miércoles, 4 de junio de 2014

Lobos rapaces atentan contra la unidad de la Iglesia de Cristo

 ¡Amor y paz!

¡Qué entrañas de amor y misericordia! Jesús confiesa lo que ha hecho y cómo lo ha hecho; reconoce la dificultad que sobrevendrá a los discípulos; pide para ellos protección divina; y los envía al mundo, a evangelizarlo.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentarito, en este miércoles de la 7ª. Semana de Pascua..

Dios nos bendice…

Evangelio según San Juan 17,11b-19. 
Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo: "Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto. Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad." 
Comentario

Nuestro Dios y Padre, a pesar de nuestras grandes fragilidades, miserias y pecados, nos ha amado sin medida. Él envió a su propio Hijo, la Palabra eterna, para que, hecho uno de nosotros, nos santificara perdonándonos nuestros pecados mediante su muerte en la cruz, y dándonos nueva vida mediante su gloriosa resurrección.

Desde entonces, nuestra vocación mira a llegar a poseer los bienes eternos, pues Dios nos ha hecho coherederos de los mismos, junto con su Hijo. Pero mientras vamos como peregrinos por este mundo, quienes hemos sido santificados por el Señor, somos enviados por Él para que, en su Nombre, hagamos llegar la salvación a todos los hombres. Por eso, confiados plenamente en el Señor, no podemos huir del mundo; debemos permanecer en él como testigos de Cristo. Y puesto que nuestra naturaleza es frágil debemos dejarnos conducir por el Señor, y fortalecer por su Espíritu, de tal forma que el anuncio de la salvación no lo hagamos sólo con los labios, sino con una vida íntegra. Que el Señor nos libre del mal y nos haga auténticos testigos suyos.

Su oración ante el Padre Dios, elevada junto con su Iglesia en la Eucaristía, se convierte para nosotros en la garantía de que seremos sus testigos y los constructores fieles de su Reino entre nosotros. Elevemos, junto con Él, nuestra oración de alabanza al Padre Dios y, junto con Él, pidamos la fuerza necesaria para no dejarnos dominar por el mal.

El Señor nos quiere no sólo fraternalmente unidos, sino trabajando constantemente por la unidad, de tal forma que el amor, que procede de Él y que habita en nuestro corazón, nos haga auténticos constructores de unidad y no de división.

Al paso del tiempo han surgido lobos rapaces, que no han tenido compasión del rebaño, que han anunciado doctrinas perversas y han destruido la unidad en torno a nuestro único Dios y Padre. Él nos ama a todos y quiere que seamos un solo rebaño bajo un solo Pastor, Cristo Jesús. Santificados por la Palabra de Dios somos enviados al mundo para santificarlo, no para destruirlo. Que Dios nos conceda la Fuerza de su Espíritu Santo para que podamos vivir como testigos de Cristo, y no como predicadores de inventos nuestros, que no han nacido de Dios sino de una visión demasiado corta o mal interpretada del amor que Él nos ha manifestado por medio de su Hijo amado.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir una auténtica unidad en torno a Cristo, de tal forma que algún día podamos vivir esa unidad en plenitud en la Casa del Padre. Amén.

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