¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves de la 3ª semana del Tiempo Ordinario, ciclo A.
Dios nos bendice...
Primera Lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (10,19-25):
Teniendo entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando
con el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la
cortina, o sea, de su carne, y teniendo un gran sacerdote al frente de la casa
de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón
purificado de mala conciencia y con el cuerpo lavado en agua pura. Mantengámonos
firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa;
fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad y a las buenas
obras. No desertéis de las asambleas, como algunos tienen por costumbre, sino
animaos tanto más cuanto más cercano veis el Día.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 23,1-2.3-4ab.5-6
R/. Este es el grupo que viene a tu presencia,
Señor
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(4,21-25):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: «¿Se trae el candil para meterlo
debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se
esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que
salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la
usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará y al que no
tiene se le quitará hasta lo que tiene.»
Palabra del Señor
Reflexión
La liturgia de hoy recuerda a los santos Timoteo y Tito. Fueron discípulos predilectos de San Pablo y a ellos les escribe unas cartas cuyas enseñanzas nos ayudan a conocer mejor los afectos y sentimientos tan humanos del gran apóstol Pablo. Le dice a Timoteo: “tengo siempre tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día”. Pablo lo quería como un padre quiere a su hijo.
Y en esta carta de hoy yo descubro también la importancia de la familia en la transmisión de la fe cristiana. Pablo se llena de alegría “refrescando la memoria de tu fe sincera, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú”.
Podemos situarnos en aquellos primeros años de evangelización de Europa en medio de persecuciones y viendo al gran apóstol Pablo encarcelado en Roma esperando ser presentado ante el tribunal del Emperador que lo condenó a ser decapitado. Hoy nos parece imposible que las comunidades cristianas hayan podido resistir tanto sufrimiento. Pero la sangre de los mártires ha sido siempre y será semilla de nuevos cristianos. Decía el Cardenal Narciso Jubany recordando el martirio del Obispo Irurita de Barcelona: “En la historia humana hay un gran misterio: el de la persecución del mal contra el bien. Jesucristo nos da la razón de ese misterio. El martirio pertenece a la misma esencia de la identidad cristiana. Sin el martirio no existiría la Iglesia. El misterio de la persecución hace que la perversidad humana aborrezca a quienes llevan estampado el nombre de Dios en su vida”.
Sabemos de tantos miles de cristianos asesinados por su fe en Jesús también hoy día en Irak, Siria y otros lugares. Es el testimonio de estos hermanos nuestros el que nos mantiene despiertos.
Jesús envió a los setenta y dos discípulos como un anticipo y ensayo de la misión universal que en realidad comenzó después de Pascua. Pero este envío hecho por Jesús nos hace ver la urgencia que Él tenía de que su mensaje llegara a todas partes. “Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”, les dirá Jesús. Para realizarlo cuenta con la buena voluntad y la vocación evangelizadora de cada uno de sus discípulos.
Recordemos que cuando hacemos el bien, estamos evangelizando. Y cada vez que nosotros ponemos en práctica lo que enseñamos a los demás, la fe verdadera crece en esta tierra, pues “las palabras convencen, pero sólo los ejemplos arrastran”.
Carlos Latorre
Ciudad Redonda