martes, 30 de noviembre de 2010

‘Hemos encontrado al Mesías’, anuncia el apóstol

¡Amor y paz!

San Juan Crisóstomo comenta el Evangelio que hoy leemos y sintetiza muy bien la labor de un apóstol  de Jesucristo: ‘Hemos encontrado al Mesías’. Esa fue ayer, es hoy y será mañana la tarea fundamental de quien ha sido enviado por el Señor a anunciar la Buena Noticia de la Salvación. Todos nosotros, los bautizados, estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe en Jesús donde quiera que vayamos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este martes en que la Iglesia celebra la Fiesta de San Andrés, Apóstol.

Dios los bendiga..

Evangelio según San Mateo 4,18-22. 

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. 

Comentario

«Ved qué dulzura, qué delicia convivir los hermano unidos» (Sl 32,1)... Andrés, después de haber permanecido junto a Jesús (Jn 1,39) y haber aprendido muchas cosas, no se guardó este tesoro sólo para él: se apresuró a ir junto a su hermano Simón-Pedro para compartir con él los bienes que había recibido... Considera lo que dice a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías, es decir, a Cristo» (Jn 1,41). ¿Te das cuenta del fruto de lo que, en tan poco tiempo, acababa de aprender? Eso demuestra la autoridad del Maestro que enseñó a sus discípulos y, al mismo tiempo, el celo de conocerle ya desde los inicios. 

    La prisa de Andrés, su celo en difundir inmediatamente una tan buena noticia, supone un alma que ardía en deseos de ver cumplido ya lo que tantos profetas habían anunciado referente a Cristo. El hecho de compartir así las riquezas espirituales demuestra una amistad verdaderamente fraterna, un profundo afecto y un natural lleno de sinceridad... «Hemos encontrado al Mesías» dice; no un mesías, un mesías cualquiera, sino «el Mesías, aquel que esperábamos». 

San Juan Crisóstomo (hacia 345-407), presbítero en Antioquia, después obispo de Constantinopla - Homilías sobre el evangelio de Juan, nº 19,1
©Evangelizo.org 2001-2010

lunes, 29 de noviembre de 2010

Señor, una palabra tuya bastará para sanarnos


¡Amor y paz!

El Evangelio nos relata hoy la curación del criado de un centurión, alguien que no pertenecía a la comunidad judía, lo que nos hace reflexionar sobre la misión universal de Jesús. Él viene para invitar a todos los seres humanos, de cualquier clase y condición, a asumir el camino de salvación que es su Reinado.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Lunes de la 1ª. Semana de Adviento.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 8,5-11.

Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole": "Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente". Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo". Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace". Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos.

Comentario

Mateo nos presenta en el Evangelio a un centurión en Cafarnaún, la aldea de pescadores, a orilla del lago de Genesaret, que Jesús había convertido en el epicentro de su actividad. El centurión era un militar de bajo grado que comandaba una patrulla de unos 100 soldados. Debía ser un romano o un mercenario, en todo caso un pagano. El centurión ruega por un criado suyo enfermo de parálisis, y cuando Jesús propone ir a curarlo el centurión le dice algo admirable: que simplemente dé una orden de curación y su criado sanará, que él nos es digno de que Jesús entre en su casa, que como mandan los oficiales del ejército y sus órdenes se cumplen, con cuánta más razón se cumplirá la palabra de Cristo.

Tan admirable es la respuesta, que Jesús la alaba y anuncia la entrada en el reino de muchos paganos, gracias a su fe. Y tan admirable es que seguimos repitiéndola cada vez que celebramos la eucaristía: confesamos nuestra indignidad para que Jesús venga a nosotros en el pan consagrado, le pedimos que pronuncie sobre nosotros la palabra solemne y todopoderosa de salvación. Somos los descendientes de los paganos que nos disponemos con fe a celebrar el nacimiento del Mesías.

Es que el Adviento es un tiempo de fe, de adhesión incondicional a la enseñanza de Jesús, de humilde expectativa de su venida a nosotros, sabiendo que para nada somos dignos de su visita. Un tiempo de intensa oración, tan intensa y confiada como la del centurión, pidiendo a Cristo que venga a curar nuestra parálisis, la enfermedad mortal que nos impide ponernos a servir a los hermanos, por egoísmo e indiferencia.

Que se avive nuestra fe en este tiempo de preparación para la gran celebración de Navidad; ésta será la mejor luz con que adornemos el pesebre, el mejor regalo que podamos dar a los demás, el de testimoniarles nuestra fe en la omnipotente palabra de Jesús.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)

domingo, 28 de noviembre de 2010

El centro de nuestra vida es el Señor Jesús

¡Amor y paz!

Comienza un nuevo año litúrgico y la preparación de la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo. Se inicia el Adviento, que nos llama a asumir dos actitudes fundamentales: la esperanza y la vigilancia. Dios en Jesucristo es la raíz de la verdadera esperanza humana.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Primer Domingo de Adviento.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 24,37-44.

Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. 

Comentario

El centro es, ya desde el primer momento, la Pascua del Señor Jesús. El ciclo de Navidad que hoy empieza no es una especie de doblete con el de Pascua sino que, celebrando el nacimiento, anunciamos ya el misterio del Hijo que por la muerte y resurrección salva a la humanidad.

El centro de nuestra vida, eclesial y litúrgica, es el Señor Jesús. Él es el "sí" de Dios al sufrimiento y a la esperanza de los hombres. El año litúrgico es el recuerdo y la celebración en nuestro hoy del misterio de Aquel que en Él mismo ha llevado la humanidad a su única y verdadera plenitud. Lo celebramos cada año y tiene el peligro de la rutina y de la repetición de fiestas conocidas, tradicionales, muy estereotipadas (Navidad, Epifanía, Viernes Santo, Pascua...). Es competencia del celebrante recordar, con palabras sencillas, su sentido profundo, especialmente hoy que empezamos un nuevo año litúrgico.

El Adviento, preparación a la Navidad, es la celebración de la esperanza cristiana. Jesucristo, con su vida, muerte y resurrección ya ha traído la plenitud de la vida en Dios a los hombres y nos emplaza a nuestra fidelidad. Es, pues, una esperanza a la vez gozosa, segura y exigente; arraiga en el amor incondicional de Dios, huye de los optimismos frívolos, lleva al compromiso y tiende hacia la plenitud escatológica del momento definitivo de Dios.

Signos

Debe notarse, el inicio del Adviento. Es un tiempo de sobriedad: supresión de flores, vestiduras moradas, omisión del Gloria; para destacar que tendemos a la fiesta plena, el retorno del Señor, y la Navidad será su signo. Se conserva el aleluya, signo del gozo de la esperanza. Puede ser pedagógico hacer la corona de Adviento. Es una forma plástica de subrayar el Adviento como "camino" hacia la "luz". Será positivo colocar en el presbiterio una imagen de la Virgen María, quizá combinando con la corona. Debe ser de María con Jesús, y mucho mejor si María ofrece, muestra el niño; el centro es siempre Jesucristo, a quien María ama y hacia quien conduce y guía. Todos estos signos deben "significar" por sí solos. Pero a veces se hace necesaria una breve alusión para evitar que caigan en el folclorismo rutinario.

Mensaje y llamada del Adviento

Sin lugar a dudas, es bueno saber qué acentos subrayaremos en la homilía de cada domingo. Pero conviene no olvidar que son acentos de un conjunto, el misterio de Dios que nos conduce a la vida por Jesucristo. No demos por supuesto que la comunidad ya lo tenga presente.

