¡Amor y paz!
El evangelio que pone ante
nosotros la iglesia este año en la fiesta de la santísima Trinidad, es, ante
todo, un evangelio sobre el Espíritu santo, pero precisamente al tratar de él,
descubre el misterio de la trinidad, del Dios trino. Porque el Espíritu no
habla de sí mismo, sino que, como enviado del Padre, es su presencia
insustituible. El Padre de tal manera se da al Hijo que todo lo que él tiene es
del Hijo: cada una de las tres personas tiende hacia la otra, está solamente en
las otras y, en este círculo del amor que se desborda, vive la más alta unidad
y la más alta consistencia que suministra a todos la estabilidad y la unidad
que existe (Joseph Ratzinger. ‘El rostro de Dios’).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo en que celebramos
la solemnidad de la Santísima Trinidad. Celebramos, asimismo, la fiesta de San
Felipe Neri, a quien pedimos su intercesión.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 16,12-15.
Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora. Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. El no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir. Él tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él.Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes.»
Comentario
En muchas ocasiones hemos
indicado, al tratar la cuestión de la Trinidad, cómo la principal enseñanza que
de esta realidad podemos sacar para nuestra vida es el estilo comunitario.
Dios, en cuanto Dios-comunidad, es la mayor enseñanza de cómo debe actuar el
hombre.
Pero quizá sea bueno que
tratemos de dar un paso más y superemos ese paralelismo en que nos hemos
quedado: al igual que Dios es comunidad, el hombre debe ser comunidad. Porque
la comunidad divina no es algo cerrado en sí y presentado como modelo a los
hombres; esa comunidad es activa hacia el hombre. Y ¿cuál es esa actividad que
la comunidad divina desarrolla con el hombre? Partimos de una realidad: Dios es
inaccesible para el hombre; y éste sólo tiene un camino para conocerlo: Jesús.
A partir de aquí Dios ya no es una idea, sino el Padre que se hace visible en
Jesús.
A un Dios-idea-lejano se
le acepta fácilmente: no exige nada y con un culto desencarnado se le puede
tener contento. Un Dios-hombre que se hace historia, afecta a ésta, a la
sociedad y al hombre. Al tomar el Dios-hombre una opción en el concierto
humano, acredita unas posturas y desacredita otras.
Esto es lo que hará Jesús
con sus discípulos: comunicarles lo que ha oído del Padre, es decir: su plan
para con el mundo. Pero los discípulos (y no sólo los de entonces: los de todos
los tiempos), en un primer momento, no le comprenden.
Será el Espíritu quien
explique y aplique el mensaje de Jesús; y así, la historia del hombre, a partir
del acontecimiento Jesús, va tomando, poco a poco, conciencia del proyecto de
Dios-Padre: hacer que el hombre viva (en plenitud).
El Espíritu, por tanto,
obrando en el corazón de los hombres haciéndoles conocer a Jesús (y, con él, lo
que éste había oído del Padre), va dando la clave en que los hombres -al menos
los discípulos- deben leer la historia; ésta no es sino una dialéctica entre el
"mundo" (en el más genuino sentido del evangelio de Juan) y el
proyecto de Dios. Los discípulos deben conseguir que ese proyecto se haga
realidad; para lograrlo habrá que estar abiertos, por una parte, a la vida y a
la historia, y por otra, a la voz del Espíritu que les va interpretando esa
vida y esa historia.
Y toda esta capacidad
interpretativa le es dada a los discípulos precisamente a partir de la
exaltación (muerte de Jesús). Profundizando en este acontecimiento culmen de la
historia, la comunidad va descubriendo cómo actúa el pecado del mundo
desacreditando al justo, matando al hombre, porque el "mundo" está
guiado por un espíritu mentiroso y homicida; pero desde la resurrección, la
comunidad descubre también cómo se va ejecutando en el "mundo" esa
sentencia que lo condena al fracaso; a pesar de las victorias parciales del
"mundo", el triunfador ha de ser, a la larga, el proyecto de Dios.
Pero la acción del
Espíritu no es una simple obra de iluminación; el Espíritu no es un
"luminotecnia espiritual".
El Espíritu, además, comunica
el amor de Jesús, pone en sintonía con él a los discípulos; y así hace posible
que la comunidad, identificada con Jesús gracias a la acción sintonizadora del
Espíritu, se convierta en el nuevo enviado de Dios para comunicar a los hombres
lo que han oído del Padre.
Y esta sintonía de los
discípulos con Jesús se traduce en el amor. Sólo quien es capaz de amar a los
hombres con el mismo amor con que los amó Jesús, es decir, hasta el extremo de
dar la vida por ellos, es quien puede afirmar que ha sintonizado en su vida con
Jesús, que es portavoz de la Palabra del Padre y que obra bajo la acción del
Espíritu. En Jesús ya se realizó el plan de Dios.
Ahora ese mismo plan -plan
de amor, de desenmascarar toda muerte en el mundo aun cuando estén amparados en
el nombre de Dios, de desenmascarar toda opresión, de denunciar toda
marginación e injusticia, de llevar al hombre a la madurez y a la plenitud por
el camino de la fraternidad y de la igualdad- debe realizarse en la comunidad.
Esta, por su sintonía con Jesús, debe reproducir fielmente su estilo, debe
entregarse únicamente a interpretar la historia según el criterio del amor para
hacerla caminar hacia su culminación en Cristo Jesús. Y también es el Espíritu
el que ayuda a la comunidad a conseguir que la acción de la comunidad esté
plenamente identificada con la acción de Jesús.
La Trinidad, como vemos,
es mucho más que un dogma de lujo. Es la realidad de un Dios-comunidad que se
hace presente en la historia, conmocionando la marcha de la misma y creando
unas relaciones dialógicas personales con el hombre creyente.
Tratemos de celebrar la
festividad de hoy descubriendo si nuestra docilidad al Espíritu, nuestra
identificación con Jesús y nuestra condición de enviados del Padre son tres
realidades de las que somos perfectamente conscientes, con nuestro estilo de
vivir, son nuestra presencia fructífera en el mundo.
DABAR
1980, 32