¡Amor y paz!
"Conviértanse, porque
el Reino de los Cielos está cerca”. A una presencia de Cristo más intensa en
nosotros solo es posible llegar por una renovación radical de nuestro ser
interior y de nuestra conducta exterior.
Hoy, cuando celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, honramos a nuestra Madre y pedimos su intercesión.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Segundo Domingo de Adviento.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 3,1-12.
En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca". A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: 'Tenemos por padre a Abraham'. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible".
Comentario
Cuentan que un sacerdote y
un taxista que tenían idéntico nombre, murieron el mismo día. El taxista tenía
fama de ser muy mal conductor, mientras que el sacerdote era reconocido entre
sus vecinos como santo. Al llegar al cielo, al taxista lo atendieron muy bien;
lo hicieron seguir a la mejor sala y le dieron un puesto importante, mientras
que al sacerdote lo dejaron a un lado. Cuando el sacerdote se dio cuenta de la
discriminación con que lo habían tratado, le dijo a San Pedro: “Oiga, debe
haber una equivocación. Ese señor taxista se llama igual que yo, pero tenía pésima
fama entre los vecinos de nuestro pueblo. ¿Cómo es posible que lo hayan
recibido como a un santo, mientras que a mí, que fui sacerdote toda la vida, me
han dejado en un puesto sin el menor brillo?” San Pedro, entonces, le explicó
al sacerdote: “Mire, aquí trabajamos por resultados”. El sacerdote puso cara de
no haber entendido nada, de modo que San Pedro continuó: “Verá usted, los
informes que hemos recibido dicen que cuando ese taxista manejaba, todo el
mundo rezaba, incluidos los que iban en el taxi. Pero nos han informado que
cuando usted predicaba los domingos en la parroquia, todo el mundo dormía...”
El tiempo de Adviento
tiene un carácter penitencial... Es un tiempo de preparación para la venida del
Señor. Los cristianos y cristianas estamos invitados a renovar nuestra propia
vida para acoger a Dios que quiere volver a poner su tienda entre nosotros. La
misión de Juan el Bautista fue precisamente llamar a sus contemporáneos a
preparar los caminos del Señor: “En su predicación decía: ‘¡Vuélvanse a Dios,
porque el reino de los cielos está cerca!”. Eso mismo nos dice hoy a cada uno
de nosotros. Este tiempo, entonces, es una oportunidad para revisar nuestra
vida y reconocer aquellas actitudes que tenemos que cambiar. Es un tiempo de
reforma, de conversión, de cambio.
Es posible que haya
dimensiones de nuestra vida que tengamos que revisar y corregir para que Dios
pueda encarnarse de nuevo en nuestra historia. Dios no nace en el pesebre bien
adornado y bonito que organizamos en nuestras casas. No nace en los pesebres
con muchas luces y figuritas que se elaboran en las parroquias. Mucho menos va
a nacer debajo de los arbolitos de navidad que nada tienen que ver con nuestra
tradición cristiana. Dios sólo puede nacer en un corazón que se prepara para
acoger su propuesta y se dispone a dejarse transformar por el amor. Nuestro
corazón es el único pesebre en el que Dios puede volver nacer de nuevo entre
nosotros. Los otros pesebres son apenas el símbolo de lo que queremos vivir
nosotros mismos.
Es posible que nuestro
corazón, como el pesebre de Belén, no sea el lugar más elegante, ni tenga todas
las comodidades de un gran palacio. Es posible que nuestro corazón necesite una
limpieza y algunos ajustes para acoger al Hijo de Dios. Lo importante es que
esté dispuesto a recibir la pequeñez de un Dios que se abaja para rescatarnos.
Muy seguramente esto significará un cambio de rumbo en nuestro camino, una
reforma de vida, una transformación interior. Y, por otra parte, esto tendrá
que hacerse visible y expresarse en comportamientos nuevos de cercanía a los
más frágiles, de acogida a los más débiles, de amor a los más pequeños. No
olvidemos tampoco que lo más importante no son los títulos o las
certificaciones. En el cielo nos evaluarán por los resultados.
Hermann Rodríguez Osorio,
S.J.*
* Sacerdote jesuita,
Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad
Javeriana – Bogotá