El mensaje central es que Dios ama a nuestro mundo y ha enviado a su Hijo; Jesús, con su vida, muerte y resurrección, ha iniciado el mundo nuevo, la vida del hombre en Dios. Así ha realizado las promesas de Dios y las esperanzas humanas, de una manera sorprendente, frecuentemente inesperada, escandalosa.

Hoy es necesaria una mirada a nuestro mundo, a los hombres. Es como es, lleno de luces y de sombras. Según parece, un aspecto muy típico de nuestra posmodernidad es el desencanto. Estamos de vuelta de muchas grandes ilusiones y tenemos miedo al futuro, incierto, con frecuencia amenazador. Parece como si no hubiera más razones para la esperanza. Esta vivencia responde a la realidad, pero hagamos el esfuerzo de situar la decepción: estamos decepcionados de los hombres. A base de los valores más nobles podemos hacer grandes obras pero podemos hacer también inhumanidades terribles.

La fe cristiana, en cambio, habla de Dios. Él es la Plenitud de la Vida que ama al mundo y viene. La venida salvadora de Dios es el gran mensaje de la Navidad, a la que nos preparamos. El monte firme (Is. 1. lectura) es el Señor Jesús encumbrado en su vida, especialmente en su cruz y resurrección. Es así como Dios ha realizado la esperanza de los hombres expresada tan vivamente por Isaías. Los hombres, incluso con proyectos nobles, somos mezquinos y podemos fallar. Pero Dios es fiel en su amor, y posibilita la vida humana en medio de todas las dificultades.

Este mensaje lleva a dos actitudes subrayadas hoy por la liturgia: la esperanza y la vigilancia. Dios en Jesucristo es la raíz de la verdadera esperanza humana. Cuando todo se hunde él sigue fiel. La esperanza cristiana es segura: Dios siempre hace posible nuestra vida de amor y de paz. No sabemos qué pasará mañana o con qué mundo se encontrarán nuestros hijos, o cómo encararemos problemas terribles e insolubles: el tercer mundo, los marginados, las guerras, los abortos, las injusticias, las corrupciones. Nosotros creemos que Dios sigue siendo fiel y hoy, mañana y siempre, mueve al amor y a la paz. Es la fuerza del Adviento cristiano en nuestro mundo. Esperar conlleva desear la vida nueva para todos, la venida del Señor; no el "fin de los tiempos" neutro y catastrófico, sino el "retorno del Sefior", la victoria de su Espíritu de amor. Y con la esperanza, el trabajo y el combate (Pablo, 2. lectura), la llamada a la vigilancia (evangelio). Vigilar, estar en vela, significa escuchar a los demás sin vivir con demasiadas seguridades; mirar a los que sufren sin pasar de largo; trabajar para llevar el diálogo y la paz; también, evidentemente, constatar nuestra mediocridad, arrepentirse y volver a empezar. Es la manera de estar atentos a la presencia viva, amorosa, exigente de Dios en cada momento de nuestra vida.


Gaspar Mora
Misa Dominical 19

sábado, 27 de noviembre de 2010

No nos dejemos aturdir por los bienes terrenales

¡Amor y paz!

Hoy termina el año litúrgico y con él el llamado Tiempo Ordinario. Mañana será Domingo I de Adviento, la preparación de la Navidad del Señor.

Sin embargo, ya algunos, con otros criterios, donde predomina el afán de lucro, han encendido las luces, han comenzado la celebración de la navidad. Así, con minúscula, porque para nada tienen en cuenta el Nacimiento del Señor, que es lo que verdaderamente celebramos. Despojada de su esencia cristiana, esta se convierte en una fiesta pagana.

Precisamente, en el Evangelio de hoy, el Señor nos advierte que no nos dejemos aturdir por los excesos, la embriaguez y la preocupación por el dinero. Tal como hemos insistido acá, hay que aprender a disfrutar de los bienes de la tierra sin descuidar los del cielo.

