¡Amor y paz!
La pregunta que Jesús hizo a sus discípulos nos la
formula él hoy a nosotros. Nuestras respuestas deberán provenir de la propia
experiencia, haciendo uso de nuestros conocimiento y libertad. ¿Qué le responde
cada uno?
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este Domingo XXI del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 16,13-20.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?". Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Comentario
Llaman al teléfono a una casa de familia y contesta
una vocecita de unos cinco años... La persona que llama pregunta: – Por favor,
¿está tu mamá? – No, señor, no está. – ¿Y tu papá? – Tampoco. – ¿Estás sola? –
No, señor, estoy con mi hermano. El interlocutor, con la esperanza de poder
hablar con algún mayor le pide que le pase a su hermano. La niña, después de
unos minutos de silencio, vuelve a tomar el teléfono y dice que no puede pasar
a su hermano... – ¿Por qué no me puedes pasar a tu hermano? Pregunta el hombre,
ya un poco impacientado. – Es que no pude sacarlo de la cuna. – Lo siento, dice
la niña...
Al nacer, los seres humanos somos las criaturas más
indefensas de la naturaleza. No podemos nada, no sabemos nada, no somos capaces
de valernos por nosotros mismos para sobrevivir ni un solo día. Nuestra
dependencia es total. Necesitamos del cuidado de nuestros padres o de otras
personas que suplen las limitaciones y carencias que nos acompañan al nacer.
Otros escogen lo que debemos vestir, cómo debemos alimentarnos, a dónde podemos
ir... Alguien escoge por nosotros la fe en la que iremos creciendo, el colegio
en el que aprenderemos las primeras letras, el barrio en el que viviremos...
Todo nos llega, en cierto modo, hecho o decidido y el campo de nuestra elección
está casi totalmente cerrado. Solamente, poco a poco, y muy lentamente, vamos
ganando en autonomía y libertad.
Tienen que pasar muchos años para que seamos
capaces de elegir cómo queremos transitar nuestro camino. Este proceso, que
comenzó en la indefensión más absoluta, tiene su término, que a su vez vuelve a
ser un nuevo nacimiento, cuando declaramos nuestra independencia frente a
nuestros progenitores. Muchas veces este proceso es más demorado o incluso no
llega nunca a darse plenamente. Podemos seguir la vida entera queriendo,
haciendo, diciendo, actuando y creyendo lo que otros determinan. Este camino
hacia la libertad es lo más típicamente humano, tanto en el ámbito personal,
como social.
La fe no escapa a esta realidad. Jesús era
consciente de ello cuando pregunta primero a sus discípulos “¿Quién dice la
gente que es el Hijo del hombre?” Es, como hemos visto, una etapa necesaria e
inevitable de nuestra evolución como personas creyentes. Por allí comienza
nuestra primera profesión de fe: “Algunos dicen que Juan el Bautista; otros
dicen que Elías, y otros dicen...”
Pero no podemos quedarnos allí. No podemos detener
nuestro camino en la afirmación de lo que otros dicen. Es indispensable llegar
a afrontar, más tarde o más temprano, la pregunta que hace el Señor a los
discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Aquí ya no valen las respuestas
prestadas por nuestros padres, amigos, maestros, compañeros... Cada uno, desde
su libertad y autonomía, tiene que responder, directamente, esta pregunta.
Pedro tiene la lucidez de decir: “Tu eres el Mesías, e Hijo de Dios viviente”.
Pero cada uno deberá responder, desde su propia experiencia y sin repetir
fórmulas vacías, lo que sabe de Jesús. Ya no es un conocimiento adquirido “por
medios humanos”, sino la revelación que el Padre que está en el cielo nos
regala por su bondad.
La pregunta que debe quedar flotando en nuestro interior
este domingo es si todavía seguimos repitiendo lo que ‘otros’ dicen de Jesús o,
efectivamente, podemos responder a la pregunta del Señor desde nuestra propia
experiencia de encuentro con aquél que es la Palabra y el sentido último de
nuestra vida. Mejor dicho, la pregunta es si somos capaces de pasar al teléfono
cuando él nos llama o si todavía dependemos de alguien para responder a su
llamada...
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la
Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá