¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este viernes 1 del tiempo ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Heb 4,1-5.11):
Hermanos: Temamos, no sea que, estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea haber perdido la oportunidad. También nosotros hemos recibido la buena noticia, igual que ellos; pero el mensaje que oyeron no les sirvió de nada a quienes no se adhirieron por la fe a los que lo habían escuchado. Así pues, los creyentes entremos en el descanso, de acuerdo con lo dicho: «He jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso», y eso que sus obras estaban terminadas desde la creación del mundo. Acerca del día séptimo se dijo: «Y descansó Dios el día séptimo de todo el trabajo que había hecho». En nuestro pasaje añade: «No entrarán en mi descanso». Empeñémonos, por tanto, en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga, imitando aquella desobediencia.
Salmo responsorial: 77
R/. No olvidéis las acciones de Dios.
Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros padres nos
contaron, lo contaremos a la futura generación: las alabanzas del Señor, su
poder.
Que surjan y lo cuenten a sus hijos, para que pongan en Dios su confianza y no
olviden las acciones de Dios, sino que guarden sus mandamientos.
Para que no imiten a sus padres, generación rebelde y pertinaz; generación de
corazón inconstante, de espíritu infiel a Dios.
Versículo antes del Evangelio (Lc 7,16):
Aleluya. Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mc 2,1-12):
Entró de nuevo en Cafarnaum; al poco tiempo había corrido
la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la
puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra.
Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder
presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él
estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde
yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo,
tus pecados te son perdonados».
Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué
éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios
sólo?». Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos
pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones?
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o
decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’ Pues para que sepáis que el Hijo
del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-:
‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’».
Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de
modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás
vimos cosa parecida».
Comentario
Hoy vemos nuevamente al Señor rodeado de un gentío: «Se
agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio» (Mc 2,2). Su
corazón se deshace ante la necesidad de los otros y les procura todo el bien
que se puede hacer: perdona, enseña y cura a la vez. Ciertamente, les dispensa
ayuda a nivel material (en el caso de hoy, lo hace curando una enfermedad de
parálisis), pero —en el fondo— busca lo mejor y primero para cada uno de
nosotros: el bien del alma.
Jesús-Salvador quiere dejarnos una esperanza cierta de salvación: Él es capaz,
incluso, de perdonar los pecados y de compadecerse de nuestra debilidad moral.
Antes que nada, dice taxativamente: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc
2,5). Después, lo contemplamos asociando el perdón de los pecados —que dispensa
generosa e incansablemente— a un milagro extraordinario, “palpable” con
nuestros ojos físicos. Como una especie de garantía externa, como para abrirnos
los ojos de la fe, después de declarar el perdón de los pecados del paralítico,
le cura la parálisis: «‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu
casa’. Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de
todos» (Mc 2,11-12).
Este milagro lo podemos revivir frecuentemente nosotros con la Confesión. En
las palabras de la absolución que pronuncia el ministro de Dios («Yo te
absuelvo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo») Jesús nos
ofrece nuevamente —de manera discreta— la garantía externa del perdón de
nuestros pecados, garantía equivalente a la curación espectacular que hizo con
el paralítico de Cafarnaum.
Ahora comenzamos un nuevo tiempo ordinario. Y se nos recuerda a los creyentes
la urgente necesidad que tenemos del encuentro sincero y personal con
Jesucristo misericordioso. Él nos invita en este tiempo a no hacer rebajas ni
descuidar el necesario perdón que Él nos ofrece en su alcoba, en la Iglesia.
Rev. D. Joan Carles MONTSERRAT i Pulido (Cerdanyola del Vallès, Barcelona, España)
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