miércoles, 31 de marzo de 2010

JESÚS CELEBRA LA PASCUA CON LOS SUYOS; LA TRAICIÓN SE CONSUMA

¡Amor y paz!

Continuamos en la liturgia de hoy vivenciando los mismos sentimientos expuestos ayer. Es crucial el momento en que uno de los discípulos colabora con los enemigos en la entrega de su Maestro. Al conocerlo, el alma vuelve a rumiar una y mil veces, por un lado, la grandeza del Amor y, por otro, la miseria de la infidelidad y traición.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, hoy Miércoles Santo.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 26,14-25.


Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes
y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?". El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'". Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará". Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?". El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!". Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.

Comentario

En el evangelio leemos de nuevo la traición de Judas, esta vez según Mateo, ya que ayer habíamos escuchado el relato de Juan. Precisamente cuando Jesús quiere celebrar la Pascua de despedida de los suyos, como signo entrañable de amistad y comunión, uno de ellos ya ha concertado la traición y las treinta monedas (el precio de un esclavo, según Ex 21,32).

Terminando ya la Cuaresma -concluirá mañana, Jueves Santo, por la tarde, antes de la Misa vespertina- y en puertas de celebrar el misterio de la Pascua del Señor, junto a la admiración contemplativa de su entrega podemos aprender su lección: espejarnos en el Siervo de Isaías y sobre todo en Jesús, que cumple en plenitud el anuncio.

¿Somos buenos oyentes de la Palabra, tenemos ya de buena mañana «espabilado el oído» para escuchar la voz de Dios? ¿Somos discípulos antes de creernos y actuar como maestros?
Y luego, cuando hablamos a los demás, ¿es para «decir una palabra de aliento a los abatidos»? Es lo que hizo Cristo: escuchaba y cumplía la voluntad de su Padre y, a la vez, comunicaba una palabra de cercanía y esperanza a todos los que encontraba por el camino. ¿Sabemos ayudar a los que se hallan cansados y animar a los desesperanzados? ¿Estamos dispuestos a ofrecer nuestra espalda a los golpes cuando así lo requiere nuestro testimonio de discípulos de Cristo? ¿A recibir los insultos que nos pueden venir de este mundo ajeno al evangelio? ¿O sólo buscamos consuelo y premio en nuestro seguimiento de Cristo?

También nosotros, amaestrados por la Pascua de Jesús, debemos confiar plenamente en Dios. Estamos empeñados en una tarea cristiana que supone lucha y que es signo de contradicción. Pero, de la mano de Dios, no debemos darnos nunca por vencidos: ¿quién podrá contra mí? Si alguna vez nos toca «aguantar afrentas» o «recibir insultos», basta que miremos a Cristo en la cruz para aprender generosidad y fidelidad. Incluso cuando alguien nos traicione, como a Él.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 116-118
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martes, 30 de marzo de 2010

EL HIJO DE DIOS ANUNCIA QUE VA A SER TRAICIONADO

¡Amor y paz!

Dejamos ayer a Jesús en compañía de sus amigos: Martha, María, Lázaro… Hoy daremos un salto y lo encontramos el día de la última cena acompañado de sus discípulos. Entre éstos, sobresalen tres: El discípulo amado, Pedro y Judas. El primero lo acompañará incluso en la cruz, Pedro lo negará y Judas lo traicionará. Tres reacciones ante Jesús. El primero es el modelo del cristiano leal; el segundo se arrepentirá muy conmovido y dirigirá la Iglesia naciente; el tercero llevará al Señor a la muerte.

Nos queda reflexionar sobre cuál es nuestra actitud ante el Señor que nos ha amado hasta entregar su vida por nosotros. ¿Somos leales? ¿Lo negamos? ¿Lo traicionamos?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, hoy Martes Santo.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 13,21-33.36-38.

Después de decir esto, Jesús se estremeció y manifestó claramente: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará". Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería.
Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba- estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: "Pregúntale a quién se refiere". El se reclinó sobre Jesús y le preguntó: "Señor, ¿quién es?". Jesús le respondió: "Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato". Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote.
En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: "Realiza pronto lo que tienes que hacer". Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: "Compra lo que hace falta para la fiesta", o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche. Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'. Simón Pedro le dijo: "Señor, ¿adónde vas?". Jesús le respondió: "A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás". Pedro le preguntó: "¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti". Jesús le respondió: "¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces".

