viernes, 19 de marzo de 2010

JOSÉ, ESPOSO DE MARÍA, HOMBRE JUSTO

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes en que celebramos la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María.

En algunos países se celebra hoy el Día del Hombre. Pidámosle a San José que interceda por todos los hombres, especialmente por los padres de familia y también por los sacerdotes, toda vez que el esposo de María es el patrono de la Iglesia universal…

Evangelio según San Mateo 1,16.18-21.24.


Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados". Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.

Comentario

“Este es el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia” (Lc12,42). Estas palabras de Jesús, que recoge el evangelista San Lucas, son aplicadas por la liturgia de la Iglesia a San José, esposo de la Virgen María. Él, con lealtad y sabiduría, supo asumir la responsabilidad que Dios le había confiado: José “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor” (Mt 1,24).

¿En qué consistió esta responsabilidad? Fundamentalmente en cuidar de María y de Jesús: “No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer… Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús”. Dios entrega a su propio Hijo, y a la Madre de su Hijo, a la custodia de San José. En su acción salvadora, Dios quiere contar con la colaboración de los hombres; de administradores fieles y solícitos que velen por su familia.

San José, sin ser el padre biológico de Jesús - ya que Jesús solamente tiene por Padre a Dios - , supo cumplir la misión de padre, de servidor de la vida y del crecimiento de aquel a quien Dios mismo le había confiado como hijo. En cierto sentido, todos los padres de la tierra reciben una encomienda parecida: servir a la vida y propiciar el crecimiento de sus hijos, a quienes, como colaboradores de Dios, han traído a la existencia. Los hijos no están confiados únicamente a la responsabilidad de las madres. También lo están a la responsabilidad de sus padres. Pero, más aun que de sus padres y de sus madres, los hijos son de Dios, pertenecen a Dios.

También los sacerdotes ejercen un tipo de paternidad y, en consecuencia, “han de preocuparse de los fieles que engendraron espiritualmente con el bautismo y la doctrina” (Lumen gentium, 28). A los sacerdotes se les encomienda, de modo muy especial, la tarea de cuidar, con caridad pastoral, a la familia de Dios, que es la Iglesia. Como San José, han de apoyarse en la fe para poder desempeñar su ministerio, sin separar la fe y la acción, la escucha de la Palabra divina y la obediencia concreta a esta Palabra.

Por intercesión de San José, patrono de la Iglesia universal, debemos pedir al Señor por los sacerdotes, por la santidad de los sacerdotes, para que, con su vida y ejemplo, no alejen a las personas de Dios, sino que las acerquen a Él. Con todas las limitaciones propias de los hombres, con pecados y con miserias, Dios los ha escogido para que sean testigos de su misericordia, de su amor compasivo, de un amor que se hace cargo de nuestras debilidades y que siempre está dispuesto a perdonarnos.

Y, junto a la oración por los sacerdotes, también la plegaria por las vocaciones sacerdotales. En cada diócesis, el Seminario es un motivo de esperanza y, como Abraham, que “creyó, contra toda esperanza” (cf Rm 4,18), también nosotros estamos llamados a esperar, por encima de cálculos meramente humanos, que, si lo pedimos con fe, Dios no dejará de enviar obreros a su mies.

Santa Teresa de Jesús animaba a acudir a la intercesión de San José: “Sólo pido por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción”, escribe en el Libro de la vida. Hagamos, pues, esa “prueba” que recomienda Santa Teresa, encomendándonos, y encomendando a toda la Iglesia, a la intercesión de San José.

Guillermo Juan Morado.
Sacerdote diocesano. Doctor en Teología por la PUG de Roma y Licenciado en Filosofía.