jueves, 3 de noviembre de 2011

¿Buscamos a quien nos ofende y nos alegra reconciliarnos con él?


¡Amor y paz!

El capítulo 15 de San Lucas ha sido llamado "el corazón del evangelio". Nos relata las parábolas de la misericordia. Hoy leemos la de la oveja descarriada y la de la moneda perdida. La del hijo pródigo, la más famosa, la leemos en Cuaresma.

La imagen de Jesús Buen Pastor, que acoge con inmensa ternura a la ovejita que acaba de rescatar, es una de las que mejor expresa el inmenso amor y misericordia de Dios. Es lo que debemos reconocer cuando nos alejamos del Señor debido a nuestros pecados. Por eso, cada vez que estemos separados de nuestro Creador y Redentor, no olvidemos que, por grande que sea nuestra culpa, Él siempre tendrá un gran amor para acogernos y perdonarnos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este jueves de la XXXI Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga,…

Evangelio según San Lucas 15,1-10.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: "Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse". Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte". 
Comentario

Dios es rico en misericordia. Su corazón está lleno de comprensión y clemencia. A pesar de que nosotros, a veces, nos alejemos de él, nos busca hasta encontrarnos y se alegra aún más que el pastor por la oveja y la mujer por la moneda.

Esta misericordia la emplea, ante todo, con nosotros mismos, que también tenemos nuestros momentos de alejamiento y despiste. Y también con todos los demás pecadores.

La Virgen María, en su Magníficat, cantaba a Dios porque "acogió a Israel su siervo acordándose de su misericordia". Si al pueblo elegido de Israel le tuvo que perdonar, también a nosotros, que no somos mucho mejores.

Pero la lección se orienta a nuestra actitud con los demás, cuando fallan. Sería una pena que estuviéramos retratados en los fariseos que murmuran por el perdón que Dios da a los pecadores, o en la figura del hermano mayor del hijo pródigo que no quería participar en la fiesta que el padre organizó por la vuelta del hermano pequeño. ¿Tenemos corazón mezquino o corazón de buen pastor?

Las parábolas nos las narra Jesús para que aprendamos a imitar la actitud de ese Dios que busca a los que han fallado, uno por uno, que les hace fácil el camino de vuelta, que les acoge, que se alegra y hace fiesta cuando se convierten. ¿Acogemos nosotros así a los demás cuando han fallado y se arrepienten? ¿Qué cara les ponemos? ¿Quisiéramos que recibieran un castigo ejemplar? ¿Les echamos en cara su fallo una y otra vez? ¿Les damos margen para la rehabilitación, como Jesús a Pedro después de su grave fallo?

Si somos tolerantes y sabemos perdonar con elegancia, entonces sí nos podemos llamar discípulos de Jesús. La imagen de Jesús como Buen Pastor que carga sobre sus hombros a la oveja descarriada (la famosa estatua del siglo III que se conserva en el Museo de Letrán en Roma), debería ser una de nuestras preferidas: nos enseña a ser buenos pastores y a no comportarnos como los fariseos puritanos que se creen justos, sino como seguidores de Jesús, que no vino a condenar sino a perdonar y a salvar.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 252-256

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