Comentario

En este Martes Santo, el evangelio nos ayuda a profundizar en el polo del resentimiento, que ayer apareció insinuado. Este polo está representado por dos personajes conocidos: Judas (Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado) y, en un grado diferente, Simón Pedro (¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces).
Lo que más me impresiona del relato es comprobar que la traición se fragua en el círculo de los íntimos, de aquellos que han tenido acceso al corazón del Maestro. Me he detenido en estas palabras: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

Es muy probable que los que os asomáis diariamente o de vez en cuando a esta sección os consideréis seguidores de Jesús. Yo mismo me incluyo en esta categoría, sin saber a ciencia cierta lo que quiero decir cuando afirmo ser uno de los suyos. La Palabra nos va ofreciendo cada día muchas pequeñas luces para ir descubriendo diversos aspectos del seguimiento. Hoy nos confronta con nuestras traiciones.

La palabra “traición” es muy dura. Apenas la usamos en nuestro vocabulario. Hemos buscado eufemismos como debilidad, error, distancia, etc. Pero ninguna de estas palabras tiene la fuerza del término original. Hablar de traición supone hacer referencia a una relación de amor y fidelidad frustrada. Sólo se traiciona lo que se ama. ¿Estaremos nosotros traicionando a Jesús a quien queremos amar?

Lo traicionamos cuando abusamos de promesas que no vienen refrendadas por nuestra vida.

Lo traicionamos cuando, en medio de nuestros intereses, no tenemos tiempo para “perderlo” gratuitamente con él.

Lo traicionamos cuando le hacemos decir cosas que son sólo proyección de nuestros deseos o mezquindades.

Lo traicionamos cuando volvemos la espalda a los “rostros difíciles” en los que él se nos manifiesta.

Lo traicionamos cuando lo convertimos en un objeto más al alcance de nuestros caprichos.

Lo traicionamos cuando damos por supuesta su amistad y no lo buscamos cada día.

Lo traicionamos cuando repetimos mucho su nombre pero no estamos dispuestos a dejarnos transformar por él.

Dejemos que este Martes Santo su mirada nos ayude a descubrir nuestras sombras.

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lunes, 29 de marzo de 2010

EN VÍSPERAS DE SU PASIÓN, JESÚS ACUDE A SUS AMIGOS

¡Amor y paz!

Ayer, Domingo de Ramos, vimos a Jesús, entrando a Jerusalén, en medio de aclamaciones. Hoy lo encontramos en Betania, en la intimidad, como huésped de unos amigos incondicionales, en el mismo contexto de su subida a la ciudad santa.

Nuestra meditación se centra en algunos detalles de ese cuadro histórico-religioso-familiar-amistoso del cual Jesús forma parte muy importante, mientras la tragedia se cierne sobre Él.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, hoy Lunes Santo.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Juan 12,1-11.

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: "¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?". Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre". Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.

Comentario

1º. Jesús y la amistad.

Jesús, mal comprendido por unos, y odiado por otros, busca, se recrea y conforta –como lo hacemos nosotros mismos- con la amistad de una familia sincera, sencilla, trabajadora, abierta al Espíritu.

Ante ese hecho, valoremos qué duro es para el hombre vivir sin corazones amigos.
Hemos nacido para vivir en comunión, no en triste soledad. ¿Actuamos así en la vida diaria?

2º. Seamos amigos de Dios.

Los tres hermanos, Lázaro, Marta y María, comparten la felicidad de tener a Jesús consigo, en su casa y en su corazón. Y cada cual expresa esa felicidad a su modo: Lázaro, al lado de Jesús en la mesa; Marta, sirviendo, y María, sacando del estuche un valioso perfume que deja a todos pasmados.

No valoremos el gesto de María como competencia por mostrar mejor que los demás el amor a Jesús, sino como locura de amor agradecido. ¡Cuántos locos de amor nos hacen falta! ¡Cuántos santos!

3º.¡Qué pobre es quien no sabe de amor, de fidelidad!

Por desgracia, no todos llegamos a entender el lenguaje del amor en gestos que parecen locura y son en realidad un encanto para la vida. Así sucedía en Betania:

Judas no entendía a María, porque ambos hablaban, sentían, se hallaban en distinta onda amorosa: acaso la onda de amor al Dinero y del amor al Señor.

