¡Amor y paz!
El clamor del ciego del
que nos habla el evangelio se repite hoy como una urgente pero esperanzadora
jaculatoria: ¡Jesús, ten compasión de mí! Y también la respuesta del invidente
a la pregunta del Hijo de Dios de qué puede hacer por él: “Señor, que yo vea
otra vez”.
¡Cómo no será importante
volver a ver! Pero más importante aún es eliminar la ceguera espiritual y para
ello, el mejor oftalmólogo es Jesús. Sólo con la nueva visión que nos da el
Señor podremos relacionarnos mejor con nuestro Padre Dios, y al mismo tiempo
mirar con otros ojos a nuestros hermanos, especialmente los más necesitados.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la XXXIII Semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga,…
Evangelio según San Lucas 18,35-43.
Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!". Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!". Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó:"¿Qué quieres que haga por ti?". "Señor, que yo vea otra vez". Y Jesús le dijo: "Recupera la vista, tu fe te ha salvado". En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.
Comentario
Se ponía todos los días en
el mismo lugar, como un complemento pintoresco entre otros muchos de la calle,
sin molestar a nadie.
En su mundo cerrado
aparece de pronto una presencia: "Es Jesús el Nazareno". El hombre se
pone en pie: "¡Señor, que vea!".
Como Dios es Luz, ha
inventado los ojos de Jesús para mirar nuestro mundo como nunca lo había podido
mirar nadie, con una verdad y una intensidad que son a la vez inexorables para
con la mentira y misericordiosas para con la debilidad, "¡Ten compasión de
mí" Y como Jesús es la Luz del mundo, inventa unos ojos para ese mendigo
ciego: Ve. Tu fe te ha salvado".
Un proverbio árabe dice:
"Ven a mí con tu corazón y yo te daré mis ojos". Ven a mí con tu
corazón, nos dice Jesús. "¡Ten compasión de mí!" Tenemos que ir a
Jesús con nuestro corazón, con nuestro coraje de ver, de verlo todo, de no
parpadear ante la realidad, la de nosotros mismos, la del mundo. Tenemos que
atrevernos a ver nuestras tinieblas: la fe es ante todo una prueba y un grito:
"¡Ten compasión de mí!" Porque ¿cómo no hacer aquella constatación
dramática de un hombre de teatro: "Por la mañana abría los ojos
ciertamente con un verdadero placer por ver la luz del día; me levantaba y, al
cabo de pocos minutos, como un manto de plomo, el cansancio aplastaba mis
hombros... Es como si en pleno día estuviera viendo la noche, la noche mezclada
con el día, el sol negro de la melancolía" (F. Ionesco, Journal en
miettes)?
"Ven a mí con tu corazón..." Sólo un
grito puede subir de nuestros labios ante lo que estamos viendo: "¡Ten
compasión de nosotros!" "Yo te daré mis ojos": sólo los ojos del
Resucitado pueden hacernos huir de la desesperación y ver el mundo con una
mirada distinta. Sólo la luz puede deslumbrarnos hasta el punto de llegar a
irradiar la realidad entera. "Ve...": la mirada a la que nos abre
Jesús no es una mirada cualquiera: si nos atrevemos a mirar la realidad cara a
cara, es porque ella nos ha sido revelada como salvada.
Luz nacida de la luz,
Jesús, Hijo del Dios vivo,
¡ten compasión de nosotros!
Jesús, Hijo del Dios vivo,
¡ten compasión de nosotros!
Arráncanos de nuestras tinieblas,
danos a vivir tu salvación.
danos a vivir tu salvación.
Deslúmbranos con tu misericordia
y enséñanos a mirar nuestro mundo
como Tú lo ves por los siglos de los siglos.
y enséñanos a mirar nuestro mundo
como Tú lo ves por los siglos de los siglos.
DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS XXII-XXXIV T.O. EVANG.DE LUCAS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 193
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS XXII-XXXIV T.O. EVANG.DE LUCAS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 193