¡Amor y paz!
Muchos en la sociedad en que vivimos no tienen una
razón para vivir y han perdido el gusto por la vida. Casi deambulan desorientados y sin estímulos. Ante
esta situación, que también se daba en su tiempo, Jesús recuerda a sus
discípulos que son sal de la tierra y luz del mundo.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este Domingo de la V Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 5,13-16.
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Comentario
Cuenta la leyenda que una vez una serpiente empezó
a perseguir a una luciérnaga. Ésta huía rápido con miedo de la feroz predadora
y la serpiente al mismo tiempo no desistía. Huyó un día y ella la seguía, dos
días y la seguía. Al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y le dijo a
la serpiente: ¿Puedo hacerte tres preguntas? –No acostumbro dar este precedente
a nadie, pero como te voy a devorar, puedes preguntar, contestó la serpiente.
–¿Pertenezco a tu cadena alimenticia, preguntó la luciérnaga? –No, contestó la
serpiente –¿Yo te hice algún mal dijo la luciérnaga? –No, volvió a responder la
serpiente – Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo? –Porque no soporto verte
brillar.
“Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal
deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así
que se la tira a la calle y la gente la pisotea. Ustedes son la luz de este
mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende
una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en lo alto para
que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes
que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes
hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo”. Estas palabras de Jesús
son el mensaje que nos regala hoy el Evangelio. Toda una buena noticia que se
constituye en una tarea para todos los cristianos.
La sal servía antiguamente para evitar la
putrefacción de los alimentos. Incluso, la sal fue para muchas sociedades el
elemento que permitió realizar las primeras actividades comerciales de las que
se tiene noticia. Hoy en día, en los lugares en los que no hay energía eléctrica
y no se cuenta con medios para conservar los alimentos, se sigue teniendo la
costumbre de salar las comidas para evitar que se dañen. Con los alimentos
salados se podían hacer largos viajes sin perder las provisiones necesarias. La
sal, por tanto, da sabor, y evita la descomposición. Sin sal, una sociedad está
abocada a la corrupción y a la descomposición de sus miembros y de sus
instituciones.
Por su parte, la luz ha servido siempre para
alumbrar y dar calor al hogar. Alrededor de la luz se reunían y se reúnen las
familias para compartir la sabiduría de los mayores. Por esto, la luz también
representa el saber necesario para la supervivencia humana. La luz ha señalado
también el rumbo de los caminantes en medio de la noche. Una sociedad que
pierda la luz, termina perdiendo el saber y el sentido de su marcha hacia el
futuro.
El sabor y el saber se convierten en una dualidad
fundamental en el camino de la vida, porque vivir es ante todo encontrarle a la
vida sentido (luz) y gusto (sal). Es decir, hay que aprender a vivir con saber
y con sabor. Si logramos encontrarle a nuestra vida sentido pero no encontramos
gusto, viviremos densamente, pero tristes. Si vivimos con gusto, pero sin
encontrarle un sentido profundo, viviremos divertidos pero vacíos.
Vivir con saber es vivir con sentido, saber por qué
se vive. Vivir con sabor es vivir con gusto, encontrar cómo hay que vivir. Y no
tenemos que perder de vista que a los corruptos, y a los que no quieren que el
mundo encuentre su camino, les molesta la sal y luz. Como la serpiente
primordial, hoy también hay quienes no soportan sentir el sabor de la sal ni el
resplandor de la luz que estamos llamados a regalarle a la sociedad y a la
iglesia.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la
Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá