jueves, 26 de mayo de 2011

“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”

¡Amor y paz!

El breve texto del Evangelio nos habla hoy del amor y la alegría. Dios ama a Jesucristo y él nos ama a nosotros hasta el punto de dar su vida para salvarnos. Pero el amor que Dios nos expresa, a través de Jesucristo, debemos comunicarlo a nuestros hermanos, especialmente a los más sufridos y necesitados.

Asimismo, este amor es causa de alegría, una alegría que también debemos compartir con nuestros hermanos, sobre todo los solitarios, los excluidos de afecto, aquellos por los que se propone trabajar el Movimiento FRATRES.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este Jueves de la V Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 15, 9-11.
Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.  Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. 
Comentario

De la brevísima lectura del evangelio de San Juan, apenas tres versículos, debemos destacar dos realidades: el amor y la alegría. El amor que nos aquí un sentimiento o una pasión humanos, sino divinos. Es Dios quien ama a Jesucristo, es Jesucristo quien nos ama a nosotros y está dispuesto a entregar su vida para nuestra salvación; somos nosotros, invitados a permanecer en el amor de Cristo. Este amor de Dios, no es como nuestros frágiles amores humanos; es eterno, irrevocable, inextinguible. Podemos nosotros dejar de amar a Dios porque nos extraviemos yéndonos detrás de cualquier ídolo, pero Dios no dejará de amarnos jamás. Su amor es tan irrevocable como la cruz de Cristo, como su sangre derramada injustamente, precisamente para demostrarnos este amor de Dios. Muchos seres humanos, hermanos nuestros, podrán dolerse de no haber sido nunca amados, de no haber recibido en la vida sino dolores y sufrimientos. A nosotros corresponde testimoniarles el amor de Dios, el amor de Cristo, hacérselo presente. Así guardamos o cumplimos los mandamientos de Cristo.

Este amor es causa de alegría, es fundamento de felicidad. Y Cristo quiere que esta felicidad llegue en nosotros a la plenitud. Mucho se nos ha acusado a los cristianos de vivir una fe triste, pesimista. Así pensaba el gran filósofo alemán Friedrich Nietzsche, que decía que no se nos veía cara de ser felices. Y así han pensado muchos otros. Sin embargo la mayoría de los santos cristianos han manifestado poseer una gran alegría, ser completamente felices, aún en las dificultades, persecuciones y tormentos a que se han visto sometidos. Porque el verdadero amor es la fuente de la felicidad, como lo habremos experimentado muchos de nosotros cuando hemos amado de verdad a alguien. Pues con mayor razón la experiencia del amor de Dios y de su Hijo Jesucristo debe ser en nosotros fuente de felicidad para compartir con los demás. Con los que se sienten solos, fracasados, abandonados. Con los enfermos y los desahuciados, los que han sido rechazados por la sociedad, los encarcelados, los pobres... Tantos y tantos seres humanos que merecen ser algún día felices, experimentar el amor liberador de Dios.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).