En el evangelio que hoy se
proclama aparece Juan Bautista dando testimonio de Jesús. La imagen de Juan con
el brazo extendido y el dedo apuntando a Cristo ("Este es el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo") es teológicamente más expresiva que
aquella en que aparece con la concha en la mano, bautizando en las riberas del
Jordán.
Aquí encontramos ya un
primer tema sugerente: a ejemplo de Juan, el creyente ha de ser para todos una
mano amiga y un dedo indicador de lo trascendente en un mundo de tantos
desorientados, donde la increencia va ganando adeptos. Juan identificó a Cristo; los bautizados tendremos que ser en medio de la masa identificadores y testimonio de fe cristiana. Juan, porque conoció antes a Cristo, lo anunció; los cristianos hemos de tener experiencia profunda de quién es Jesús, para testimoniarlo. Para poder conocer a Cristo, antes hay que haberlo visto desde la fe (Andrés Pardo).
Los invito hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Segundo Domingo del Tiempo
Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan
1,29-34.
Al día siguiente, Juan vio
acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me
precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar
con agua para que él fuera manifestado a Israel". Y Juan dio este
testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y
permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua
me dijo: 'Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él,
ese es el que bautiza en el Espíritu Santo'. Yo lo he visto y doy testimonio de
que él es el Hijo de Dios".
Comentario
En una vieja historia se habla de una vendedora de manzanas. La buena mujer
acudía cada mañana al mercado a vender su mercancía. Pero pasadas las horas
apenas lograba vender algún kilo. Con el paso del tiempo el poco éxito de sus
ventas hizo que la mujer se fuera desanimando. Una mañana se acercó un joven a
su puesto. Al verla triste y desanimada le preguntó qué le pasaba. “Ya ves
–respondió la mujer– cada mañana acudo a este mercado a vender mis manzanas
pero cuando la tarde cae apenas he logrado vender algún kilo. Mis manzanas no
deben ser buenas”.
De repente y sin que nadie se lo pidiera el joven comenzó a gritar:
“Compren, compren las mejores manzanas de la huerta. Recién recogidas para
llevarlas a su mesa... compren”. Al sonido de los gritos se fueron formando
corros de personas alrededor de la vendedora y muchas personas pedían
ansiosamente algunos kilos de manzanas. Al cabo de pocas horas la mujer había
vendido toda su mercancía. “¿Cómo lo has hecho?” –preguntó la mujer– “Durante
muchas semanas he acudido a este mercado y no he logrado vender mi mercancía y
tú en solo un par de horas has logrado vender más de lo que yo he vendido a lo
largo de todo ese tiempo”. “Ha sido muy fácil” –respondió el joven– tus
manzanas eran muy buenas, pero ni tu ni ellos lo sabían. Alguien tenía que
decírselo.
Cuando Juan el Bautista vio a Jesús que se acercaba a él, dijo: “¡Miren,
ese es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! A él me refería yo
cuando dije: ‘Después de mí viene uno que es más importante que yo, porque
existía antes que yo’. Yo mismo no sabía quién era; pero he venido bautizando
con agua precisamente para que el pueblo de Israel lo conozca. Juan también
declaró: “He visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma y reposar
sobre él. Yo todavía no sabía quién era; pero el que me envió a bautizar con
agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa, es el que
bautiza con Espíritu Santo’. Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo
de Dios”.
Cuando hemos experimentado la salvación que nos trae el encuentro con
Jesús, sentimos la imperiosa necesidad de anunciarlo a los demás. Tenemos la
obligación de contarle a otros lo que hemos experimentado en carne propia.
Evidentemente, esto tenemos que hacerlo con nuestro testimonio de vida, pero
también con nuestras palabras. Callarnos y no compartir con las personas que
nos rodean esta riqueza, es contradictorio. Muchas personas esperan de nosotros
un anuncio explícito, y no sólo una presencia testimonial. Como las manzanas, la
noticia que tenemos es muy buena, pero alguien tiene que decirlo. ¡Adelante!
Seguro que hay muchas personas que están esperando.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.** Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá