¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves en que celebramos la fiesta
de la Transfiguración del Señor.
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Marcos 9,2-10.
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos".
Comentario
La tentación de
"hacer tres tiendas" está siempre presente. Es curioso que el hombre
se preocupe siempre por construirle una casa a Dios, cuando el mismo Dios ha
bajado a la tierra para vivir en las casas de los hombres. Dios no tiene tanta
necesidad de metros cuadrados para iglesias como de acogida en el corazón
humano. Dios no quiere vivir en un "hotel para dioses" relegado como
nuestros ancianos, en una especie de parkings. Dios quiere vivir en familia con
los hombres, andar entre sus pucheros. Por ambientados que estén nuestros
templos, siempre le resultarán fríos a un Dios que busca el cobijo de los
hombres.
EMMANUEL. El
Dios-con-nosotros no puede quedar en una especie de producto situado en un
mercado al que se acude cuando se necesitan servicios religiosos. Dios no es un
objeto de consumo. Él es la vida misma del hombre, pero nosotros nos empeñamos
en confinarlo en su casa en lugar de tenerlo como compañero contínuo en el
camino de la vida.
El Dios de Jesús no se
mantiene en alturas celestiales, sino que nos señala en dirección al mundo y
quiere que como él nos encarnemos -valga la expresión- en nuestra propia carne.
Además de nuestra condición de hombres, hay algo que refuerza nuestro interés
por el mundo: nuestra fe. "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez los gozos y las esperanzas, tristezas y angustias
de los discípulos de Cristo" (G.S. núm. 1).
EUCARISTÍA 1985, 10