Jesús, en cambio, andaba falto de amor en el camino de la próxima cruz, y entendió plenamente a María: ella lo amaba de verdad.

Y el grupo de judíos que era rebelde a la voz del Señor tampoco entendía la bondad y amistad de Jesús, Lázaro, Marta y María, porque en vez de dejarse ganar por sus gestos y mensajes, cerraron su corazón y su mente al nuevo mensaje salvador.

4º. Veamos, pues, entrando a escena a los actores al comienzo del drama en la Semana Santa:

A Jesús dispuesto a morir amando.

A María dispuesta a volcar las reservas de perfume sobre un cuerpo que va a morir de amor.

A Judas Iscariote dispuesto a traicionar por treinta monedas.

A las autoridades dispuestas a apagar la voz del Profeta-Mesías.

¿Cómo participaremos en el drama?

¿Seremos solamente curiosos espectadores?

¿Será nuestra generosidad como la de María derramando perfumes?

¿Nos dolerá cualquier tipo de traición al Hijo o a los hijos de Dios?

DOMINICOS 2003
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domingo, 28 de marzo de 2010

EN SU PASIÓN, JESÚS NOS AMA HASTA EL EXTREMO

¡Amor y paz!

Hermanos: durante estos días "tengamos los mismos sentimientos de Jesús". Que las celebraciones litúrgicas, el clima de nuestras parroquias y comunidades, los momentos que cada uno pueda dedicar a la oración (sólo o con otros), hagan crecer en nosotros la adhesión personal al Señor. Una adhesión que pase por la cruz para poder participar también en la resurrección.

Los invito a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo de Ramos.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 22,14-71.23,1-56.

Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo: "He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios". Y tomando una copa, dio gracias y dijo: "Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios". Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes. La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!". Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer eso. Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande. Jesús les dijo: "Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve. Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas. Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí. Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos".
"Señor, le dijo Pedro, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte". Pero Jesús replicó: "Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces". Después les dijo: "Cuando los envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalia, ¿les faltó alguna cosa?". "Nada", respondieron. El agregó: "Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto para comprar una. Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: Fue contado entre los malhechores. Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí". "Señor, le dijeron, aquí hay dos espadas". El les respondió: "Basta". En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo: "Oren, para no caer en la tentación". Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba: "Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya". Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo. Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo: "¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación". Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se llamaba Judas, uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?". Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron: "Señor, ¿usamos la espada?". Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo: "Dejen, ya está". Y tocándole la oreja, lo curó. Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: "¿Soy acaso un ladrón para que vengan con espadas y palos? Todos los días estaba con ustedes en el Templo y no me arrestaron. Pero esta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas". Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos. Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo: "Este también estaba con él". Pedro lo negó, diciendo: "Mujer, no lo conozco". Poco después, otro lo vio y dijo: "Tú también eres uno de aquellos". Pero Pedro respondió: "No, hombre, no lo soy". Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo: "No hay duda de que este hombre estaba con él; además, él también es galileo". "Hombre, dijo Pedro, no sé lo que dices". En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho: "Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces". Y saliendo afuera, lloró amargamente. Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban; y tapándole el rostro, le decían: "Profetiza, ¿quién te golpeó?". Y proferían contra él toda clase de insultos. Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron: "Dinos si eres el Mesías". El les dijo: "Si yo les respondo, ustedes no me creerán, y si los interrogo, no me responderán. Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso". Todos preguntaron: "¿Entonces eres el Hijo de Dios?". Jesús respondió: "Tienen razón, yo lo soy". Ellos dijeron: "¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca". Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato. Y comenzaron a acusarlo, diciendo: "Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías". Pilato lo interrogó, diciendo: "¿Eres tú el rey de los judíos?". "Tú lo dices", le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: "No encuentro en este hombre ningún motivo de condena". Pero ellos insistían: "Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí". Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia. Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo: "Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad". Pero la multitud comenzó a gritar: "¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!". A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Por tercera vez les dijo: "¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad". Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: "¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos! Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?". Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados. Cuando llegaron al lugar llamado "del Cráneo", lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Jesús decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!".
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!". Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos". Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo". Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino". El le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso". Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio.
Jesús, con un grito, exclamó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Y diciendo esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: "Realmente este hombre era un justo". Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido. Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado. Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado. Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.


