jueves, 10 de junio de 2021

La Cruz, compañera de la santidad

¡Amor y paz!

 

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves de la 10 semana del Tiempo Ordinario, ciclo B, cuando en Colombia celebramos la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote.

 

Dios nos bendice...

 

PRIMERA LECTURA

 

Él fue traspasado por nuestras rebeliones

 

Lectura del libro de Isaías 52, 13—53, 12

 

Mirad, mi siervo tendrá éxito,

subirá y crecerá mucho.

         

Como muchos se espantaron de él,

porque desfigurado no parecía hombre,

ni tenía aspecto humano,

así asombrará a muchos pueblos,

ante él los reyes cerrarán la boca,

al ver algo inenarrable

y contemplar algo inaudito.

 

¿Quién creyó nuestro anuncio?,

¿a quién se reveló el brazo del Señor?

Creció en su presencia como brote,

como raíz en tierra árida,

sin figura, sin belleza.

 

Lo vimos sin aspecto atrayente,

despreciado y evitado de los hombres,

como un hombre de dolores,

acostumbrado a sufrimientoos, 

ante el cual se ocultan los rostros, 

despreciado y desestimado.

Él soportó nuestros sufrimientos

y aguantó nuestros dolores;

nosotros lo estimamos leproso,

herido de Dios y humillado;

pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,

triturado por nuestros crímenes.

 

Nuestro castigo saludable cayó sobre él,

sus cicatrices nos curaron.

Todos errábamos como ovejas,

cada uno siguiendo su camino;

y el Señor cargó sobre él

todos nuestros crímenes.

 

Maltratado, voluntariamente se humillaba

y no abría la boca;

como cordero llevado al matadero,

como oveja ante el esquilador,

enmudecía y no abría la boca.

 

Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,

¿quién meditó en su destino?

Lo arrancaron de la tierra de los vivos,

por los pecados de mi pueblo lo hirieron.

 

Le dieron sepultura con los malvados,

y una tumba con los malhechores,

aunque no había cometido crímenes

ni hubo engaño en su boca.

 

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,

y entregar su vida como expiación;

verá su descendencia, prolongará sus años,

lo que el Señor quiere prosperará por su mano.

         

Por los trabajos de su alma verá la luz,

el justo se saciará de conocimiento.

         

Mi siervo justificará a muchos,

porque cargó con los crímenes de ellos.

Le daré una multitud como parte;

y tendrá como despojo una muchedumbre.

         

Porque expuso su vida a la muerte

y fue contado entre los pecadores, él

tomó el pecado de muchos

e intercedió por los pecadores.

 

Palabra de Dios.

 

Salmo responsorial: Salmo 39, 6. 7. 8-9. 10. 11 (R.: 8a y 9a)

 

R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

 

Cuántas maravillas has hecho,

Señor, Dios mío,

cuántos planes en favor nuestro;

nadie se te puede comparar.

Intento proclamarlas, decirlas,

pero superan todo número. R.

 

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,

y, en cambio, me abriste el oído;

no pides sacrificio expiatorio. R.

 

Entonces yo digo: «Aquí estoy

—como está escrito en mi libro—

para hacer tu voluntad».

Dios mío, lo quiero,

y llevo tu ley en las entrañas. R.

 

He proclamado tu salvación

ante la gran asamblea;

no he cerrado los labios;

Señor, tú lo sabes. R.

 

No me he guardado en el pecho tu defensa,

he contado tu fidelidad y tu salvación,

no he negado tu misericordia y tu lealtad

ante la gran asamblea. R.

 

Aleluya Is 42, 1

 

Mirad a mi siervo, a quien sostengo;

mi elegido, a quien prefiero.

Sobre él he puesto mi espíritu,

para que traiga el derecho a las naciones.

 

EVANGELIO

 

Esto es mi cuerpo

Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas 22, 14-20

 

Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo:

—«He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios».

Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo:

—«Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios».

Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:

—«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».

Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo:

—«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros».

 

Palabra del Señor.

 

Comentario

Con Pentecostés terminó el tiempo de Pascua. Hemos hecho el mismo recorrido que los discípulos de Jesús durante estos días de gozo y alegría. De manera especial, la Venida del Espíritu Santo, junto con toda la Iglesia, nos ha reafirmado la certeza de que no estamos solos. La asistencia permanente de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad nos conforta y alienta, dándonos la valentía necesaria para proclamar al mundo entero el Evangelio (cada uno en su estado y en su actividad). Todo esto se traduce en la necesidad de convertirnos cada día un poco más (haciendo examen de conciencia), y de tratar más íntimamente al Señor mediante la oración.

“Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores”. Con las lecturas de hoy podría dar la impresión de que volvemos atrás. De vuelta a la Cuaresma para adentrarnos en el misterio de la Pasión de Jesús. Pero si estamos atentos, descubriremos que se trata de atender el requerimiento de aquellos ángeles, urgiendo a los testigos de la Ascensión del Señor a los Cielos, para volver cada uno a sus obligaciones cotidianas. No hay otra señal del cristiano que la de la Cruz. La manera más eficaz de no caer en el desaliento y el pesimismo es tomar con alegría nuestra propia cruz (no la que imaginemos o sospechemos), y caminar con entusiasmo en medio de lo que otros denominan dificultades y contratiempos.

“Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor nuestro; nadie se te puede comparar. Intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número”. El otro día fui testigo de un hecho singular. En un Monasterio de carmelitas descalzas, acudí junto con otro sacerdote a visitar a las monjas de clausura. Nadie contestaba a la puerta (era un poco tarde, y tampoco avisamos de nuestra llegada). Después de esperar un buen rato, y haber dejado un mensaje en el contestador telefónico, la puerta del Monasterio se abrió. Allí apareció la priora disculpándose por habernos hecho esperar. Sin haber sido de ellas la culpa (pues los guardeses no se encontraban en la portería), la madre superiora se tendió en el suelo, como un guiñapo, en señal de humildad y perdón. Posteriormente, el sacerdote al que acompañaba me comentó que esta actitud es muy normal en ellas, y que también realizan ese gesto cuando alguien les “lanza” alguna alabanza.

Me preguntaba cómo se tomaría la gente de la calle este tipo de actitudes. Algunos lo verían como algo raro, otros como una humillación innecesaria, y los más indulgentes como “algo propio de monjas”. Sin embargo, a quien habría que preguntar sobre ese compartimiento sería al mismo Dios, porque su juicio es el único que importa. Y estoy convencido de que esbozaría una sonrisa complaciente, porque hasta Él llegarían las mismas palabras que el salmista: “He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes”.

“He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios”. Las palabras del Señor que precedieron a la institución de la Eucaristía, nos dan a entender que el amor que recibimos del Hijo de Dios pasa, ineludiblemente, por la Cruz. La santidad no es una condecoración que recibimos por lo bien que hacemos las cosas, sino la justicia que Dios realiza con aquellos que se abrazaron al madero de su Hijo. María estuvo allí, junto a la Cruz de Jesús, y su santidad es el faro que nos ilumina en medio de nuestras tempestades y oscuridades… “Aquí estoy, para hacer tu voluntad”.

ARCHIMADRID 2004