lunes, 30 de abril de 2012

El Señor es mi Pastor, nada me falta…

¡Amor y paz!

“Eres mi pastor, oh Señor, nada me faltará, si me llevas tú”. Así dice el bello cántico que musicaliza el Salmo 22 y que recordamos al contemplar la persona de Jesús el Buen Pastor, de quien nos habla el Evangelio en estos días.

He aquí el Salmo 22:

El Señor es mi Pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tu vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este lunes de la IV Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 10,1-10.
"Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz". Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.
Comentario

El Buen Pastor da la vida por sus ovejas. Ante los malos pastores Jesús se presenta a sí mismo como el Pastor legítimo, que conoce a cada una de sus ovejas y camina delante de ellas.

Seguidamente aparece una segunda imagen: Jesús es la puerta del aprisco, la única vía de acceso al Padre. Él es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas; más aún, tiene el poder para entregar su vida y recuperarla. Hay en este evangelio una alusión a la pasión y resurrección. Pero también nos enseña la intimidad entre el Padre y el Hijo y entre el Hijo y sus seguidores, así como el de la unidad de su rebaño. San Agustín comenta:

«Aunque camine en medio de la sombra de la muerte; aun cuando camine en medio de esta vida, la cual es sombra de muerte no temeré los males, porque Tú, oh Señor, habitas en mi corazón por la fe, y ahora estás conmigo a fin de que, después de morir, también yo esté contigo. Tu vara y tu cayado me consolaron; tu doctrina, como vara que guía el rebaño de ovejas y como cayado que conduce a los hijos mayores que pasan de la vida animal a la espiritual, más bien me consoló que me afligió, porque te acordaste de mí» 
(Comentario al Salmo 22,4).

P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

domingo, 29 de abril de 2012

Oremos porque más pastores hagan visible a Cristo


¡Amor y paz!

Muchos hoy se ofrecen a colaborarnos, a guiarnos, a mejorar nuestras vidas, a ayudarnos a ser felices. No es sino ver las cuñas publicitarias. Son autoridades, políticos, comerciantes, economistas, publicistas, ideólogos…  En fin, la lista es grande.

El texto del evangelio de hoy nos propone en cambio a Jesús, como un pastor que conoce a sus ovejas, las ama, las salva y da su vida por ello. Entonces… ¿A quién le creemos? ¿A quién seguimos?

Oremos hoy especialmente porque el Señor suscite nuevas y santas vocaciones para que haya nuevos y mejores pastores que entreguen su vida para hacerlo visible a Él en este mundo.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este IV Domingo de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 10,11-18.
Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.  El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre".
Comentario

Hay dos experiencias básicas, fundamentales y profundas que todo cristiano debe tener en su vida, si quiere considerarse tal. La primera es sentir a Cristo vivo, resucitado de entre los muertos. La segunda es sentirse hijo de Dios y, como tal, llamado a compartir con Cristo, nuestro hermano, esa nueva vida.

Esto se puede explicar, se puede enseñar en catequesis, se puede repetir una y mil veces en las homilías, se puede saber de memoria y repetir cada mañana al levantar y cada noche al acostarnos. Pero lo importante, lo vital, lo decisivo no es que se sepa, sino que se experimente, que se sienta, que se viva.

Hay muchos cristianos a los que no les cuesta nada decir que Dios es su Padre, pero que no se sienten hijos de Dios, que no sienten esa vibración de hijo que, lógicamente, sentimos ante nuestros padres de carne y sangre.

Quizás en nuestra catequesis hemos dejado un tanto orillada esta verdad, la hemos transmitido como algo a saber en vez de como algo a vivir.

Quizás hemos insistido demasiado en la justicia de Dios, o en su grandeza, o en su poder... y lo que hemos conseguido es transmitir a un Dios lejano, distante, inaccesible... Así, ¿quién puede sentirlo como Padre? Lo propio de un padre es la cercanía, la disponibilidad, el tenerlo a nuestro lado, el sentir la seguridad y la confianza que nos transmite... ¿Así sentimos a Dios?

