¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves 23 del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (1Cor 8,1b-7.11-13):
El conocimiento engríe, lo constructivo es el amor. Quien
se figura haber terminado de conocer algo, aún no ha empezado a conocer como es
debido. En cambio, al que ama a Dios, Dios lo reconoce. Vengamos a eso de comer
de lo sacrificado. Sabemos que en el mundo real un ídolo no es nada, y que Dios
no hay más que uno; pues, aunque hay los llamados dioses en el cielo y en la
tierra —y son numerosos los dioses y numerosos los señores—, para nosotros no
hay más que un Dios, el Padre, de quien procede el universo y a quien estamos
destinados nosotros, y un solo Señor, Jesucristo, por quien existe el universo
y por quien existimos nosotros.
Sin embargo, no todos tienen ese conocimiento: algunos, acostumbrados a la
idolatría hasta hace poco, comen pensando que la carne está consagrada al ídolo
y, como su conciencia está insegura, se mancha. Así, tu conocimiento llevará al
desastre al inseguro, a un hermano por quien Cristo murió. Al pecar de esa
manera contra los hermanos, turbando su conciencia insegura, pecáis contra
Cristo. Por eso, si por cuestión de alimento peligra un hermano mío, nunca
volveré a comer carne, para no ponerlo en peligro.
Salmo responsorial: 138
R/. Guíame, Señor, por el camino eterno.
Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me
siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y
mi descanso, todas mis sendas te son familiares.
Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras.
Señor, sondéame y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno.
Versículo antes del Evangelio (1Jn 4,12):
Aleluya. Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 6,27-38):
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo
a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te
hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto,
no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no
se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros
igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los
pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a
vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si
prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También
los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más
bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a
cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque
Él es bueno con los ingratos y los perversos.
»Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis
juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados.
Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en
vuestro regazo. Porque con la medida con que midáis se os medirá».
Comentario
Hoy, en el Evangelio, el Señor nos pide por dos veces que
amemos a los enemigos. Y seguidamente da tres concreciones positivas de este
mandato: haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad
por los que os difamen. Es un mandato que parece difícil de cumplir: ¿cómo
podemos amar a quienes no nos aman? Es más, ¿cómo podemos amar a quienes
sabemos cierto que nos quieren mal? Llegar a amar de este modo es un don de
Dios, pero es preciso que estemos abiertos a él. Bien mirado, amar a los enemigos
es lo más sabio humanamente hablando: el enemigo amado se verá desarmado;
amarlo puede ser la condición de posibilidad para que deje de ser enemigo. En
la misma línea, Jesús continúa diciendo: «Al que te hiera en una mejilla,
preséntale también la otra» (Lc 6,29). Podría parecer un exceso de mansedumbre.
Ahora bien, ¿qué hizo Jesús al ser abofeteado en su pasión? Ciertamente no
contraatacó, pero respondió con una firmeza tal, llena de caridad, que debió
hacer reflexionar a aquel siervo airado: «Si he hablado mal, di en qué, pero si
he hablado como es debido, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,22-23).
En todas las religiones hay una máxima de oro: «No hagas a nadie lo que no
quieres que te hagan a ti». Jesús es el único que la formula en positivo: «Lo
que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente» (Lc 6,31).
Esta regla de oro es el fundamento de toda la moral. Comentando este versículo,
nos alecciona san Juan Crisóstomo: «Todavía hay más, porque Jesús no dijo
únicamente: ‘desead todo bien para los demás’, sino ‘haced el bien a los
demás’»; por eso, la máxima de oro propuesta por Jesús no se puede quedar en un
mero deseo, sino que debe traducirse en obras.
Rev. D. Jaume AYMAR i Ragolta (Badalona, Barcelona, España)
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