miércoles, 19 de septiembre de 2012

Jesús devela las disculpas de quienes no quieren creer


¡Amor y paz!

Dios se manifiesta en la historia de mil formas; sin embargo, hay quienes rehúyen, piden pruebas para creer, no trascienden, se aferran a una malsana inmanencia. Es la típica actitud infantil de quien exige sin dar, de quien mira sin observar, de quien cuestiona sin responder.

Es fácil mantener una actitud crítica ante los compromisos y mantenerse cruzado de brazos. Es fácil hablar y alardear de sabios sin mover un dedo. A esos hay que denunciarlos por su pecado de omisión, por su cómoda postura que no sirve para nada. Todo aquel que no esté dispuesto a cooperar para que las cosas mejoren es mejor que se calle y reconozca su impotencia (Diario Bíblico. Cicla). 

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 7,31-35.
¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos muchachos que están sentados en la plaza y se dicen entre ellos: '¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!'. Porque llegó Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen: '¡Ha perdido la cabeza!'. Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: '¡Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!'. Pero la Sabiduría ha sido reconocida como justa por todos sus hijos". 
Comentario

El relato del evangelio de hoy es la última parte de una larga narración, en la que aparece la respuesta de Jesús a los mensajeros del Bautista sobre las dudas que ellos tenían acerca de si Jesús es o no el Mesías.

El texto lo debemos leer completo (Lc 7, 18-35) y no en pequeños fragmentos. Veamos cómo comienza el relato. “Los discípulos de Juan lo tenían informado de todo aquello” (7, 18). ¿Qué es todo aquello?. Evidentemente, las cosas que acababan de suceder en Naín, incluida la reacción de la gente, de proclamar a Jesús como un gran profeta; aunque la gente descubrirá más adelante que Él es mucho más que eso.

En segundo lugar nos encontramos con la duda propia de Juan: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. La pregunta del Bautista no tiene otra intención sino la de saber quién es Jesús. La pregunta se responde con una serie de milagros de curaciones que Jesús realiza a los ojos de los mensajeros del Bautista. Después les dice que vayan a contar a Juan lo que han visto (7, 19-23). Luego de enviarlos con esa respuesta, Jesús hizo un elogio sin paralelo del Bautista, declarando que era el mayor de los nacidos de mujer (7, 28), que su grandeza no estaba en la cobardía pues no era la caña que se dejara doblegar por la fuerza del viento, por el poder del tirano de turno, ni era tampoco un cortesano, sino un profeta. Juan Bautista es reconocido entonces por Jesús como aquel que cumple el papel de mensajero y anunciador de los tiempos mesiánicos. 

Finalmente, la última parte del texto (7, 29-35) nos habla de la acogida y rechazo que Juan y Jesús tuvieron entre la gente, los fariseos y los maestros de la ley. Esta acogida o rechazo es lo que nos viene a decir el relato-imagen que Jesús da de los niños que estaban jugando en la plaza. Jesús dice que esta generación es incomprensible: “Les tocamos la flauta y no han bailado, les tocamos canciones tristes y no han querido llorar”. La imagen hace referencia, por un lado a los enviados por Dios: Juan y Jesús; y por otro, a los contradictores. Vino Juan el Bautista que se ha comportado como un asceta, que dio testimonio de pobreza y radicalidad de vida, y muchos lo despreciaron y lo consideraron como un poseído por el demonio.

Vino Jesús que se presentó como uno más, que comía y bebía con la gente, que se relacionó con todo mundo, con pecadores, prostitutas y publícanos, y lo consideraron como un borracho y comilón. En un caso y en el otro hay una falsa lectura de los signos de Dios. Como siempre, son los “hijos de la sabiduría” quienes han sabido reconocer la presencia de Dios en las palabras y los hechos de Juan y de Jesús; a pesar de la gran diferencia entre el uno y otro han sabido acoger a Jesús como el Mesías que revela el proyecto de Dios.
Servicio Bíblico Latinoamericano