Ese fue el afán de Jesús; o al menos podemos estar seguros de no equivocarnos si lo formulamos en estos términos: Jesús se desvivió por acercarnos a Dios, por facilitarnos el reconocerlo a nuestro lado, por hacernos comprender que es nuestro Padre, y que esto no es un título más en la larga lista de atributos que podemos aplicarle a Dios, sino el principal y primero, el único que de verdad importa e interesa.

El afán de Jesús no es que sintamos temor ante el poder de Dios, sino paz ante su amor, consuelo ante su cercanía, confianza ante su paternidad. Pero lo cierto es que nuestros sistemas religiosos no siempre han estado acertados a la hora de transmitir a los hombres esta buena noticia. No estaría de más esforzarnos por hacer coincidir nuestros «afanes» con el afán de Jesús.

Y para transmitir ese mensaje de la paternidad de Dios, mucho nos ayudaría ser nosotros más comprensivos con el hombre de hoy. Menos condenas y más comprensión. Comprender, ayudar, salvar... ¿Cuándo vamos a entender que los que llamamos «marginales» no necesitan tanto que les recordemos lo que deberían hacer como que son, también ellos, hijos de Dios, igual que la oveja perdida no necesita sermones sino alguien que se remangue los pantalones y se vaya a buscarla, y esté con ella, y la eche sobre sus hombros, y la cuide...? 

La imagen del pastor y la oveja, que nos trae el Evangelio de hoy, es más, mucho más que una fuente de inspiración para pintores, o una frase para cierta literatura religiosa.

Pero ser pastor así no es fácil; «el buen pastor que da la vida por las ovejas». ¡Casi nada! ¡Dar la vida! Porque pastores, en un momento dado, todos lo somos: de los hijos, de los padres, de los amigos, de los empleados, de los pacientes, de los vecinos, de... Pues el Evangelio es claro: si no somos (pastores) así, somos asalariados, llenos de buenas palabras, de hermosos documentos, de grandilocuentes declaraciones... que echamos a correr en cuanto viene el lobo, dejando las ovejas a su suerte.

¿A cuántas «ovejas» hemos dejado a su suerte? ¡Si tenemos hasta el valor de llegar a decir: «se lo tiene merecido»! ¿Eso es ser buen pastor? ¿Qué hacemos con las mujeres que abortan, con los homosexuales, con los enganchados en la droga, con los emigrantes, con los gitanos, con los...? De momento, clasificarlos con esa etiqueta, incluso antes de reconocerles la categoría de personas. Los vemos por su peculiaridad antes que por su esencialidad. Y después los dejamos abandonados a su suerte: «ellos se lo han buscado». Así, ¿cómo conseguir que el hombre se sienta hermano?, ¿cómo lograr que se sienta hijo?

A veces da la impresión que ser hijos de Dios no es un don que el Padre nos hace, sino un privilegio de ricos, de acomodados, afortunados en la vida... ¡Lo que nos faltaba! Si alguien necesita descubrir que Dios es Padre son, precisamente, los otros, igual que la oveja que necesita que su pastor vaya a por ella es la que se ha perdido y no las que se han quedado bien seguras en el redil, igual que no necesitan de médico los sanos, sino los enfermos.

Dice la primera lectura que Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, proclamó: «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». Quizá nosotros seguimos haciendo lo mismo, y desechamos las piedras angulares de nuestra vida, porque desechamos a los pobres (a las ovejas «perdidas»), sin darnos cuenta que ellos son los que nos ofrecen la posibilidad de ser más humanos, más cercanos, más hermanos. Si, como él dijo, lo que le hacemos a uno de los más pequeños se lo hacemos al propio Jesús, Jesús sigue siendo la piedra angular del mundo que continuamente es empujada fuera de nosotros, por todos.

Pero somos hijos de Dios, aunque ahora no se note del todo. Y eso debe abrir nuestro corazón a la esperanza. Estamos a tiempo, es viable, podemos hacerlo, podemos sentirnos hijos y, por lo tanto, hermanos de los hombres. Podemos cambiar la sociedad y el mundo, podemos hacer realidad el Reino de Dios entre nosotros. Y si esto suena a utopía, tenemos que proclamar bien fuerte: ¡Pues claro! ¡Es que lo nuestro es la utopía! ¡La utopía de la fraternidad universal!

