martes, 7 de mayo de 2013

Las palabras de Jesús aseguran nuestra esperanza

¡Amor y paz!

Una confidencia muy importante se nos hace en la liturgia de hoy, Jesús, cumplida su misión salvífica en la tierra, nos dice con ternura y afecto: ha llegado el momento de que a vosotros os conviene que yo me vaya y que vosotros entréis en un nuevo régimen providencial de vida. Os habéis acostumbrado a caminar bajo mi protección. Es ya hora de que os liberéis y emprendáis más personalmente vuestra tarea, continuadora de la mía (Dominicos 2003).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la VI Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 16,5-11.
Pero ahora me voy donde Aquel que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta adónde voy. Se han llenado de tristeza al oír lo que les dije, pero es verdad lo que les digo: les conviene que yo me vaya, porque mientras yo no me vaya el Protector no vendrá a ustedes. Yo me voy, y es para enviárselo. Cuando venga él, rebatirá al mundo en lo que toca al pecado, al camino de justicia y al juicio. ¿Qué pecado? Que no creyeron en mí. ¿Qué camino de justicia? Mi partida hacia el Padre, ustedes ya no me verán. ¿Qué juicio? El del príncipe de este mundo: ya ha sido condenado.
Comentario

Las palabras de Jesús que hemos leído hoy en el evangelio de Juan, pertenecientes a la última parte de los llamados “discursos de despedida”, presentan dificultades de interpretación reconocidas por mentes tan poderosas como la de san Agustín y la de santo Tomás de Aquino. Es que en la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, hay pasajes así, difíciles de interpretar, de entender, para nosotros que estamos tan lejos en el tiempo y en el espacio de los autores inspirados que los compusieron. Pero la dificultad no puede impedir que hagamos un esfuerzo, con humildad y docilidad a la inspiración divina, para captar el mensaje.

En primer lugar Jesús constata la tristeza de sus discípulos ante su inminente partida, una tristeza tan grande que les impide incluso preguntarle nuevamente a dónde va. Se han quedado callados y preocupados. Jesús trata de subirles los ánimos insistiéndoles en que les es conveniente su partida pues, de lo contrario, no recibirían al Paráclito, el abogado defensor, el amigo consolador, el Espíritu de Dios que vendrá sobre ellos para suplir a plenitud la presencia visible de Jesús.

Por otra parte, Jesús les revela algo de la futura acción del Espíritu: es como una especie de juicio ante un tribunal, como si se anticipara el juicio final. El lenguaje empleado aquí por el evangelista pertenece claramente al mundo de la jurisprudencia de la época. El Espíritu que ha de confortar y fortalecer a los discípulos en cambio declarará reo al mundo, manifestará cuál ha sido su pecado, ejercerá la justicia y dictará la sentencia.

En el conjunto del Evangelio ha quedado claro que el mundo, entendido, como hemos dicho ya, en el sentido de las fuerzas sociales, históricas y económicas opuestas al plan divino, ese mundo ha rechazado a Cristo, se ha negado a aceptar su Palabra, ha preferido sus tinieblas de pecado a la luz poderosa de la bondad y la verdad divinas. Ese es el pecado del mundo que el Espíritu revelará especialmente ante los mismos discípulos para que puedan apreciar en su justa medida la inocencia de Cristo condenado injustamente a muerte, y la maldad del mundo cerrado sobre su orgullo y egoísmo. El Espíritu hará justicia, o mejor: mostrará a los discípulos la justicia de Dios que resucitando a Jesús de entre los muertos lo entroniza a su derecha, por eso ya no lo ven, porque ha vuelto a la invisible gloria del Padre. Y, también, porque manifestará a los discípulos que el mundo es reo de su pecado, de haber rechazado la presencia de Dios en Jesús. Viene luego, por supuesto, la sentencia o la condena que recae sobre “el Príncipe de este mundo”. Se trata de la personificación de las fuerzas malignas de la historia: la injusticia ejercida sobre los inocentes, la opresión de los pobres con su secuela de males, la tiranía de los sistemas totalitarios. El Espíritu de Dios, declara Cristo a sus discípulos, realizará este juicio de la historia, en el cual brillará la justicia y la bondad divinas a favor de los suyos. 

A nosotros corresponde escrutar en los acontecimientos de nuestro tiempo, este triunfo del amor y de la justicia de Dios, sin dejarnos intimidar por la aparente potencia del mal y del pecado. Las palabras de Jesús aseguran nuestra esperanza.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).