¡Amor y paz!
San Lucas nos presenta hoy una de las más hermosas y humanas páginas
del Evangelio: la parábola del Buen Samaritano. Una vez más es la oportunidad de mirarnos en
ese espejo y preguntarnos no cuál debe ser sino cuál es nuestra actitud ante
los hermanos necesitados y que sufren.
Y digo ‘cuál es’ y no ‘cuál
debe ser’, porque también el doctor de la ley sabía qué había que hacer para
heredar la Vida eterna y sabía quién se había comportado como ‘prójimo’ en el
relato que le hace Jesús. ¿Somos de los que pasamos de largo? ¿O de los que nos
detenemos a ayudar al hermano?
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el
comentario, en este lunes de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 10,25-37.
Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?". El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo". "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida". Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?". "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".
Comentario
a) La de hoy es una de las
páginas más felizmente redactadas y famosas del evangelio: la parábola del buen
samaritano, que sólo nos cuenta Lucas.
La pregunta del letrado es
buena: "¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?".
Jesús, en un primer
momento, le remite a la ley del AT, a unas palabras que los judíos repetían
cada día: amar a Dios y amar al prójimo como a ti mismo (cf. Deuteronomio 6,5 y
Levítico 19,18). Jesús hace que el letrado llegue por su cuenta a la conclusión
del mandamiento fundamental del amor.
Pero, ante la siguiente
pregunta, Jesús concreta más quién es el prójimo. En su parábola, tan
expresiva, quedan muy mal parados el sacerdote y el levita, ambos judíos, ambos
considerados como "oficialmente buenos". Y por el contrario queda muy
bien el samaritano, un extranjero ("los judíos no se tratan con los
samaritanos": Jn 4,9). Ese samaritano tenía buen corazón: al ver al pobre
desgraciado abandonado en el camino le dio lástima, se acercó, le vendó, le
montó en su cabalgadura, le cuidó, pagó en la posada, le prometió que volvería,
y todo eso con un desconocido.
b) ¿Dónde quedamos
retratados nosotros? ¿En los que pasan de largo o en el que se detiene y emplea
su tiempo y su dinero para ayudar al necesitado?
¡Cuántas ocasiones tenemos
de atender o no a los que encontramos en el camino: familiares enfermos,
ancianos que se sienten solos, pobres, jóvenes parados o drogadictos que buscan
redención! Muchos no necesitan ayuda económica, sino nuestro tiempo, una mano
tendida, una palabra amiga. Al que encontramos en nuestro camino es, por
ejemplo, un hijo en edad difícil, un amigo con problemas, un familiar menos afortunado,
un enfermo a quien nadie visita.
Claro que resulta más
cómodo seguir nuestro camino y hacer como que no hemos visto, porque seguro que
tenemos cosas muy importantes que hacer. Eso les pasaba al sacerdote y al
levita, pero también al samaritano: y éste se paró y los primeros, no. Los
primeros sabían muchas cosas. Pero no había amor en su corazón.
El buen samaritano por
excelencia fue Jesús: él no pasó nunca al lado de uno que le necesitaba sin
dedicarle su atención y ayudarle eficazmente. Ahora va camino de la cruz, para
entregarse por todos, y nos enseña que también nuestro camino debe ser como el
suyo, el de la entrega generosa, sobre todo a los pobres y marginados. Al final
de la historia el examen será sobre eso: "me disteis de comer... me visitasteis".
La voz de Jesús suena hoy
claramente para mí: "anda, haz tú lo mismo". También podríamos
añadir: "acuérdate de Jesucristo, el buen samaritano, y actúa como
él". :
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 140-145
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 140-145