LUIS GRACIETA
DABAR 1994, nº 28

sábado, 28 de abril de 2012

"Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”

¡Amor y paz!

Los que se llamaban discípulos de Jesús, sólo por seguirlo, se escandalizan con sus palabras, que prometen vida eterna. Jesús sabe que varios del grupo lo siguen por interés y se lo manifiesta. Después de esto algunos lo abandonan. Al interrogar a los que permanecen, Simón Pedro expresa la fe del grupo con palabras que se consideran una confesión pospascual: la certeza de que Jesús es Dios.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este sábado de la 3ª. Semana de Pascua.

Dios, los bendiga…

Evangelio según San Juan 6,60-69.
Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?". Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?". Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".
Comentario

a) En el evangelio leemos hoy el pasaje final del capítulo 6 de san Juan, con las reacciones que produce en sus oyentes el discurso de Jesús sobre el Pan de la vida.

Para algunos resulta «duro», imposible de admitir. No se sabe qué les ha escandalizado más: el que Jesús -en definitiva, para ellos, un obrero del pueblo de al lado, aunque se haya mostrado buen predicador y haga milagros- afirme con decisión que él es el enviado de Dios y hay que creer en él para tener vida; o bien que afirme que hay que «comer su carne y beber su sangre», con una alusión al sacramento eucarístico que ellos, naturalmente, no podían entender todavía.

Jesús trata de darles pistas para que sepan entender su doble manifestación. Tanto la afirmación de que «ha bajado del cielo», como la de que hay que «comer su carne», sólo tendrán su sentido después de la Pascua: cuando Jesús haya «subido» glorioso al Padre, resucitado por el Espíritu, completando así su camino mesiánico, y cuando haya descendido el mismo Espíritu sobre los discípulos, dándoles los ojos de la fe para entender la donación del Jesús pascual como Pan verdadero. Pero no parece bastar: «desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él».

Menos mal que el grupo de discípulos, cuyo portavoz es -una vez más- Pedro, le permanecen fieles. Tal vez no han entendido del todo sus afirmaciones. Pero creen en él, le creen a él: « ¿a quién vamos a acudir? tú tienes palabras de vida eterna».

b) También en el mundo de hoy, como para los oyentes que tenía en Cafarnaúm, Jesús se convierte en signo de contradicción, como había anunciado el anciano Simeón, cuando María y José presentaron a su hijo en el Templo.

Cristo es difícil de admitir en la propia vida, si se entiende todo lo que comporta el creer en él. Es pan duro, pan con corteza. No sólo consuela e invita a la alegría. Muchas veces es exigente, y su estilo de vida está no pocas veces en contradicción con los gustos y las tendencias de nuestro mundo. Creer en Jesús, y en concreto también comulgar con él en la Eucaristía, que es una manera privilegiada de mostrar nuestra fe en él, puede resultar difícil.

Nosotros, gracias a la bondad de Dios, somos de los que han hecho opción por Cristo Jesús. No le hemos abandonado. Como fruto de cada Eucaristía, en la que acogemos con fe su Palabra en las lecturas y le recibimos a él mismo como alimento de vida, tendríamos que imitar la actitud de Pedro: « ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna».

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 77-80
www.mercaba.org

viernes, 27 de abril de 2012

“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”


¡Amor y paz!

El Evangelio insiste hoy en el acto de comer y de beber, porque la Eucaristía es un verdadero banquete. Se insiste en la vida alimentada por este Pan maravilloso: es la vida misma de Cristo, de su amor y de su sabiduría salvífica, por eso el que comulga habita en Cristo y Cristo en Él. Como en un convite amoroso, como el banquete del Cantar de los Cantares, el que han probado los grandes místicos y místicas de la Iglesia, que han llegado a sentirse transformados en Cristo para amar y servir a sus hermanos (Diario Bíblico. Cicla).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y en este viernes de la 3ª. Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 6,52-59.
Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?". Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Comentario

a) En el final del discurso de Jesús sobre el Pan de la vida, el tema es ya claramente «eucarístico». Antes hablaba de la fe: de ver y creer en el Enviado de Dios. Ahora habla de comer y beber la Carne y la Sangre que Jesús va a dar para la vida del mundo en la cruz, pero también en la Eucaristía, porque ha querido que la comunidad celebre este memorial de la cruz.