Dios los bendiga…

Evangelio según san Lucas 21, 34-36:

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre". 
Comentario

Hemos de velar y hacer oración para poder comparecer seguros ante el Hijo del hombre. Hay muchas cosas que pueden hacernos perder de vista a Dios y hacernos errar el camino que nos conduce a Él. Nadie está libre de una diversidad de tentaciones que nos invitan a poner sólo nuestra mirada, nuestra seguridad y confianza, en lo pasajero. Cierto que necesitamos de muchas cosas temporales para vivir con dignidad; pero no podemos entregarles nuestro corazón, sino saberlas, no sólo utilizar, sino emplearlas incluso para hacer el bien a quienes carecen de lo necesario para sobrevivir. Sin embargo, este desapego de lo temporal y el ponernos en marcha, cargado nuestra propia cruz, tras las huellas de Cristo, no es obra del hombre, sino la obra de Dios en el hombre. Por eso, a la par que hemos de estar vigilantes para no dejarnos sorprender por las tentaciones, ni deslumbrar por lo pasajero, hemos de orar pidiendo al Señor su gracia y la asistencia de su Espíritu Santo para que podamos caminar en el bien, con los pies en la tierra y la mirada puesta en el Señor.

Dios quiere estar siempre con nosotros. Y el modo más excelente de su presencia en medio de su Pueblo se lleva a cabo cuando nos reúne para alimentarnos con su Palabra y con su Eucaristía. Es en este momento culminante del caminar de la Iglesia por el mundo, cuando los discípulos del Señor continuamos escuchando su Palabra Salvadora, y continuamos alimentándonos con el Pan de vida para no desfallecer por el camino a causa de las diversas tentaciones, que quisieran apartarnos del amor de Dios y del amor al prójimo. Que una de nuestras mayores preocupaciones sea estar siempre con el Señor; y estar con Él no sólo en la oración y en el culto, sino en toda nuestra vida convertida en una continua alabanza, en un sacrificio de suave aroma al Señor. Por eso hemos de procurar que nuestra Eucaristía se prolongue en cada momento y acontecimiento de nuestra vida. Dios nos conceda vivir a impulsos, no de lo pasajero, que nos embota y hace perder el camino seguro de salvación, sino al impulso del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones como en un templo, y nos hace ser testigos creíbles del amor de Dios en el mundo.

Vueltos a nuestra vida diaria, en medio de un mundo que nos bombardea con sus criterios y propagandas que nos prometen la felicidad mediante la acumulación de bienes temporales, seamos testigos de la verdad y de la salvación que no procede sino de Dios. No vivamos esclavos de aquello que, siendo útil, no merece ser elevado a la categoría de Dios. Aprendamos a utilizar los bienes de la tierra, sin perder de vista los bienes del cielo. Que todo lo tengamos y poseamos nos sirva para socorrer a los necesitados, para proclamar el Nombre de Dios no sólo con las palabras, sino con la vida que se ha de convertir en un servicio de amor fraterno, especialmente a los más desposeídos. Entonces podremos, al final de nuestra vida, comparecer seguros ante el Hijo del hombre, pues iremos, no como derrotados por la maldad, sino como aquellos que disfrutan la Victoria de Cristo, que nos hace caminar y vivir en el amor.

Homilía Católica
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viernes, 26 de noviembre de 2010

Sepamos leer los signos de los tiempos

¡Amor y paz!

Mañana por la tarde comenzará el Adviento, una etapa para preparar la Navidad. Al concluir el Tiempo Ordinario, comenzamos un nuevo año litúrgico, una época de esperanza. Hoy, el Señor Jesús nos dice que debemos saber interpretar los signos de los tiempos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Viernes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 21,29-33.
Y Jesús les hizo esta comparación: "Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol. Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca. Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 
Comentario
a) Jesús toma una comparación de la vida del campo para que sus oyentes entiendan la dinámica de los tiempos futuros: cuando la higuera empieza a echar brotes, sabemos que la primavera está cercana.  
Así, los que estén atentos comprenderán a su tiempo "que está cerca el Reino de Dios", porque sabrán interpretar los signos de los tiempos. 

