lunes, 10 de septiembre de 2012

Hacer el bien no requiere horario ni calendario

¡Amor y paz!

Cuando algunos no pueden derrotar a sus adversarios con base en argumentos sólidos y veraces, optan por el camino fácil pero, finalmente, el peor: atacar no las ideas sino a las personas, hasta el extremo de llegar a eliminarlas.

Jesús resultaba incómodo para una aristocracia religiosa y política porque develaba sus contradicciones y su hipocresía. Y de tal manera los increpaba: "Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?" ¡Como si hacer el bien necesitara horario o calendario!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este lunes de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 6,6-11.
Otro sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si curaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo. Pero Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: "Levántate y quédate de pie delante de todos". Él se levantó y permaneció de pie. Luego les dijo: "Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?". Y dirigiendo una mirada a todos, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El la extendió y su mano quedó curada. Pero ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús. 
Comentario

Lucas y Marcos relatan este episodio de la curación del hombre de la mano seca, un día de sábado. Uno y otro lo sitúan en el cuadro de las polémicas suscitadas por la enseñanza del joven rabí Jesús sobre las insistencias esclerotizadas de la religión: reglas de la pureza en las comidas (Lc 5, 29-32), de ayuno (Lc 5, 33-38) y de reposo sabatino (Lc 6, 1-11).

Pero Lucas no concede gran interés a estas discusiones poco comprensibles para lectores de origen pagano. Se contenta con narrar los hechos sin conformarlos con reflexiones personales o conclusiones doctrinales. No retiene, por tanto, las notas de Mc 3, 5 sobre el endurecimiento de los fariseos y suprime toda alusión a la cólera de Jesús (Mc 3, 5).

a) Lucas evoca, sin embargo, el conocimiento que Jesús posee del corazón humano (v. 8; cf. Jn 1, 48; 2, 24-25; 4, 17-19; 6, 61-71, etc.). Así Cristo tiene no solamente un conocimiento más profundo que los otros rabinos de la ley que enseña, sino que conoce mejor a los hombres. Ahí reside el secreto de la autoridad con la que enseña y que le coloca por encima de todos los demás (cf. Lc 4, 32).

b) En la época del Señor, el ejercicio de la medicina y los cuidados personales estaban estrictamente anulados el día del sábado. ¡Más valía que sufriera el enfermo antes que el honor de Dios! Comprendiendo que la gloria de Dios está servida en primer lugar por la bondad hacia los infelices (v. 9), Jesús no duda en practicarla para honrar el sábado.

Liberar a un pobre de las cadenas del mal, ¿no es una manera más profunda de santificar este día aniversario de la liberación de Egipto que el mantenerlo en la esclavitud en pro del pretendido honor de Dios?

El sábado era observado porque estaba ordenado por la ley de Dios y constituía una característica por la que el judío se distinguía del mundo pagano ambiente. Grande fue, por tanto, el escándalo cuando el rabí Jesús osó poner en tela de juicio, no la ley, sino la manera de obedecerla y cuando fue sospechoso de preferir el hombre a la gloria de Dios. El judaísmo situaba en general todas las prescripciones del Antiguo Testamento sobre el mismo plano, puesto que todas ellas eran igualmente órdenes de Dios, pero concedía una cierta preferencia a las prescripciones cultuales en las que el hombre se eclipsa aún más ante el honor de Dios. Así ocurría con la circuncisión y con el sábado.

De hecho, Jesús reconoce que la ley representa la voluntad de Dios, pero le niega una autoridad puramente formal y externa. El hombre debe interpretar la Escritura para reconocer en ella el mandato de Dios. Por otra parte, sólo hay obediencia verdadera allí donde el hombre reconoce que la orden le concierne. Es esta, además, la razón por la que puede realizar actos en comunión con Dios allí donde no existe ningún mandamiento preciso. Este es el sentido, al parecer, de la pregunta planteada por Jesús en el v.9: es en todo caso el de la verdadera obediencia. Cristo desprecia a los fariseos que se creen perfectos porque son fieles a la ley, pero que, en el fondo, son infieles porque han ahogado toda noción de fraternidad y de solidaridad.

Existe, pues, una obediencia más radical que la sumisión a la ley; la que cumple el ego más profundo, allí donde Dios está presente, más allá del miedo de haber faltado al deber y del desprecio de los que juzgan al prójimo desde fuera, sin conocer su corazón.

Maertens-Frisque
Nueva guía de la asamblea cristiana VIII
Marova Madrid 1969.Pág 31