Ahora, la dificultad que tienen sus oyentes (v. 52) es típicamente eucarística: « ¿cómo puede éste darnos a comer su carne?». Antes (v. 42) había sido cristológica: «¿cómo dice éste que ha bajado del cielo?».

El fruto del comer y beber a Cristo es el mismo que el de creer en él: participar de su vida. Antes había dicho: «el que cree, tiene vida eterna» (v.47). Ahora: «el que come este pan vivirá para siempre» (v.58).

Hay dos versículos que describen de un modo admirable las consecuencias que la Eucaristía va a tener para nosotros, según el pensamiento de Cristo: «el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece (habita) en mí y yo en él» (v. 56): la intercomunicación entre el Resucitado y sus fieles en la Eucaristía. Y añade una comparación que no nos hubiéramos atrevido nosotros a afirmar: «el Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre: del mismo modo, el que me come vivirá por mí». La unión de Cristo con su Padre es misteriosa, vital y profunda. Pues así quiere Cristo que sea la de los que le reciben y le comen. No dice que «vivirá para mi», sino «por mi». Como luego dirá que los sarmientos viven si permanecen unidos a la vid, que es el mismo Cristo.

b) También el discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra celebración de la Eucaristía produce en nosotros esos efectos que él anunciaba en Cafarnaúm.

Lo de «tener vida» puede ser una frase hecha que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la Eucaristía y en ella participamos de la Carne y Sangre de Cristo, estamos más fuertes en nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿O seguimos débiles, enfermos, apáticos? Lo que dice Jesús: «el que me come permanece en mí y yo en él», ¿es verdad para nosotros sólo durante el momento de la comunión o también a lo largo de la jornada?

Después de la comunión -en esos breves pero intensos momentos de silencio y oración personal- le podemos pedir al Señor, a quien hemos recibido como alimento, que en verdad nos dé su vida, su salud, su fortaleza, y que nos la dé para toda la jornada. Porque la necesitamos para vivir como seguidores suyos día tras día.

J. Aldazábal
Enséñame tus caminos 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 74-77
www.mercaba.org

jueves, 26 de abril de 2012

“El que coma de este Pan vivirá eternamente”


¡Amor y paz!

En el discurso eucarístico, Jesús, tácitamente, se nos presenta como la verdadera sabiduría de Dios. Quien escucha lo que dice el Padre y aprende como buen discípulo la lección, va hacia Cristo. Y el que está con Cristo y cree en Él tiene la vida eterna y la resurrección.

Para vivir es necesario el pan de cada día. Para tener la vida eterna es necesario este pan de la Eucaristía que nos ofrece Jesucristo en un banquete suculento como el que la sabiduría del Antiguo Testamento ofrecía a sus devotos. Aquí la sabiduría es Jesucristo, una sabiduría nada teórica, nada intelectualista. Todo lo contrario: la sabiduría de Cristo nos da la vida en plenitud que es el amor. El verdadero amor, que para ser amor a Dios tiene que ser, necesariamente, amor al prójimo, al hermano cercano. ¿Y qué ser humano no es para nosotros cercano en estos tiempos de globalización? (Diario Bíblico. Cicla)

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 3ª. Semana de Pascua.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Juan 6,44-51.
Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
Comentario

a) El discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm sigue adelante, 
progresando hacia su plenitud.

La idea principal sigue siendo también hoy la de la fe en Jesús, como condición para la vida. La frase que la resume mejor es el v. 47: «os lo aseguro, el que cree tiene vida eterna». Ahora bien, a los verbos que encontrábamos ayer-«ver», «venir» y «creer»- hoy se añade uno nuevo: «nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no le atrae». La fe es un don de Dios, al que se responde con la decisión personal.

Dentro de este discurso sobre la fe en Jesús hay una objeción de los oyentes -que no se lee en la selección de la Misa- que refleja bien cuál era la intención de Jesús. Murmuraban y se preguntaban: «¿cómo puede decir que ha bajado del cielo?» (v. 42). Lo que escandalizaba a muchos era que Jesús, cuyo origen y padres creían conocer, se presentara como el enviado de Dios, y que hubiera que creer en él para tener vida.

Al final de la lectura de hoy parece que cambia el discurso. Ha empezado a sonar el verbo «comer». La nueva repetición: «yo soy el pan vivo» tiene ahora otro desarrollo: «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

Donde Jesús entregó su carne por la vida del mundo fue sobre todo en la cruz. Pero las palabras que siguen, y que leeremos mañana, apuntan también claramente a la Eucaristía, donde celebramos y participamos sacramentalmente de su entrega en la cruz.

b) Nosotros, cuando celebramos la Eucaristía, acogiendo la Palabra y participando del Cuerpo y Sangre de Cristo, tenemos la suerte de que sí «vemos, venimos y creemos» en él, le reconocemos, y además sabemos que la fe que tenemos es un don de Dios, que es él que nos atrae.

Tenemos motivos para alegrarnos y sentir que estamos en el camino de la vida: que ya tenemos vida en nosotros, porque nos la comunica el mismo Cristo Jesús con su Palabra y con su Eucaristía. La vida que consiguió para nosotros cuando entregó su carne en la cruz por la salvación de todos y de la que quiso que en la Eucaristía pudiéramos participar al celebrar el memorial de la cruz.

Creemos en Jesús y le recibimos sacramentalmente: ¿de veras esto nos está ayudando a vivir las jornadas más alegres, más fuertes, más llenas de vida? Porque la finalidad de todo es vivir con él, como él, en unión con él.

J. Aldazábal
Enséñame tus caminos 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 71-73

miércoles, 25 de abril de 2012

“Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia”


¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este miércoles en que celebramos la fiesta de San Marcos evangelista.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Marcos 16,15-20.
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán". Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban. 
Comentario

 "Robusteced las manos débiles y fortaleced las rodillas vacilantes " (Hb 12,12; Is 35,3)... Llevado por Bernabé y Pablo en su primer viaje apostólico, san Marcos les abandonó rápidamente para volver a Jerusalén (Hch. 15,38). A continuación, fue ayudante de san Pedro en Roma (1P 5,13). Es aquí dónde compuso su evangelio, principalmente después de encontrarse con este apóstol. Después, fue enviado por Pedro a Alejandría en Egipto, donde fundó una Iglesia, una de las más estrictas y de las más poderosas de estos tiempos de los principios...

El que abandonó la causa del Evangelio frente a los primeros peligros, se mostró más tarde a un servidor muy resuelto y fiel a Dios, y el instrumento de este cambio parece ser que fue san Pedro, que supo restablecer admirablemente a este discípulo tímido y cobarde.

Se nos da una lección a través de esta historia: por la gracia de Dios, el más débil, puede llegar a ser fuerte. Pues, no hay que poner la confianza en nosotros mismos, ni jamás despreciar a un hermano que da pruebas de debilidad, ni jamás desesperar de nadie, sino llevar su carga (Ga 6,2) y ayudarle a ir adelante...

La historia de Moisés nos muestra el ejemplo de un temperamento orgulloso e impetuoso, que el Espíritu amaestró hasta el punto de hacerlo un hombre de dulzura excepcional...:" El hombre más humilde que ha habido jamás en la tierra " (Núm. 12,3)... La historia de Marcos demuestra un caso de cambio todavía más raro: el paso de la timidez a la insolencia... Admiremos pues, en el caso de san Marcos, una transformación más asombrosa que la de Moisés: "Gracias a la fe, de débil que era, se volvió vigoroso" (cf He 11,34).

Beato John Henry Newman (1801-1890), teólogo, fundador del Oratorio en Inglaterra
Sermón «Cobardía religiosa»; PPS, vol. 2, n°16.
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