Comentario

“En el Evangelio de Lucas leemos lo siguiente: ‘Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente”.

Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con El, cantaba sus alabanzas, le daba gracias... Pero siempre tuve la incómoda sensación de que El deseaba que le mirara a los ojos..., cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba la mirada cuando sentía que El me estaba mirando. Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido. Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que El deseaba de mí. Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a decir: «Te quiero». Me quedé mirando fijamente durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje: «Te quiero». Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré”.

Esta reflexión que nos presenta el famoso jesuita Anthony de Mello, nos invita a fijarnos en dos versículos de la pasión del Señor Jesucristo según san Lucas, que la Iglesia nos propone para el domingo de Ramos este año. Seguramente, más de una vez hemos vivido momentos como los que se describen aquí y hemos sentido la mirada del Señor que no reclama, ni pide nada... sólo nos expresa su amor incondicional. La pasión del Señor nos muestra el amor que llega hasta el extremo. No es un amor que echa en cara el sufrimiento padecido. No es un amor condicionado a nuestra respuesta. El amor con el que Jesús nos ama en su pasión es incondicional, y deja siempre abierta la invitación a trabajar con él y como él, para que no haya crucificados en este mundo. Pero es una invitación libre para personas libres, y no una imposición.

El jesuita chileno, Jorge Costadoat, S.J., envió hace un tiempo una reflexión que tituló ¿Mucha sangre y poco Cristo? En ella hace algunos comentarios sobre la película de Mel Gibson, La Pasión de Jesucristo. Afirma que “hasta el año 1000 aproximadamente, predominó en la Iglesia la teología de los padres griegos que subrayaba la importancia del don de Dios mismo en Cristo crucificado. Para colaborar en su salvación, los hombres debían creer que, al entregarse Dios en la cruz por ellos, los amaba y salvaba libre y gratuitamente. Pero desde san Anselmo en adelante, la teología latina giró en contrario: la salvación Dios la otorga gracias a la satisfacción que Cristo crucificado le ofrece en representación de quienes no pueden, siendo pecadores, reparar la ofensa de su honor divino. En lo sucesivo se desarrollaron teologías que, llevando al extremo la importancia de la entrega del hombre Jesús, terminaron por menoscabar la gratuidad del sacrificio y de la salvación cristiana”.

Tal vez hemos menoscabado la gratuidad del amor de Dios manifestado en Jesús. Por eso, cuando el Señor nos mira, sentimos su reclamo por nuestras negaciones y traiciones. Sin embargo, lo único que dicen sus ojos es lo que vio Pedro en ellos: «Te quiero».

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

sábado, 27 de marzo de 2010

’JESÚS MORIRÁ PARA CONGREGAR A LOS HIJOS DE DIOS’

¡Amor y paz!

El desenlace del drama ya se acerca. Se ha reunido el Sanedrín. Asustados por el eco que ha tenido la resurrección de Lázaro, deliberan sobre lo que han de hacer para deshacerse de Jesús.

¡Vaya reacción ante el milagro de Jesús! ¡Que muera el taumaturgo, el amigo, el benefactor! Absurda sentencia. Hoy también se presenta a veces como ‘impopular’ a quien hace obras a favor del pueblo, y se ensalza a quien le hace daño.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la V Semana de Cuaresma. Mañana ya es Domingo de Ramos y comienza la Semana Santa.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 11,45-56.


Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: "¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación". Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: "Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?". No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos. Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: "¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?".

Comentario

Hoy, de camino hacia Jerusalén, Jesús se sabe perseguido, vigilado, sentenciado, porque cuanto más grande y novedosa ha sido su revelación, el anuncio del Reino, más amplia y más clara ha sido la división y la oposición que ha encontrado en los oyentes (cf. Jn 11,45-46).

Las palabras negativas de Caifás, «os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación» (Jn 11,50), Jesús las asumirá positivamente en la redención obrada por nosotros. Jesús, el Hijo Unigénito de Dios, en la Cruz muere por amor a todos. Muere para hacer realidad el plan del Padre, es decir, «reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,52).

