sábado, 12 de mayo de 2012

“Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí”

¡Amor y paz!

A veces nos sorprendemos porque hoy se rechace a quienes predican y actúan como cristianos. Pero es que van en contra de lo que predica y actúa el mundo. Otras son las motivaciones. Y entonces, dicen que la fe es oscurantismo; que la castidad es una anomalía; que el perdón de las injurias y el amor a los enemigos, una debilidad; en fin… Nadar contra la corriente del mundo es someterse a que el mundo nos odie. Ya Jesús nos lo había advertido.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la V semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 15,18-21.
Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia. Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes. Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió. 
Comentario

La lectura del evangelio de hoy describe la situación precaria de la comunidad cristiana en el mundo, que en concreto era la sociedad pagana y en parte también la judía de finales del siglo I y comienzos del siglo II. Una situación que se caracteriza por el rechazo y hasta por la persecución abiertas. La resistencia a la revelación no ha cesado con la cruz de Jesús; ahora se dirige contra la comunidad creyente que mantiene el testimonio de la revelación y que se presenta frente al mundo.

"Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí”. La exhortación a la comunidad cristiana comienza con un recuerdo lapidario: la expresión "sepan" invita a los oyentes a reflexionar sobre su situación fundamental y a que piensen en aquel Jesús al que se han unido mediante la fe.

El odio del mundo sale al paso a los discípulos, que probablemente no contaron con esta contingencia al abrazar la fe.

Que la fe suscite odio y no amor es algo que puede confundir a los cristianos sobre todo si se piensa que precisamente por la misma fe cristiana se está obligado al amor. A esto se añade el peligro, presente ya desde el comienzo, de que, frente a la amenaza de las persecuciones y dificultades, algunos cristianos se volvían atrás y apostataban. Por eso, en este texto empieza por ser tan apremiante el recuerdo de Jesús. Se les viene a decir a los cristianos: cuando os encontréis con el odio del mundo, debéis de tener presente que vuestra suerte y vuestro destino no pueden ser otros que los del propio Jesús. 
Antes que a vosotros me han odiado a mí.

Y a continuación se añade la razón teológica del hecho: los discípulos ya no pertenecen al mundo. "Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya, pero como no son del mundo sino que yo los he escogido sacándolos del mundo, por eso el mundo los odia".

Los discípulos "no son del mundo", han pasado ya "de la muerte a la vida", por lo cual se han despojado de su naturaleza mundana. Para el mundo ya no son "lo suyo", sino que ahora pertenecen a Jesús. El los ha hecho suyos mediante su elección. Porque ya no pertenecen al mundo, tampoco el mundo les demuestra su amor, habiendo perdido a sus ojos todo interés. Y por esta pertenencia a Jesús los cristianos han entrado lógicamente en esa oposición tensa y radical que hay entre Dios y el mundo. Pablo llegará a decir que "están crucificados con Jesús".

Sin embargo, han de vivir en el mundo aunque no pueden llegar a sentirse en el mundo como en su propia casa. El discípulo de Jesús no puede ya identificarse con el mundo. Y eso es justamente lo que el mundo no le puede perdonar "por eso el mundo os odia". "Y todo esto lo hará con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió".

Jesús es el testigo por excelencia del amor y de la fidelidad de Dios, pero el pueblo judío prefiere llamarle blasfemo antes que reconocerlo como Hijo de Dios.

Para creer en Jesús de Nazaret y aceptar el Reino inaugurado en su persona, el pueblo elegido tendría que haber renunciado a su orgullo, a su seguridad en sí mismo. Prefirió suprimir al testigo molesto.

La Iglesia es el cuerpo de Cristo y encarna la sabiduría de Dios. Por eso, tiene que sufrir inevitablemente los ataques del hombre que se cree dios de sí mismo y que no puede renunciar a ser él el autor de su propia salvación. Este hombre siempre buscará acusaciones contra la Iglesia, por los mismos motivos que las buscó contra Jesús. Entonces no se aceptó a Jesús como enviado de Dios. Ahora no se acepta a la Iglesia como enviada de Cristo.

"Como me envió, también yo os envió" dijo el Resucitado a los discípulos reunidos.

"Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado" /Mt/10/40.

"Aquel que tú deseas que sea cristiano que se halle dispuesto a dejarse flagelar, o que renuncie a su aceptado".