domingo, 26 de mayo de 2013

Dios es comunidad de amor

¡Amor y paz!

El evangelio que pone ante nosotros la iglesia este año en la fiesta de la santísima Trinidad, es, ante todo, un evangelio sobre el Espíritu santo, pero precisamente al tratar de él, descubre el misterio de la trinidad, del Dios trino. Porque el Espíritu no habla de sí mismo, sino que, como enviado del Padre, es su presencia insustituible. El Padre de tal manera se da al Hijo que todo lo que él tiene es del Hijo: cada una de las tres personas tiende hacia la otra, está solamente en las otras y, en este círculo del amor que se desborda, vive la más alta unidad y la más alta consistencia que suministra a todos la estabilidad y la unidad que existe (Joseph Ratzinger. ‘El rostro de Dios’).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo en que celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Celebramos, asimismo, la fiesta de San Felipe Neri, a quien pedimos su intercesión.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 16,12-15. 
Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora. Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. El no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir. Él tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él.Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes.»
Comentario

En muchas ocasiones hemos indicado, al tratar la cuestión de la Trinidad, cómo la principal enseñanza que de esta realidad podemos sacar para nuestra vida es el estilo comunitario. Dios, en cuanto Dios-comunidad, es la mayor enseñanza de cómo debe actuar el hombre.

Pero quizá sea bueno que tratemos de dar un paso más y superemos ese paralelismo en que nos hemos quedado: al igual que Dios es comunidad, el hombre debe ser comunidad. Porque la comunidad divina no es algo cerrado en sí y presentado como modelo a los hombres; esa comunidad es activa hacia el hombre. Y ¿cuál es esa actividad que la comunidad divina desarrolla con el hombre? Partimos de una realidad: Dios es inaccesible para el hombre; y éste sólo tiene un camino para conocerlo: Jesús. A partir de aquí Dios ya no es una idea, sino el Padre que se hace visible en Jesús.

A un Dios-idea-lejano se le acepta fácilmente: no exige nada y con un culto desencarnado se le puede tener contento. Un Dios-hombre que se hace historia, afecta a ésta, a la sociedad y al hombre. Al tomar el Dios-hombre una opción en el concierto humano, acredita unas posturas y desacredita otras.

Esto es lo que hará Jesús con sus discípulos: comunicarles lo que ha oído del Padre, es decir: su plan para con el mundo. Pero los discípulos (y no sólo los de entonces: los de todos los tiempos), en un primer momento, no le comprenden.

Será el Espíritu quien explique y aplique el mensaje de Jesús; y así, la historia del hombre, a partir del acontecimiento Jesús, va tomando, poco a poco, conciencia del proyecto de Dios-Padre: hacer que el hombre viva (en plenitud).
El Espíritu, por tanto, obrando en el corazón de los hombres haciéndoles conocer a Jesús (y, con él, lo que éste había oído del Padre), va dando la clave en que los hombres -al menos los discípulos- deben leer la historia; ésta no es sino una dialéctica entre el "mundo" (en el más genuino sentido del evangelio de Juan) y el proyecto de Dios. Los discípulos deben conseguir que ese proyecto se haga realidad; para lograrlo habrá que estar abiertos, por una parte, a la vida y a la historia, y por otra, a la voz del Espíritu que les va interpretando esa vida y esa historia.

Y toda esta capacidad interpretativa le es dada a los discípulos precisamente a partir de la exaltación (muerte de Jesús). Profundizando en este acontecimiento culmen de la historia, la comunidad va descubriendo cómo actúa el pecado del mundo desacreditando al justo, matando al hombre, porque el "mundo" está guiado por un espíritu mentiroso y homicida; pero desde la resurrección, la comunidad descubre también cómo se va ejecutando en el "mundo" esa sentencia que lo condena al fracaso; a pesar de las victorias parciales del "mundo", el triunfador ha de ser, a la larga, el proyecto de Dios.

Pero la acción del Espíritu no es una simple obra de iluminación; el Espíritu no es un "luminotecnia espiritual".

El Espíritu, además, comunica el amor de Jesús, pone en sintonía con él a los discípulos; y así hace posible que la comunidad, identificada con Jesús gracias a la acción sintonizadora del Espíritu, se convierta en el nuevo enviado de Dios para comunicar a los hombres lo que han oído del Padre.

Y esta sintonía de los discípulos con Jesús se traduce en el amor. Sólo quien es capaz de amar a los hombres con el mismo amor con que los amó Jesús, es decir, hasta el extremo de dar la vida por ellos, es quien puede afirmar que ha sintonizado en su vida con Jesús, que es portavoz de la Palabra del Padre y que obra bajo la acción del Espíritu. En Jesús ya se realizó el plan de Dios.

Ahora ese mismo plan -plan de amor, de desenmascarar toda muerte en el mundo aun cuando estén amparados en el nombre de Dios, de desenmascarar toda opresión, de denunciar toda marginación e injusticia, de llevar al hombre a la madurez y a la plenitud por el camino de la fraternidad y de la igualdad- debe realizarse en la comunidad. Esta, por su sintonía con Jesús, debe reproducir fielmente su estilo, debe entregarse únicamente a interpretar la historia según el criterio del amor para hacerla caminar hacia su culminación en Cristo Jesús. Y también es el Espíritu el que ayuda a la comunidad a conseguir que la acción de la comunidad esté plenamente identificada con la acción de Jesús.

La Trinidad, como vemos, es mucho más que un dogma de lujo. Es la realidad de un Dios-comunidad que se hace presente en la historia, conmocionando la marcha de la misma y creando unas relaciones dialógicas personales con el hombre creyente.

Tratemos de celebrar la festividad de hoy descubriendo si nuestra docilidad al Espíritu, nuestra identificación con Jesús y nuestra condición de enviados del Padre son tres realidades de las que somos perfectamente conscientes, con nuestro estilo de vivir, son nuestra presencia fructífera en el mundo.

DABAR 1980, 32

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