¡Y ésta es la maravilla y la creatividad de nuestro Dios! Caifás, con su sentencia («Os conviene que muera uno solo...») no hace más que, por odio, eliminar a un idealista; en cambio, Dios Padre, enviando a su Hijo por amor hacia nosotros, hace algo maravilloso: convertir aquella sentencia malévola en una obra de amor redentora, porque para Dios Padre, ¡cada hombre vale toda la sangre derramada por Jesucristo!

De aquí a una semana cantaremos, en solemne vigilia, el Pregón pascual. A través de esta maravillosa oración, la Iglesia hace alabanza del pecado original. Y no lo hace porque desconozca su gravedad, sino porque Dios ‘en su bondad infinita’ ha obrado proezas como respuesta al pecado del hombre. Es decir, ante el ‘disgusto original’, Él ha respondido con la Encarnación, con la inmolación personal y con la institución de la Eucaristía. Por esto, la liturgia cantará el próximo sábado: «¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Oh feliz culpa que mereció tal Redentor!».

Ojalá que nuestras sentencias, palabras y acciones no sean impedimentos para la evangelización, ya que de Cristo recibimos el encargo, también nosotros, de reunir los hijos de Dios dispersos: «Id y enseñad a todas las gentes» (Mt 28,19).

Rev. D. Xavier Romero i Galdeano (Cervera-Lleida, España)
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viernes, 26 de marzo de 2010

CONOCEMOS SUS OBRAS: ¿ESTAMOS DISPUESTOS A CREER EN JESÚS?

¡Amor y paz!

A una semana del Viernes Santo, el Evangelio nos presenta el complot que se trama contra Jesús y que acabará en su arresto.

Hay un clima de discusión entre los judíos y Jesús. Los judíos quieren obtener de Él una declaración determinante sobre sus orígenes, pero instalados en su ortodoxia no tienen la actitud vivencial de la fe, y aunque vean las obras que realiza y escuchen la proclamación de ser Hijo de Dios, consagrado y enviado por el Padre, no están dispuestos a creer en Él.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 5ª. semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 10,31-42.

Los judíos tomaron piedras para apedrearlo. Entonces Jesús dijo: "Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?". Los judíos le respondieron: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios". Jesús les respondió: "¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada- ¿Cómo dicen: 'Tú blasfemas', a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: "Yo soy Hijo de Dios"? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre". Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos. Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí. Muchos fueron a verlo, y la gente decía: "Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad". Y en ese lugar muchos creyeron en él.

Comentario

Contra Jesús reaccionaron violentamente. Sus enemigos de nuevo agarran piedras y lo quieren eliminar.

Una vez más se suscita el tema crucial: «blasfemas, porque siendo un hombre, te haces Dios». Por eso lo quieren apedrear. Su «yo soy» escandaliza a los judíos. Los razonamientos de Jesús están llenos de ironía: «¿Por cuál de las obras buenas que he hecho me queréis apedrear?», «¿no está escrito en la ley (salmo 82,6): sois todos dioses, hijos del Altísimo?».

En parte, Jesús les da la razón. Si él no probara con obras que lo que dice es verdad, serían lógicos en no creerle: «si no hago las obras de mi Padre, no me creáis». Pero sí las hace y por tanto no tienen excusa su ceguera y su obstinación. Otras veces le tachan de fanático, o de endemoniado, o de loco. Hoy, de blasfemo. Cuando uno no quiere ver, no ve.

Menos mal que «muchos creyeron en él».

Nosotros pertenecemos a este grupo de los que sí han creído en Jesús. Y le acogemos en su totalidad, con todo su estilo de vida, incluida la cruz que va a presidir nuestra celebración los próximos días.

Tal vez en nuestra vida también conocemos lo que es la crisis sufrida por un hermano (…), porque no hemos tenido éxito en lo que emprendemos, porque sufrimos por la situación de nuestro pueblo, porque nos cuesta luchar contra el desaliento y el mal. Tal vez más de uno de nosotros está viviendo una etapa dramática en su vida y puede exclamar con el salmo: «me cercaban olas mortales, torrentes destructores».

Ojalá no perdamos la confianza en Dios y digamos con sinceridad: «en el peligro invoqué al Señor y me escuchó... yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi libertador... desde su templo él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos». Como tuvo confianza Jesús, que experimentó lo que es sufrir, pero se apoyó en Dios su Padre: «mi alma está triste hasta la muerte... no se haga mi voluntad sino la tuya... a tus manos encomiendo mi espíritu».

