jueves, 27 de mayo de 2010

SEÑOR JESÚS, HIJO DE DIOS, ¡TEN COMPASIÓN DE MÍ!

¡Amor y paz!

El relato evangélico nos muestra hoy cómo los discípulos no han llegado a la fe y por eso siguen ciegos, enredados pensando en las riquezas y en el poder; creen que ya lo tienen todo y se quieren aprovechar de Jesús para alcanzar poder en su Reino.

En cambio el ciego no tiene ninguna ambición; deja tirado al pie del camino lo poco que tiene, su manto. Sabe que su única necesidad es poder ver, superando así la seguridad, la ambición y el poder de los discípulos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Jueves de la VIII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 10,46-52.

Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino.
Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!". Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!". Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Animo, levántate! El te llama". Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". El le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

Comentario

La ceguera de este hombre es en el evangelio de Marcos el símbolo de otra ceguera espiritual e intelectual más grave. Sobre todo porque sitúa el episodio en medio de escenas en que aparece subrayada la incredulidad de los judíos y la torpeza de entendederas de los apóstoles.
Como cuando vamos al oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista, hoy podemos reflexionar sobre cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se podría decir de nosotros que estamos ciegos, porque no acabamos de ver lo que Dios quiere que veamos, o que nos conformamos con caminar por la vida entre penumbras, cuando tenemos cerca al médico, Jesús, la Luz del mundo? Hagamos nuestra la oración de Bartimeo: «Maestro, que pueda ver». Soltemos el manto y demos un salto hacia Él: será buen símbolo de la ruptura con el pasado y de la acogida de la luz nueva que es Él.

También podemos dejarnos interpelar por la escena del evangelio en el sentido de cómo tratamos a los ciegos que están a la vera del camino, buscando, gritando su deseo de ver. Jóvenes y mayores, muchas personas que no ven, que no encuentran sentido a la vida, pueden dirigirse a nosotros, los cristianos, por si les podemos dar una respuesta a sus preguntas. ¿Perdemos la paciencia como los discípulos, porque siempre resulta incómodo el que pide o formula preguntas? ¿O nos acercamos al ciego y le conducimos a Jesús, diciéndole amablemente: «ánimo, levántate, que te llama»?

Cristo es la Luz del mundo. Pero también nos encargó a nosotros que seamos luz y que la lámpara está para alumbrar a otros, para que no tropiecen y vean el camino. ¿A cuántos hemos ayudado a ver, a cuántos hemos podido decir en nuestra vida: «ánimo, levántate, que te llama»

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 226-230
www.mercaba.org