¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes en que celebramos la solemnidad de la Asunción de la Virgen María.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 1,39-56.
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Comentario
Toda la celebración de hoy debería tener un tono de victoria y esperanza. El triunfo de la Madre de Jesús es un poco nuestro propio triunfo y el de toda la humanidad.
Precisamente porque estamos viviendo tiempos difíciles, en que no abundan las buenas noticias, y la humanidad puede decirse que anda desorientada y desanimada, los cristianos hacemos bien en celebrar esta fiesta de la Virgen, como un acto positivo de reafirmación de nuestra esperanza, dejándonos contagiar de su alegría. Es una fiesta que ilumina el verano -en nuestro hemisferio Norte, o el invierno en el Sur- y a muchas poblaciones les es ocasión de una fiesta mayor, humana y cristiana. Una fiesta de las más populares y consoladoras que la comunidad cristiana dedica a la Virgen María.
VICTORIA EN TRES NIVELES
La fiesta de hoy se puede decir que tiene tres niveles:
a) Es la victoria de Cristo Jesús: el Señor Resucitado, tal como nos lo presenta Pablo, es el punto culminante del plan salvador de Dios. Él es la "primicia", el primero que triunfa plenamente de la muerte y del mal, pasando a la nueva existencia. El segundo y definitivo Adán que corrige el falló del primero.
b) Es la victoria de la Virgen María, que, como primera seguidora de Jesús y la primera salvada por su Pascua, participa ya de la victoria de su Hijo, elevada también ella a la gloria definitiva en cuerpo y alma. Ella, que supo decir un "sí" radical a Dios, que creyó en él y le fue plenamente obediente en su vida (."hágase en mí según tu Palabra"), es ahora glorificada y asociada a la victoria de su Hijo. En verdad "ha hecho obras grandes" en ella el Señor.
c) Pero es también nuestra victoria, porque el triunfo de Cristo y de su Madre se proyecta a la Iglesia y a toda la humanidad. En María se retrata y condensa nuestro desuno. A1 igual que su "sí" fue como representante del nuestro, también el "sí" de Dios a ella, glorificándola, es también un sí a nosotros: nos señala el destino que Dios quiere para todos. La comunidad eclesial es una comunidad en marcha, en lucha constante contra el mal. La Mujer del Apocalipsis, la Iglesia misma, y dentro de ella de modo eminente la Virgen María, nos garantizan nuestra victoria final. La Virgen es "figura y primicia de la Iglesia, que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra" (prefacio).
UN SÍ A LA ESPERANZA
La Asunción es un grito de fe en que es posible la salvación y la felicidad: que va en serio el programa salvador de Dios. Es una respuesta a los pesimistas, que todo lo ven negro. Es una respuesta al hombre materialista, que no ve más que los factores económicos o sensuales: algo está presente en nuestro mundo que trasciende nuestras fuerzas y que lleva más allá. Es la prueba de que el destino del hombre no es la muerte, sino la vida. Y además, que es toda la persona humana, alma y cuerpo, la que está destinada a la vida total, subrayando también la dignidad y el futuro de nuestra corporeidad.
En María ya ha sucedido. En nosotros no sabemos cómo y cuándo sucederá. Pero tenemos plena confianza en Dios: lo que ha hecho en ella quiere hacerlo también en nosotros. La historia "tiene final feliz".
CADA EUCARISTÍA NOS ACERCA A NUESTRA ASUNCIÓN
Cada vez que participamos en la Eucaristía, elevamos a Dios nuestro canto de alabanza, como hizo María con su Magnificat. La plegaria eucarística que el presidente proclama en nombre de todos es como un Magnificat prolongado por la historia de amor y salvación que va construyendo Dios.
Cada vez que participamos en la Eucaristía recibimos como alimento el Cuerpo y la Sangre del Señor Resucitado: y él nos aseguró: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día". La Eucaristía es como la semilla y la garantía de la vida inmortal para los seguidores de Jesús. Por tanto, de alguna manera, también nosotros estamos recorriendo el camino hacia la glorificación definitiva, como la que ya conseguido María, la Madre..Cada Eucaristía nos sitúa en la línea y el camino de la Asunción. Si la celebramos bien, vamos por buen camino.
J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 2000, 10, 41-42
www.mercaba.org