Es lo que meditaremos en los próximos días. Y lo que Jesús quiere comunicarnos, a fin de que seamos fieles como Él en nuestro camino, y participemos en su dolor y en su triunfo, en su cruz y en su resurrección. O sea, en su Pascua.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 105-107
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jueves, 25 de marzo de 2010

MARÍA DIJO 'SÍ' A LA VOLUNTAD DE DIOS Y EL VERBO SE ENCARNÓ

¡Amor y paz!

Dentro de nueve meses será Navidad. Por consiguiente, hoy 25 de marzo celebramos la encarnación del Hijo de Dios. Esta fiesta es conocida como de la Anunciación del Señor.

Dios, con el anuncio del ángel Gabriel y la aceptación de María de la expresa voluntad divina de encarnarse en sus entrañas, asume la naturaleza humana —“compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado”— para elevarnos como hijos de Dios y hacernos así partícipes de su naturaleza divina.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 1,26-38.


En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin". María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?". El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios". María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó.

Comentario

Dios mío, quisiera escucharte yo también, con mi oído interior atento, sin filtros de prejuicios. No vaya a ser que casi sólo oiga lo de siempre: lo mío, mis palabras, muy razonadas –eso sí–, pero no las tuyas. Necesito librarme de ese monólogo, casi permanente, aunque pierda la tranquilidad y la seguridad de no tener quien se me oponga.

María, que es la misma inocencia y no desea otra cosa sino agradar a su Dios, alienta sin cesar su disposición de servir a su Señor. Vive todos los días de la ilusión por complacerle en cada detalle, poniendo todo su ser en amarle. Se siente contemplada por su Creador y a la vez segura, sabiendo que Él conoce hasta el más delicado movimiento de su espíritu, mientras ella, llena de paz y alegre como nadie, va plasmando en sus obras el amor que le tiene.

María se turbó, dice el evangelista. Acababa de escuchar un singular saludo, que era la más grande alabanza jamás pronunciada. Con su clarísima inteligencia había entendido bien: era un saludo de parte de Dios, un saludo afectuoso a Ella de parte del Creador. Las palabras que escucha indican que el mensajero viene de parte del Altísimo, que conoce la intimidad habitual entre Dios y Ella; por eso se dirige a María, pero no por su nombre. En María, lo más propio, más aún que su nombre, es su plenitud de Gracia. Así la llama el Ángel: Llena de Gracia. Es la criatura que tiene más de Dios, a quien el Creador más ha amado. Y María correspondió siempre, del todo y libremente, con su amor al amor divino.

A partir de la disposición de María, el Ángel le transmite su mensaje. Como afirmaba Juan Pablo II, Dios "busca al hombre movido por su corazón de Padre": no debemos temer a Dios. Las palabras de Gabriel –tan intensas– y lo inesperado del mensaje, posiblemente sobrecogieron a Nuestra Madre, pero no tenía por qué temer, le dice el Ángel. Su presencia ante ella, por el contrario, era motivo de gran gozo: el Señor la había escogido entre todas las mujeres, entre todas las que habían existido y las que existirían: el Verbo Eterno iba a nacer como Hombre, para redimir a la humanidad, y Ella sería su Madre.

¿Tenemos miedo a Dios? De Él sólo podemos esperar bondades, aunque nos supongan una cierta exigencia. ¿Tememos preguntarnos si nuestras conductas son de su agrado, no sea que debamos rectificar? Queramos mirar al Señor cara a cara, francamente, como mira un niño ilusionado el rostro de su padre, esperando siempre cariño, comprensión, consuelo, ayuda...

No se puede pensar en la respuesta de María como en algo independiente de sus disposiciones habituales. Su sí a Dios cuando contesta a Gabriel, vino a ser la formalización actual de lo que siempre había querido.

Señor, que vea; te pido como Bartimeo, aquel ciego al que curaste. Que Te vea. Que vea qué esperas de mí. Quiero escuchar tu llamada, en cada circunstancia de mi vida y, como María, para mi vida entera... Entiendo que conoces los detalles de mi andar terreno y prevés lo que llamo bueno y lo que llamo malo y que todo es ocasión de amarte. Ayúdame a intentarlo sinceramente, de verdad. Enséñame a hacer tu voluntad, porque eres mi Dios, te pido con el Salmista. Enséñame a confiar en tu Bondad omnipotente.