Algunas de las cosas que anunciaba Jesús, como la ruina de Jerusalén, sucederán en la presente generación. Otras, mucho más tarde. Pero "sus palabras no pasarán".  

b) Jesús inauguró ya hace dos mil años el Reino de Dios. Pero todavía está madurando, y no ha alcanzado su plenitud.  
Eso nos lo ha encomendado a nosotros, a su Iglesia, animada en todo momento por el Espíritu. Como el árbol tiene savia interior, y recibe de la tierra su alimento, y produce a su tiempo brotes y luego hojas y flores y frutos, así la historia que Cristo inició.  

No hace falta que pensemos en la inminencia del fin del mundo. Estamos continuamente creciendo, caminando hacia delante. Cayó Jerusalén. Luego cayó Roma. Más tarde otros muchos imperios e ideologías. Pero la comunidad de Jesús, generación tras generación, estamos intentando transmitir al mundo sus valores, evangelizarlo, para que el árbol dé frutos y la salvación alcance a todos.  

Permanezcamos vigilantes. En el Adviento, que empezamos mañana por la tarde, en vísperas del primer domingo, se nos exhortará a que estemos atentos a la venida del Señor a nuestra historia. Porque cada momento de nuestra vida es un "kairós", un tiempo de gracia y de encuentro con el Dios que nos salva.  
J. Aldazábal
Enséñame tus camjnos 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 330-332
www.mercaba.org

jueves, 25 de noviembre de 2010

Al final, pánico del incrédulo, gozo del creyente

¡Amor y paz!

Es la tercera vez que Jesús anuncia, apenado, la destrucción de Jerusalén. Esta ciudad es el centro político, civil y religioso de Israel., pero se negó a escuchar a Jesús y será destruida.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Jueves de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario.


Dios los bendiga...

Evangelio según San Lucas 21,20-28.

Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está próxima. Los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; los que estén dentro de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no vuelvan a ella. Porque serán días de escarmiento, en que todo lo que está escrito deberá cumplirse. ¡Ay de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! Será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo. Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que el tiempo de los paganos llegue a su cumplimiento. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación". 

Comentario

Jerusalén sucumbe como consecuencia de su pecado. Esta destrucción, como todas las catástrofes históricas, además de ser un suceso social y político, es un acontecimiento religioso. La ciudad santa sucumbe víctima de su pecado, de haber rechazado la salvación que se le ofrecía en Jesús. Jesús expresa su compasión por las víctimas. Y pone en guardia a los discípulos para que no perezcan. Ellos no han comulgado con este pecado de Jerusalén. No deben perecer en ella. Pero la ciudad y el pueblo judío no son rechazados definitivamente. Su rechazo es una especie de tregua para dar paso a los gentiles (cf. Rm 11.)

Ante la venida del Hijo del Hombre, que se hará patente, clara como la luz del mediodía, el pánico será la actitud del incrédulo, el gozo será la herencia del creyente. Para éste se acerca la salvación. Se toca ya la esperanza. El creyente irá con la cabeza erguida, rebosante de gozo el corazón, al encuentro de su Señor, a quien ha amado, por quien ha vivido, en quien ha creído, al que anhelante ha estado toda la vida esperando.

Comentarios Bíblicos-5.Pág. 572

miércoles, 24 de noviembre de 2010

‘Gracias a la constancia salvarán sus vidas’

¡Amor y paz!

En desarrollo de su ‘Discurso apocalíptico’, Jesús anuncia que, debido a que darán testimonio de Él, sus seguidores sufrirán cárcel, persecución, excomunión. Y lo peor es que serán entregados no por desconocidos sino por sus propios padres y hermanos, parientes y amigos. Con todo, el Señor les dice que no preparen defensa porque Él mismo les dará elocuencia y sabiduría y que gracias a la constancia salvarán sus vidas.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la XXXIV del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 21,12-19.

Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas. 

Comentario

a) Jesús avisa a los suyos de que van a ser perseguidos, que serán llevados a los tribunales y a la cárcel. Y que así tendrán ocasión de dar testimonio de él.
Jesús no nos ha engañado: nunca prometió que en esta vida seremos aplaudidos y que nos resultará fácil el camino. Lo que sí nos asegura es que salvaremos la vida por la fidelidad, y que él dará testimonio ante el Padre de los que hayan dado testimonio de él ante los hombres.

b) Cuando Lucas escribía su evangelio, la comunidad cristiana ya tenía mucha experiencia de persecuciones y cárceles y martirios, por parte de los enemigos de fuera, y de dificultades, divisiones y traiciones desde dentro.

A lo largo de dos mil años, la Iglesia ha seguido teniendo esta misma experiencia: los cristianos han sido calumniados, odiados, perseguidos, llevados a la muerte. ¡Cuántos mártires, de todos los tiempos, también del nuestro, nos estimulan con su admirable ejemplo! Y no sólo mártires de sangre, sino también los mártires callados de la vida diaria, que están cumpliendo el evangelio de Jesús y viven según sus criterios con admirable energía y constancia.

Jesús nos lo ha anunciado, en el momento en que él mismo estaba a punto de entregarse en la cruz, no para asustarnos, sino para darnos confianza, para animarnos a ser fuertes en la lucha de cada día: "con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas".

El amor, la amistad y la fortaleza -y nuestra fe- no se muestran tanto cuando todo va bien, sino cuando se ponen a prueba.

Nos lo avisó: "si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15,20), pero también nos aseguró: "os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí; en el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

J. Aldazábal
Enséñame tus caminos 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 323-326

martes, 23 de noviembre de 2010

Alegrémonos: ¡vendrá el reinado eterno de Dios!

¡Amor y paz!

A partir de hoy, y hasta el sábado, leemos el "discurso escatológico" de Jesús, que nos habla de los acontecimientos futuros y los relativos al fin del mundo. Lo que es coherente con esta semana, la última del Año Litúrgico, que hemos iniciado con la solemnidad de Cristo Rey del Universo.

Jesús nos habla hoy de falsos mesías, guerras y revoluciones, terremotos, peste y hambre en diversos lugares, cosas espantosas y grandes señales en el cielo. Sin embargo, el mensaje de Jesús es claro: no tengan miedo, no se alarmen, estén tranquilos. Jamás puede ser catastrófico el triunfo de Dios sobre la muerte

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 21,5-11.
Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido". Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?". Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin". Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo. 
Comentario
Las palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de hoy introducen el discurso escatológico de Lucas, con el que -al igual que Mateo y Marcos- Lucas concluye la predicación de Jesús en Jerusalén. El comienzo alude a la destrucción del templo que, en la tradición profética, es siempre consecuencia de la ruptura de la alianza por parte del pueblo (cf Ez 10,18). Viene luego un mensaje de alerta sobre los signos que acompañarán el final. Hay algunos signos claramente engañosos: la aparición de falsos mesías, la indicación precisa del tiempo. Frente a estos signos, el mensaje de Lucas es neto: el fin no vendrá inmediatamente. De esta forma el evangelista pretendía corregir la fiebre mesiánica que dominaba en algunos sectores de las iglesias de su tiempo.

Las palabras relativas al destino que aguarda al templo sintetizan el material procedente de Marcos. Por otra parte, el Jesús de Lucas no está sentado en el monte de los Olivos, frente al templo, sino que permanece dentro de él. La perícopa referida a los signos antes del fin establece un claro contraste entre lo que tiene que ocurrir "primero" y el "final". De esta manera, a diferencia de Mateo, Lucas no se refiere al final del mundo sino a la destrucción del templo de Jerusalén.

