domingo, 4 de noviembre de 2012

Si amamos a Dios, debemos amar a sus hijos, nuestros hermanos


¡Amor y paz!

San Juan ha hecho eco de las afirmaciones de Jesús hoy en el Evangelio: «Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Juan 4,20-21).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXXI Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 12,28b-34.
Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los  mandamientos?". Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos". El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios". Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Comentario

Desde los tiempos de Jesús, las personas han querido separar los dos mandamientos más importantes de la ley de Dios. O aman a Dios sobre todas las cosas, viviendo una espiritualidad exclusivamente vertical, o aman sólo a su prójimo, viviendo una espiritualidad exclusivamente horizontal. Hay una historia que puede ayudarnos a entender lo funesto que puede resultar separar estos dos vectores que deben coexistir simultáneamente en nuestra espiritualidad: Creer en Dios es creer en los hermanos/as y desearles lo mejor; y creer en los hermanos/as y desearles lo mejor, es también creer en Dios.

Cuentan que un hombre fue a una peluquería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos, entabló una amena conversación con la persona que le atendía. Hablaron de muchas cosas y tocaron muchos temas. De pronto tocaron el tema de Dios. El peluquero dijo: – Fíjese, caballero, que yo no creo en la existencia de Dios, como usted afirma. – Pero, ¿por qué dice usted eso? – preguntó el cliente. – Pues es muy fácil, – respondió el peluquero – basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O dígame, ¿si Dios existiera, habría tantos enfermos, habría niños abandonados, y tanto sufrimiento en este mundo? No puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas. El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión con un hombre que pasaba a cada momento su navaja afilada muy cerca de su garganta...

El peluquero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Apenas dejaba la peluquería, cuando vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largos, que parecía no haber visitado una peluquería hacía mucho tiempo. Entonces, el hombre entró de nuevo a la peluquería y le dijo al peluquero: – ¿Sabe una cosa? Acabo de darme cuenta de que los peluqueros no existen. – ¿Cómo que no existen? – preguntó el peluquero –. Si aquí estoy yo y soy peluquero. – ¡No!, Dijo el cliente, no existen porque si existieran, no habría personas con el pelo así y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle. – ¡Ahh!, los peluqueros sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí. ¡Exacto! – Dijo el cliente. – Ese es el punto. Dios si existe, lo que pasa es que las personas no van hacia El y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria en este mundo.

Cuestionar la existencia de Dios porque hay dolor y sufrimiento en el mundo es olvidarse que nuestra fe en Dios exige, precisamente, que nos ocupemos de los demás, como Dios quiere. Y que en la medida en que nosotros colaboramos con la obra de Dios, que es construir seres humanos plenos, según la estatura de Jesús, estamos haciendo creíble la fe en este Dios. No podemos separar la fe en Dios del mandamiento de la caridad para con nuestro prójimo; pero tampoco podemos separar la caridad con nuestro prójimo, de la fe en Dios. Esto es lo que Jesús quería resaltar cuando le responde al maestro de la ley que nos presenta el Evangelio hoy. Por tanto, deberíamos decir, con este maestro: “Muy bien, Maestro. Es verdad lo que dices: hay un solo Dios, y no hay otro fuera de él. Y amar a Dios con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios que se queman en el altar”. Sólo así, podremos escuchar de Jesús aquello de “No estás lejos el reino de Dios”. Estaremos cerca del reino de Dios si no separamos estos dos mandamientos.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá