¡Amor y paz!
La escena del evangelio la cuenta hoy Lucas
con elegancia y detalles muy significativos. ¡Qué contraste entre el fariseo
Simón, que ha invitado a Jesús a comer, y aquella mujer pecadora que nadie sabe
cómo ha logrado entrar en la fiesta y colma a Jesús de signos de afecto!
Desde luego, perdonar a una mujer
pecadora precisamente en casa de un fariseo que le ha invitado, es un poco
provocativo. No es raro que se escandalizaran los presentes, o porque Jesús no
conocía qué clase de mujer era aquélla, o que no reaccionaba ante sus gestos,
que resultaban cuando menos un poco ambiguos.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este jueves de la 24ª. Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Del evangelio según san Lucas 7,36-50
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.» Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» Él respondió: «Dímelo, maestro.» Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.» Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente.» Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.» Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
Comentario
La escena nos hace repensar nuestra conducta con los que
consideramos "pecadores". ¿Cómo los tratamos: dándoles ánimos o
hundiéndoles más?
Podemos actuar con corazón mezquino, como los fariseos que juzgan
y condenan a todos, o como el hermano mayor del hijo pródigo que le recrimina
de una manera intransigente lo que ha hecho, o como Simón y los otros
convidados, que no deben ser malas personas (han invitado a Jesús a comer),
pero no saben ser benévolos y amar. O podemos portarnos como el padre del hijo
pródigo, y sobre todo como el mismo Jesús, que perdona a la mujer adúltera que
le presentan, y a Zaqueo el publicano, y tiene palabras de ánimo para esta
mujer que ha entrado en la sala del banquete y le unge los pies.
¿Dónde quedamos retratados, en los fariseos o en Jesús? No se
trata de que lo aprobemos todo. Como Jesús no aprobaba el pecado y el mal. Sino
de imitar su actitud de respeto y tolerancia. Con nuestra acogida humana,
podemos ayudar a tantas personas -drogadictos, delincuentes, marginados de toda
especie- a rehabilitarse, haciéndoles fácil el camino de la esperanza. Con
nuestro rechazo justiciero les podemos quitar los pocos ánimos que tengan.
Claro que, para ser benévolos en nuestros juicios con los demás,
antes tendremos que ser conscientes de que Dios ha empleado misericordia con
nosotros. Se nos ha perdonado mucho a nosotros y por tanto deberíamos ser más
tolerantes con los demás, sin constituirnos en jueces prestos siempre a
criticar y a condenar.
Dios es rico en misericordia. Lo ha
demostrado en Cristo Jesús. Y lo quiere seguir mostrando también a través de
nosotros.
Fuente: J.
Aldazábal - "Enséñame tus Caminos"