Hoy podemos detenernos en la consideración de los "signos engañosos". Hay muchas personas angustiadas por causa de personas y grupos que se aprovechan de la religiosidad (y, con frecuencia, de la credulidad) de muchas gentes sencillas. No faltan en algunos medios de comunicación mensajes aterradores que interpretan algunos acontecimientos actuales como signos de la cólera divina y anticipo del final del mundo. Hace algunos años se hablaba del SIDA como castigo de Dios. Calificativos parecidos han recibido el fenómeno meteorológico del "Niño" y otros sucesos llamativos. La necesidad de verse libres de estas amenazas provoca una fiebre de fenómenos pseudomilagrosos: falsas apariciones marianas, proliferación de líderes carismáticos con propuestas estrafalarias, ritos de desagravio... Estos "terrores", inducidos a veces de manera diabólica, no responden a una lectura cristiana de la Palabra de Dios.

El final es un acontecimiento de gracia, un triunfo del Dios de la Vida sobre todas las fuerzas de muerte. Los verdaderos signos son aquellos que nos ayudan a despertarnos, a tomar conciencia de la gracia del Señor que ya está entre nosotros y a disponernos a acogerla con alegría y confianza.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)

lunes, 22 de noviembre de 2010

«Esa pobre viuda ha echado más que nadie»

¡Amor y paz!

En esta última semana del Tiempo Ordinario, el Evangelio nos presenta a través de los ojos de Jesús una escena muy diciente. Una viuda se acerca y deposita dos monedas de escaso valor, mientras los ricos depositaban en el cofre cuantiosas sumas. A los ojos de los humanos, los ricos eran generosos, a los ojos de Dios la única generosa es la viuda.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Lunes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 21,1-4.
Después, levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir". 
Comentario
     En el evangelio de Lucas, el Señor enseña que hay que ser misericordioso y generoso para con los pobres, sin pararse a pensar en la propia pobreza; porque la generosidad no se calcula según la abundancia del patrimonio sino según la disposición a dar. Por eso la palabra del Señor provoca que todos prefieran a esa viuda de la cual se ha dicho: «Esa pobre viuda ha echado más que nadie». En el sentido moral el Señor enseña a todo el mundo que es preciso no dejar de hacer el bien pensando en la vergüenza de la pobreza, y que los ricos no deben gloriarse cuando parece que dan más que los pobres. Una pequeña moneda cogida de unos pocos bienes es más valiosa que la que se saca de la abundancia; no se calcula lo que se da sino lo que queda. Nadie ha dado más que la que no ha guardado nada para sí...

   Ahora bien, en el sentido místico es necesario no olvidar a esta mujer que ha tirado dos monedas en el cepillo[i]. Ciertamente, ¡grande es esta mujer que, por el juicio de Dios, mereció ser preferida a todos! ¿No será que ella ha sacado su fe de los dos Testamentos que son en beneficio de los hombres? Nadie hizo más, ni ningún hombre ha podido igualar la grandeza de su don, puesto que ella unió la fe a la misericordia. También tú, quienquiera que seas..., no dudes de llevar al cepillo dos monedas llenas de fe y de gracia.

San Ambrosio (hacia 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Exhortación a las viudas, § 27s -
©Evangelizo.org 2001-2010

[i] Cepillo: Caja de madera u otra materia, con cerradura y una abertura por la que se introducen las limosnas, que se fija en las iglesias y otros lugares.(RAE).

domingo, 21 de noviembre de 2010

¡Gloria eterna a Jesucristo, Rey del Universo!

¡Amor y paz!

