Jesús eligió a los que
quiso. Lo hizo no para crear un una secta, un grupo cerrado, un club de fans
que le vitorearan por sus acciones y milagros sino para asociarlos
estrechamente a su misma misión y destino, para preparar a los futuros guías de
las comunidades cristianas.
Ninguno de los elegidos
fue un superhombre, tampoco fueron personas influyentes en la estructura
social, ni sabios maestros, ilustrados intelectuales o gente de la
aristocracia. Quizás le hubieran ido mejor las cosas si se hubiera rodeado de
gente más reconocida pero como se ve, para realizar su obra, Jesús, prefirió lo
que no contaba socialmente, para que así se manifestase mejor la acción y la
fuerza salvadora de Dios (Claretianos 2003).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 2ª. Semana del
Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos
3,13-19.
Después subió a la montaña
y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a
doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de
expulsar a los demonios. Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el
sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a
los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés,
Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el
Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Comentario
De entre la multitud Jesús
escoge doce, a los que da el nombre de Apóstoles. Hay una finalidad: Para que
se queden con Él; para mandarlos a predicar y para que tuvieran el poder de
expulsar a los demonios. En primer lugar hay que tener una experiencia personal
del Señor. Un enviado debe convivir con quien le envía y saber cuáles son sus
planes, sus proyectos; en el caso de los apóstoles: conocer el plan, el
proyecto de salvación de Dios sobre la humanidad. Y no sólo conocer la voluntad
de Dios, sino ser uno mismo objeto de esa voluntad salvífica. Entonces podrá
uno ir no sólo como profeta, sino como testigo del amor y de la misericordia de
Dios. Quien va, no en nombre propio, sino en Nombre de Jesús, participa de su
Misión, la que Él recibió del Padre; y participa también de su poder para
vencer al mal. Así, el enviado se convierte en la prolongación de Jesús en la
historia; es el memorial del Señor que continúa salvando, que continúa
liberando al hombre de sus esclavitudes, y que continúa entregando su vida para
que a todos llegue el perdón de Dios, y la Vida y el Espíritu que Él ofrece a
quienes crean en Él.Para los que hemos sido llamados como testigos de Cristo en el mundo, el reunirnos para la celebración de la Eucaristía se convierte, para nosotros, en una necesidad que nos lleva tanto a estar con el Señor, como a escuchar su Palabra para hacerla nuestra, y para conformar a ella nuestra vida. Sólo después de haber estado con el Señor podremos anunciar con verdad su Nombre a los demás. Cristo nos quiere siempre unidos a Él. Y esto se realiza especialmente en la Eucaristía; pero también se realiza a través de nuestra unión a quienes Él escogió como apóstoles suyos y como sucesores de ellos en la Iglesia. Quien viva fiel en la escucha y en la puesta en práctica de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, puede decir que entra en intimidad con Cristo y permanece en la Verdad. Por eso, a la par que vivimos nuestra unión con el Señor en la celebración del Memorial de su Pascua, aprendamos a vivir unidos a aquellos que legítimamente han sido constituidos por el Señor en Pastores de su Pueblo.
Dios ha enviado su Iglesia a proclamar el Evangelio. La Buena noticia del amor de Dios no podemos proclamarla sólo por habernos convertido en eruditos de la predicación. Quien no entre en una relación de intimidad con el Señor no puede sentirse autorizado a proclamar el Evangelio de Salvación a los demás; pues no son los medios humanos, sino el Espíritu Santo el que da la eficacia necesaria al anuncio del Evangelio, para que se convierta en Palabra de Salvación para el mundo. A partir de vivir unidos a Jesucristo por la fe podremos ver con sus ojos el mundo y su historia; entonces podremos sentir como nuestras las miserias de los demás, y buscaremos soluciones adecuadas a las mismas, no desde nuestras imaginaciones, sino desde el corazón amoroso y misericordioso de Dios. El que vive lejos de Dios y se dedica a proclamar su Nombre, lo único que hará es tratar de pasar como un sabio, conforme a los criterios del mundo, esperando la alabanza de los demás por sus discursos bien elaborados, pero será incapaz de involucrarse en la acción salvífica de Dios, aceptando incluso dar su vida por los demás.
Roguémosle a Dios que nos
conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia
de vivir de tal forma unidos a Jesucristo que no sólo anunciemos su Nombre a
los demás con las palabras, sino que nuestra vida misma se convierta en un
signo de su amor salvador para toda la humanidad. Amén.
Homiliacatolica.com