¡Amor y paz!
El evangelio nos presenta un clima de discusión
entre los judíos y Jesús. Los judíos quieren obtener de él una declaración
franca y clara sobre sus orígenes. Pero instalados en su ortodoxia, no tienen
la actitud vivencial de la fe, y aunque vean las obras que realiza y escuchen
la proclamación de ser Hijo de Dios, consagrado y enviado por el Padre, no
están dispuestos a creer en él (Misa Dominical 1990/07).
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este viernes de la V Semana de Cuaresma.
Dos los bendiga…
Evangelio según San Juan 10,31-42.
Los judíos tomaron piedras para
apedrearlo. Entonces Jesús dijo: "Les hice ver muchas obras buenas
que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?". Los
judíos le respondieron: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena,
sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios". Jesús
les respondió: "¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son
dioses? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la
Escritura no puede ser anulada- ¿Cómo dicen: 'Tú blasfemas', a quien el
Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: "Yo soy Hijo de
Dios"? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si
las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán
que el Padre está en mí y yo en el Padre". Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las
manos. Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan
había bautizado, y se quedó allí. Muchos fueron a verlo, y la gente decía:
"Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era
verdad". Y en ese lugar muchos creyeron en él.
Comentario
Hoy viernes, cuando sólo falta una semana para
conmemorar la muerte del Señor, el Evangelio nos presenta los motivos de su
condena. Jesús trata de mostrar la verdad, pero los judíos lo tienen por
blasfemo y reo de lapidación. Jesús habla de las obras que realiza, obras de
Dios que lo acreditan, de cómo puede darse a sí mismo el título de “Hijo de
Dios”... Sin embargo, habla desde unas categorías difíciles de entender para
sus adversarios: “estar en la verdad”, “escuchar su voz”...; les habla desde el
seguimiento y el compromiso con su persona que hacen que Jesús sea conocido y
amado —«Maestro, ¿dónde vives?», le preguntaron los discípulos al inicio de su
ministerio (Jn 1,38)—. Pero todo parece inútil: es tan grande lo que Jesús
intenta decir que no pueden entenderlo, solamente lo podrán comprender los
pequeños y sencillos, porque el Reino está escondido a los sabios y entendidos.
Jesús lucha por presentar argumentos que puedan aceptar, pero el intento es en vano. En el fondo, morirá por decir la verdad sobre sí mismo, por ser fiel a sí mismo, a su identidad y a su misión. Como profeta, presentará una llamada a la conversión y será rechazado, un nuevo rostro de Dios y será escupido, una nueva fraternidad y será abandonado.
De nuevo se alza la Cruz del Señor con toda su fuerza como estandarte verdadero, como única razón indiscutible: «¡Oh admirable virtud de la santa cruz! ¡Oh inefable gloria del Padre! En ella podemos considerar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del crucificado. ¡Oh, sí, Señor: atrajiste a ti todas las cosas cuando, teniendo extendidas todo el día tus manos hacia el pueblo incrédulo y rebelde (cf. Is 65,2), el universo entero comprendió que debía rendir homenaje a tu majestad!» (San León Magno). Jesús ha de huir al otro lado del Jordán y quienes de veras creen el Él se trasladan allí dispuestos a seguirle y a escucharle.
Rev. D. Carles Elias i Cao (Esplugues de
Llobregat-Barcelona, España)