jueves, 21 de noviembre de 2013

“Jesús prefiere llorar de impotencia a privar al hombre de su libertad”

¡Amor y paz!

Jerusalén ha conocido la visita salvífica de Dios en Jesús. Pero la ha rechazado. Ya no se le ofrece otra oportunidad. Yo sólo queda que se manifiesten las consecuencias de este rechazo, ya sólo queda la destrucción como herencia. Jesús llora por su ciudad. Son lágrimas de compasión. Y lágrimas de impotencia. Ha hecho todo lo posible por la paz de la ciudad (cf. 13. 34-35).

El poder de Dios se ha hecho amor y debilidad en Jesús. Pero ese poder ha chocado contra la dureza del corazón humano. Dios prefiere "llorar de impotencia en Jesús antes que privar al hombre de su libertad" (Stöger). Este llanto es todavía llamamiento, aunque inútil también, a la conversión. Aceptar a Jesús es el camino para la paz. Rechazarlo es la ruina. Sólo en él está la salvación (cf. Hch 4. 12). (Comentarios Bíblicos-5.Pág. 568).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga..

Evangelio según San Lucas 19,41-44.
Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: "¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios".
Comentario

Ojalá y hoy aprovechemos la oportunidad que hoy Dios nos da, y que nos puede conducir a la paz. Ojalá y escuchemos hoy la voz del Señor y no endurezcamos ante Él nuestro corazón. No cerremos nuestros ojos ante el gran amor misericordioso que el Señor nos ha manifestado. Pues Él, a pesar de que éramos pecadores, dio su vida por nosotros. Y con eso nos está manifestando cuánto nos ama. No podemos quedarnos con la mirada sólo puesta en las cosas pasajeras; no dejemos que ellas emboten nuestra mente ni nuestro corazón. Abramos los ojos ante la vocación a la que Dios nos llama; contemplemos a su Hijo que, después de padecer por su fidelidad amorosa al Padre Dios y a nosotros, ahora vive para siempre, reinando sentado a la diestra del mismo Padre Dios. Hacia allá se encaminan nuestros pasos. Si creemos en Cristo, nos hemos de hacer uno con Él; hemos de vivir conforme a su Vida en nosotros; y hemos de actuar dejándonos conducir por su Espíritu, que habita en nosotros como en un templo. Mientras aún es tiempo; mientras aún es de día, trabajemos esforzadamente para que el Reino de Dios llegue a su plenitud entre nosotros, antes de que se apaguen nuestros ojos y que, ya no habiendo más oportunidad, en lugar de ser parte de la Construcción de la Jerusalén celeste, nos derrumbemos irremediablemente por no haber aprovechado el día y el año de Gracia del Señor en nosotros.

Jesús no quiere que sólo nos quedemos contemplándolo; Él quiere hacer su morada en nosotros para que seamos convertidos en un instrumento de su amor para todos los hombres. Por eso hemos de escuchar su Palabra con actitud de discípulos fieles, que no sólo entienden el mensaje de Dios, sino que son los primeros en vivirlo. La Iglesia de Cristo, unida a su Señor, no sólo es consciente de su presencia entre nosotros; es consciente, también, de que el Señor la ha convertido en presencia suya en el mundo. Por eso la Comunión de Vida con el Señor, fortalecida día a día en la Celebración Eucarística, debe hacer resplandecer a la Iglesia con la misma luz de Cristo para todos los pueblos. No seamos de aquellos que, habiéndose acercado a la luz, continúan en sus maldades y pecados, convirtiéndose en ocasión de escándalo para los demás. Si vivimos nuestra unión con el Señor seamos luz para nuestros hermanos, como Él lo es para con nosotros.

¿Trabajamos constantemente por erradicar el mal en el mundo? Si hemos tomado ese compromiso de Cristo como nuestro, no podemos actuar con violencia tratando de hacer que los demás se unan a Cristo y le permanezcan fieles por la fuerza. Erradicar el mal que hay en el mundo significa que la Iglesia de Cristo vive, cada día de un modo más perfecto, el mensaje de salvación que su Señor le ha confiado. Y lo vive en los diversos ambientes en que se desarrolle la existencia de los diversos miembros que la conforman. Así va actuando con el silencio efectivo de quien se ha convertido, por la presencia del Espíritu Santo en su interior, en fermento de santidad en el mundo. Ojalá y nuestro compromiso con el Señor vaya un poco más allá, preparándonos adecuadamente para colaborar en las diversas acciones pastorales y de catequesis en sus diversos niveles, para que no sólo demos testimonio con nuestra vida, sino para que, con nuestras palabras, colaboremos para que el anuncio del Evangelio y la profundización en el mismo, haga que el Señor sea cada vez más conocido, para ser cada vez más amado. Así, realmente, todos podremos aprovechar la oportunidad que Dios nos da para alcanzar la perfección en Cristo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivirle fieles y de proclamar su Nombre a todas las naciones mediante nuestras palabras y, sobre todo, mediante una vida y conducta intachables. Amén.