esclavitud, cuando tenían asegurada la comida. Moisés, entonces, hizo brotar el agua de una roca, y Yahvé los alimentaba cada día con el maná. Este significado del maná como alimento del pueblo peregrino es retomado por la liturgia cristiana, que considera el pan eucarístico como el alimento del nuevo pueblo de Dios que peregrina hacia la casa de nuestro Padre común.
El evangelio de Juan recoge las enseñanzas de Jesús sobre el pan de vida. Es un texto de gran profundidad teológica que sirve de preparación para lo que será la última Cena. “Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.
La profundidad del misterio eucarístico es infinita. En esta meditación dominical solamente podremos unos ofrecer unas rápidas pinceladas:
Pensemos en lo privilegiados que somos al ser invitados a la mesa del Señor para escuchar su Palabra y alimentarnos de manera tan especial: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día”. Somos invitados a la mesa más especial, ya que el anfitrión es nuestro Señor y Salvador. Los seguidores de los grandes artistas esperan durante horas para poder entrar a un concierto de su ídolo; y nosotros, con boletas VIP para participar en la cena más espectacular ¡hacemos caras de aburrimiento!
Hay unas palabras que recitamos después de la consagración del pan y el vino que expresan la profundidad del misterio cuyo memorial celebramos: “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”. Es como si estuviéramos junto a la cruz, en compañía de María, las santas mujeres y el apóstol Juan.
Las primeras comunidades cristianas se encontraban para la fracción del pan. La eucaristía era, y sigue siendo, el lugar por excelencia donde se vive y se fortalece la comunidad de fe; allí escuchamos juntos la Palabra de Dios, expresamos nuestras oraciones de alabanza, acción de gracias y petición, y nos unimos a Cristo y a nuestros hermanos comiendo del mismo pan y bebiendo de la misma copa. Esto nos lo recuerda san Pablo en el texto de la I Carta a los Corintios que acabamos de escuchar.
La importancia de la celebración de la eucaristía en la vida de la Iglesia exige una cuidadosa preparación: los cantos, las lecturas, la homilía. Una eucaristía celebrada dignamente convoca a la comunidad. Una celebración descuidada ahuyenta a los fieles.
La comunidad apostólica reunida para la fracción del pan era profundamente solidaria respecto a los bienes materiales. No podemos olvidar esta lección. Al regresar a nuestras actividades cotidianas, la eucaristía debe inspirar todo lo que hacemos y debe llevarnos a compartir lo que somos y tenemos con los hermanos, particularmente los más pobres.
Que esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo nos sirva para profundizar en el significado de le eucaristía, cumbre y fuente de la vida cristiana.
 Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J. 

«A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno»

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la X semana del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendice...

Primera lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5,14-21):

Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. Por tanto, no valoramos a nadie según la carne. Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no. El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo-, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no habla pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.

Palabra de Dios
Salmo
Sal 102,1-2.3-4.8-9.11-12

R/.
 El Señor es compasivo y misericordioso

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo. R/.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.

Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,33-37):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor." Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir "sí" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»

Palabra del Señor

1.   (Año I) 2 Corintios 5,14-21

a) Para Pablo, el modelo en todo momento de su agitada vida es Jesús: «nos apremia el amor de Cristo, que murió por todos». Es lo que le da ánimos para seguir actuando como apóstol a pesar de todo.
Pablo describe la obra de la reconciliación que realizó Cristo: con su muerte, hizo que todos pudiéramos vivir. «Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo». Y esto ha tenido dos consecuencias:
- todo es nuevo, todo ha cambiado de sentido, «el que es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado»,
- y, además, a la comunidad cristiana, así reconciliada, le ha encargado el ministerio de reconciliar a los demás. Ministerio del que Pablo se siente particularmente satisfecho.

b) ¡Qué hermosa la descripción del papel que juega en este mundo la Iglesia de Jesús: «nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar»!
Los cristianos estamos agradecidos por haber sido reconciliados por Cristo y haber sido hechos, por tanto, «criaturas nuevas», para que -como dice la Plegaria Eucarística IV del Misal, copiando el pensamiento de Pablo- «no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó».

Al mismo tiempo, nos sentimos convocados a servir de mediadores en la reconciliación de todos con Dios. Aunque esta mediación la ejerce la Iglesia sobre todo por sus ministros y pastores, es toda la comunidad la reconciliadora: «Toda la Iglesia, como pueblo sacerdotal, actúa de diversas maneras al ejercer la tarea de reconciliación que le ha sido confiada por Dios:

- no sólo llama a la penitencia por la predicación de la Palabra de Dios,
- sino que también intercede por los pecadores
- y ayuda al penitente con atención y solicitud maternal, para que reconozca y confiese sus pecados y así alcance la misericordia de Dios, ya que sólo él puede perdonar los pecados.
- Pero, además, la misma Iglesia ha sido constituida instrumento de conversión y absolución del penitente
- por el ministerio entregado por Cristo a los apóstoles y a sus sucesores» (Ritual de la Penitencia, n.8).

La Iglesia va repitiendo desde hace dos mil años: «en nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios». Deberíamos sentirnos orgullosos de este encargo como Pablo: «nosotros actuamos como enviados de Cristo y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro». Y eso, tanto a la hora de aprovechar nosotros mismos este don de Cristo -sobre todo en el sacramento de la Penitencia-, como a la de comunicar a los demás la buena noticia del amor misericordioso de Dios.

Después de participar en la Eucaristía, que es comunión con el Cristo que quita el pecado del mundo y se ha entregado para reconciliarnos con Dios, ¿somos signos creíbles de su amor en la vida de cada día? ¿somos personas que concilian y reconcilian, que ayudan a otros a conectar con Dios? ¿de veras «nos apremia el amor de Cristo»?

Después de la comunión, podríamos rezar lentamente, por nuestra cuenta, el salmo de hoy, un canto entrañable al amor de Dios (uno de los que más veces aparece en nuestras Eucaristías como responsorial): «el Señor es compasivo y misericordioso... él perdona todas tus culpas...».

2. Mateo 5, 33-37

a) Siguen las antítesis entre el AT y los nuevos criterios de vida que Jesús enseña a los suyos. Anteayer era lo de la caridad (algo más que no matar); ayer, la fidelidad conyugal (corrigiendo el fácil divorcio de antes). Hoy se trata del modo de portarnos en relación a la verdad.
Jesús no sólo desautoriza el perjurio, o sea, el jurar en falso. Prefiere que no se tenga que jurar nunca. Que la verdad brille por sí sola. Que la norma del cristiano sea el «sí» y el «no», con transparencia y verdad. Todo lo que es verdad viene de Dios. Lo que es falsedad y mentira, del demonio.

b) La palabra humana es frágil y pierde credibilidad ante los demás, sobre todo si nos han pillado alguna vez en mentira o en exageraciones. Por eso solemos recurrir al juramento, por lo más sagrado que tengamos, para que esta vez sí nos crean. Jesús nos señala hoy el amor a la verdad como característica de sus seguidores.

Debemos decir las cosas con sencillez, sin tapujos ni complicaciones, sin manipular la verdad. Así nos haremos más creíbles a los demás (no necesitaremos añadir «te lo juro» para que nos crean) y nosotros mismos conservaremos una mayor armonía interior, porque, de algún modo, la falsedad rompe nuestro equilibrio personal.

Hoy podríamos leer, en algún momento de paz -bastan unos quince minutos-, las páginas que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica al octavo mandamiento: vivir en la verdad, dar testimonio de la verdad, las ofensas a la verdad, el respeto de la verdad (CEC 2464-2513).

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 31-34

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