¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este viernes 21 del tiempo ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice
1ª Lectura (1Cor 1,17-25):
No me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el
Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de
Cristo. El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de
perdición; pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es
fuerza de Dios. Dice la Escritura: «Destruiré la sabiduría de los sabios,
frustraré la sagacidad de los sagaces». ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el
escriba? ¿Dónde está el sofista de nuestros tiempos? ¿No ha convertido Dios en
necedad la sabiduría del mundo?
Y como, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la
sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a
los creyentes. Porque los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría;
pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos,
necedad para los gentiles; pero para los llamados a Cristo, judíos o griegos,
un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es
más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
Salmo responsorial: 32
R/. La misericordia del Señor llena la tierra.
Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los
buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez
cuerdas.
Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la
justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.
El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los
pueblos, pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su
corazón, de edad en edad.
Versículo antes del Evangelio (Lc 21,36):
Aleluya. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para manteneros en pie ante el Hijo del hombre. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 25,1-13):
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: ‘¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan’. Pero las prudentes replicaron: ‘No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis’. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’. Pero él respondió: ‘En verdad os digo que no os conozco’. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora».
Comentario
Hoy, Viernes XXI del tiempo ordinario, el Señor nos
recuerda en el Evangelio que hay que estar siempre vigilantes y preparados para
encontrarnos con Él. A medianoche, en cualquier momento, pueden llamar a la
puerta e invitarnos a salir a recibir al Señor. La muerte no pide cita previa.
De hecho, «no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25,13).
Vigilar no significa vivir con miedo y angustia. Quiere decir vivir de manera
responsable nuestra vida de hijos de Dios, nuestra vida de fe, esperanza y
caridad. El Señor espera continuamente nuestra respuesta de fe y amor,
constantes y pacientes, en medio de las ocupaciones y preocupaciones que van
tejiendo nuestro vivir.
Y esta respuesta sólo la podemos dar nosotros, tú y yo. Nadie lo puede hacer en
nuestro lugar. Esto es lo que significa la negativa de las vírgenes prudentes a
ceder parte de su aceite para las lámparas apagadas de las vírgenes necias: «Es
mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis» (Mt 25,9). Así, nuestra
respuesta a Dios es personal e intransferible.
No esperemos un “mañana” —que quizá no vendrá— para encender la lámpara de
nuestro amor para el Esposo. Carpe diem! Hay que vivir en cada segundo de nuestra
vida toda la pasión que un cristiano ha de sentir por su Señor. Es un dicho
conocido, pero que no estará de más recordarlo de nuevo: «Vive cada día de tu
vida como si fuese el primer día de tu existencia, como si fuese el único día
de que disponemos, como si fuese el último día de nuestra vida». Una llamada
realista a la necesaria y razonable conversión que hemos de llevar a término.
Que Dios nos conceda la gracia en su gran misericordia de que no tengamos que
oír en la hora suprema: «En verdad os digo que no os conozco» (Mt 25,12), es
decir, «no habéis tenido ninguna relación ni trato conmigo». Tratemos al Señor
en esta vida de manera que lleguemos a ser conocidos y amigos suyos en el
tiempo y en la eternidad.
Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (Tremp, Lleida, España)
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