Hoy, cuando hombres y mujeres se declaran seguidores y admiradores de políticos y cantantes, actores y artistas, literatos y escritores, pensadores y deportistas y de un sinnúmero de personajes que llenan estadios, rompen récords de ventas, provocan delirios y ovaciones, dictaminan la moda y las costumbres u orientan los destinos y las ideas de este mundo, es el momento de volver a proponer ante las nuevas y las antiguas generaciones a Jesucristo Hijo de Dios, Rey y Salvador del Universo.

Porque, como reconoció el apóstol Pedro, es Jesucristo quien ‘tiene palabras de Vida eterna’ (Lc 6, 69), y, como Él mismo lo declaró, ‘El cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán’ (Lc 31, 33); únicamente Él es el Camino la Verdad y la Vida (Jn 14, 6), a Él sea dado todo el honor, el poder y la gloria, por los siglos de los siglos.  

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo XXXIV en el que, al concluir el año litúrgico, celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 23,35-43.

El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!". También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!". Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos". Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo". Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino". El le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso". 

Comentario

El ciclo litúrgico que termina hoy con la celebración de la fiesta de Jesucristo Rey del Universo, nos presenta a un rey crucificado, del que se burlaban las autoridades diciendo: “– Salvó a otros, que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido. Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban y le daban de beber vino agrio diciéndole: – ¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo! Y había un letrero sobre su cabeza, que decía: ‘Este es el Rey de los judíos”. Incluso, cuenta el evangelio de san Lucas, uno de los criminales que estaban colgados junto a él, lo insultaba diciéndole: “– ¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros¡ Pero el otro reprendió a su compañero diciéndole: – ¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo. Luego añadió: – Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar. Jesús le contestó: – Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Se trata de un Rey que contrasta con la imagen que tenemos de una persona que detenta ese título. Es un Rey que no utiliza su poder para salvarse a sí mismo, sino para salvar a toda la humanidad, incluidos tú y yo. Delante de este Rey, humilde y aparentemente vencido, el Beato Juan XXIII, en su Diario del alma, escribió siendo joven, un ofrecimiento que invito a repetir hoy con la misma confianza con la que él lo hizo hace ya tantos años:

“¡Salve, oh Cristo Rey! Tú me invitas a luchar en tus batallas, y no pierdo un minuto de tiempo. Con el entusiasmo que me dan mis 20 años y tu gracia, me inscribo animoso en las filas. Me consagro a tu servicio, para la vida y para la muerte. Tú me ofreces, como emblema, y como arma de guerra, tu cruz. Con la diestra extendida sobre esta arma invencible te doy palabra solemne y te juro con todo el ímpetu de mi amor juvenil fidelidad absoluta hasta la muerte. Así, de siervo que tú me creaste, tomo tu divisa, me hago soldado, ciño tu espada, me llamo con orgullo Caballero de Cristo. Dame corazón de soldado, ánimo de caballero, ¡oh Jesús!, y estaré siempre contigo en las asperezas de la vida, en los sacrificios, en las pruebas, en las luchas, contigo estaré en la victoria. Y puesto que todavía no ha sonado para mí la señal de la lucha, mientras estoy en las tiendas esperando mi hora, adiéstrame con tus ejemplos luminosos a adquirir soltura, a hacer las primeras pruebas con mis enemigos internos. ¡Son tantos, o Jesús, y tan implacables! Hay uno especialmente que vale por todos: feroz, astuto, lo tengo siempre encima, afecta querer la paz y se ríe de mí en ella, llega a pactar conmigo, me persigue incluso en mis buenas acciones. Señor Jesús, tú lo sabes, es el Amor Propio, el espíritu de soberbia, de presunción, de vanidad; que me pueda deshacer de él, de una vez para siempre, o si esto es imposible, que al menos lo tenga sujeto, de modo que yo, más libre en mis movimientos, pueda incorporarme a los valientes que defienden en la brecha tu santa causa, y cantar contigo el himno de la salvación”.

Con la misma generosidad que refleja este escrito Juan XXIII, podríamos decirle al Señor crucificado que se acuerde de nosotros cuando comience a reinar.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá