¡Amor y paz!
No son los bienes
terrenales los que le aseguran al hombre la vida eterna, no es el acumular tesoros,
y tampoco poner el corazón en las riquezas. Es innegable reconocer el valor del
dinero para poder vivir dignamente, pero también es cierto que la mayoría se pasa la vida mirando cómo obtener dinero, protegerlo y multiplicarlo y le dedicamos
muy poco a conseguir las riquezas espirituales que serán el pasaporte para la
vida eterna.
La lectura del Evangelio hoy
es una oportunidad más que nos da el Señor para examinarnos acerca de cómo le
damos la importancia que merecen tantos los bienes espirituales como los bienes
materiales.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XVIII Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Del Evangelio según
san Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo, dijo uno de la gente a Jesús: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. Él le respondió: ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros? Y les dijo: Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes. Les dijo una parábola: Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?" Y dijo: "Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea." Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?" Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.
Comentario
Mientras
viajaba por las montañas, una sabia mujer se encontró un hermoso diamante en un
riachuelo. Al día siguiente se cruzó en el camino con otro viajero y al saber
que estaba hambriento, le ofreció parte de la comida que traía con ella. Al
abrir su bolsa para sacar los alimentos, el hombre vio la piedra preciosa en el
fondo del morral, y quedó maravillado. El viajero le pidió el diamante a la
mujer y ésta, sin dudarlo, lo sacó de su bolsa y se lo dio. El hombre se fue
dichoso por su increíble suerte, ya que sabía que el valor de la piedra era lo
suficientemente alto como para vivir sin apuros durante el resto de su vida.
Pero días más tarde, después de haber buscado a la mujer, la encontró, le
devolvió la joya, y le dijo: –He estado pensando... soy consciente del valor de
esta piedra que quiero devolverle, pero espero que a cambio usted me dé algo
aun más valioso. Y después de un silencio, continuó: –Deme esa cualidad que le
permitió regalarme este tesoro con generosidad y desprendimiento.
El
evangelio de hoy nos presenta a un hombre que pide algo inesperado: “–Maestro,
dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia. Y Jesús le contestó:
–Amigo, ¿quién me ha puesto sobre ustedes como juez y partidor?” Esta situación
suscita una enseñanza de Jesús que no viene nunca de más recordar: “–Cuídense
ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas”. Y
es la ocasión para que el Señor nos cuente una parábola muy bella: “Había un
hombre muy rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a
pensar: ‘¿Qué haré? No tengo dónde guardar mi cosecha.’ Y se dijo: ‘Ya sé lo
que voy a hacer. Derribaré mis graneros y levantaré otros más grandes, para
guardar en ellos toda mi cosecha y todo lo que tengo. Luego me diré: Amigo,
tienes muchas cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, goza de
la vida.’ Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta misma noche perderás la vida, y lo
que tienes guardado, ¿para quién será?’ Así le pasa al hombre que amontona
riquezas para sí mismo, pero es pobre delante de Dios”.
Es
impresionante la insistencia de Jesús y los evangelios en este tema de la
libertad que debemos tener frente a los bienes materiales. No se trata de una
invitación a no tener, sino a tener de tal manera que no pongamos allí el valor de
nuestras vidas. La vida no depende de poseer muchas cosas, sino de nuestra
capacidad de compartirlas con los demás con generosidad. No es rico el que
tiene mucho, sino el que necesita menos para vivir contento. Ignacio Ellacuría,
uno de los jesuitas asesinados en El Salvador hace algunos años, decía que la
única salvación para nuestro mundo era crear una civilización de la austeridad
compartida. Vivir más sencillamente, soñando menos con lo que nos falta y
agradeciendo más lo que tenemos. Un mundo y un país en el que unos pocos derrochan
y malgastan, mientras que las grandes mayorías no tienen ni lo mínimo para
sobrevivir como seres humanos, no es sostenible a largo plazo.
La
parábola que el Señor nos cuenta hoy es una llamada a no vivir pendientes de
acumular riquezas sin fin, pensando que ese es el camino de la vida. Por ese
camino sólo se llega a la muerte. Por eso, pidámosle al Señor que no nos
regale diamantes hermosos y caros, sino la capacidad de dar con generosidad y
desprendimiento.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Decano
Académico Facultad de Teología. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá