lunes, 8 de marzo de 2010

¿IGNORAMOS A JESÚS QUE NOS INVITA A LA CONVERSIÓN?

¡Amor y paz!

La historia se repite. Aún muchos enviados de Dios son rechazados en tierras hostiles al cristianismo. Pero, la más de las veces, simplemente son ignorados.
¿Cuántas veces nos ha enviado Dios diferentes profetas en las personas de nuestros padres, maestros, amigos, sacerdotes o, incluso, desconocidos? ¿En cuántas ocasiones nos han pedido escuchar o leer la Palabra de Dios? ¿Cuántas veces a través de su Palabra el Señor nos ha invitado a cambiar de vida? ¿Cuántas veces, también, hemos dejado que el consejo entre por un oído y salga por otro?

La Cuaresma nos invita a abrir, no solo nuestro corazón, sino toda nuestra vida al mensaje de Cristo, a su Evangelio y a su amor. No desaprovechemos esta oportunidad.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la 3ª semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 4,24-30.

Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Comentario

I. Jesús, estás hablando en la sinagoga de Nazaret a los habitantes de tu pueblo. Allí están tus compañeros de infancia, tus amigos y amigas. Y sus padres, aquellos que habían ido tantas veces a San José para pedirle un favor, para que les arreglara algo. Todos te miraban como un chico ejemplar, como un compañero estupendo. Pero… ¡un profeta!: esto ya es demasiado.

No te reconocen, Jesús. Tu infancia y juventud habían sido tan normales que ahora no pueden aceptar tu divinidad y necesitan milagros como prueba de que eres el Mesías. Ningún profeta es bien recibido en su patria.

¿Cuántas veces había pasado ya en el Antiguo Testamento, y cuántas veces ha pasado también en la historia de la Iglesia!: verdaderos santos queridos en todo el mundo pero criticados en su propia patria. Y es que un santo no tiene por qué ser espectacular hacia fuera, aunque muchas veces se note realmente su unión con Dios por el amor que tiene a los demás; basta con que sea espectacular hacia dentro: en su amor, en su entrega, en su humildad, en su sacrificio escondido y discreto.

Jesús, Tú no quieres hacer la exhibición, el “milagrito” que te pedían. Prefieres la naturalidad: santificar la vida corriente, las relaciones de amistad, el trabajo ordinario. Que aprenda a seguir el ejemplo de tu vida ordinaria en Nazaret: trabajando, sirviendo, siendo amable con todos, buscando hacer la voluntad de tu Padre Dios en cada momento, en vez de buscar el aplauso humano.

II. Me dices: cuando se presente la ocasión de hacer algo grande... ¡entonces!
-¿Entonces? ¿Pretendes hacerme creer, y creer tú seriamente, que podrás vencer en la Olimpiada sobrenatural, sin la diaria preparación, sin entrenamiento? (1).

A veces me creo que no pasa nada por no luchar en las típicas batallas de cada día: el minuto heroico; esas horas de estudio bien aprovechadas; pequeños detalles de servicio como ordenar las sillas, recoger la mesa, dejar el mejor sitio a otro, etc… Así –pienso- “me reservo” para las grandes ocasiones.

Y luego, Jesús, me sorprendo porque tengo fallos más gordos o, a la hora de la verdad, no sé ser generoso. Tu vida oculta en Nazaret, viviendo como uno más pero llenando el día de detalles de amor a Dios y a los demás –viviendo vida de Hijo de Dios en medio del mundo- me anima a ver las cosas de otra manera. La vida oculta de Nazaret, permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de la vida humana. (2).

Ayúdame a vivir las cosas más vulgares con vibración de eternidad: dándome cuenta de que es ahí donde me estás buscando, donde esperas que te demuestre que soy tu discípulo, hijo de Dios... Todo ello con naturalidad, sin alardear de una santidad que no tengo; pensando en tu vida de Nazaret, como uno más, pero –eso sí- sin dejarme ganar en el amor a Ti.

Si vivo con esa presencia de Dios, luchando con constancia en los pequeños detalles del trabajo y de la vida familiar, estaré “en forma” para luchar –y vencer- en tentaciones más grandes o en momentos más difíciles. Cualquier prueba, incluso “olímpica”, podré superar –con tu gracia- si cada día me venzo en algún detalle pequeño. Y sobretodo, esa vida oculta y ordinaria en apariencia, por estar llena de amor, me permitirá entrar en comunión contigo, Jesús.
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Notas
1. Camino, 822
2. Catecismo, 533.
Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.
www.mercaba.org