No temas, María –le dice Gabriel, antes incluso de manifestarle en detalle la Voluntad del Señor. Y, luego, el mensaje mismo incluye los motivos de seguridad y optimismo: que cuenta con todo el favor de Dios y que será obra del Espíritu Santo la concepción y mantendrá su virginidad... Finalmente, recibe también una prueba de otra acción poderosa de Dios: la fecundidad de Isabel, porque para Dios no hay nada imposible, concluye el arcángel.

Cuando nos habituamos a contemplar a Dios –Señor de la historia: de la mía– presente en los sucesos de cada jornada, tenemos paz. Lo sentimos como un Padre inspirando y protegiendo cada paso nuestro: queriéndonos. Porque nos comprende y nos sonríe con el cariño afectuoso de siempre. También cuando, quizá sin darnos mucha cuenta, intentamos rebajar la exigencia sin verdadero motivo, "escurrir el bulto". Es que no es obligación, discurrimos. Y le escuchamos en el fondo del alma: "¿Me quieres?" Y ya sabemos que a la pregunta por el amor se responde con la vida: "que obras son amores..."

Ayúdame, Señor, a decirte siempre que sí. Auméntame la fe para ver más claramente qué esperas de mí cada mañana y cada tarde. El "sí" de María, el día de la Anunciación, fue a ser Madre de Dios. El Verbo se hizo humano en sus entrañas, por el Espíritu Santo y su consentimiento. Nuestros "sí" a Dios de todos los días, se parecen a los que Nuestra Madre pronunciaba de continuo, amando a Dios en cada momento y circunstancia de la vida. Eran en María enamoradas afirmaciones –silenciosas casi siempre– de una conversación que no termina, como no terminan nunca las palabras de afecto en los enamorados, aunque sólo se contemplen. Madre mía enséñame a querer.

Fluvium 2004
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miércoles, 24 de marzo de 2010

EL QUE PECA SE ESCLAVIZA, PERO JESÚS LO LIBERA

¡Amor y paz!

Jesús dice: «Quien comete pecado es esclavo». Y al contrario: «si os mantenéis en mi Palabra conoceréis la verdad y la verdad os hará libres».

La libertad que Cristo nos ha otorgado consiste ante todo en la liberación del pecado (Rom 6,14-18) y en consecuencia, de la muerte eterna, y del dominio del demonio; nos hace hijos de Dios y hermanos de los demás hombres (Col 1,19-22). Esta libertad inicial, adquirida en el bautismo, ha de ser desarrollada luego con la ayuda de la gracia.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 5ª semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 8,31-42.


Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres".
Ellos le respondieron: "Somos descendientes de Abraham y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir entonces: 'Ustedes serán libres'?". Jesús les respondió: "Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. El esclavo no permanece para siempre en la casa; el hijo, en cambio, permanece para siempre. Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres. Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque mi palabra no penetra en ustedes. Yo digo lo que he visto junto a mi Padre, y ustedes hacen lo que han aprendido de su padre". Ellos le replicaron: "Nuestro padre es Abraham". Y Jesús les dijo: "Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él. Pero ahora quieren matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios. Abraham no hizo eso. Pero ustedes obran como su padre". Ellos le dijeron: "Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo Padre, que es Dios". Jesús prosiguió: "Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió.

Comentario

En el Evangelio de hoy se destacan tres temas fundamentales: la fidelidad, la libertad y la filiación.

Seguir a Jesús implica mantenerse fiel a su Palabra, de manera que el verdadero discípulo ya no es sólo el que cree, sino sobre todo el que escucha (lee), vive y da testimonio de la Palabra. Y la Palabra es la que lleva a conocer la verdad, que no es otra cosa que la revelación que ha hecho el Padre de su Hijo. Mientras que para un judío, la ley es la que hace libre, para Jesús, la verdad que hace libres, es el mismo Dios, que por su amor al hombre entregó a su propio Hijo.
Para los cristianos la verdad es una tarea siempre en construcción, en cuanto cada día descubrimos a Cristo que nos revela su proyecto de vida para el mundo de hoy.

Los judíos no escuchan la palabra de Jesús porque se sienten libres por el sólo hecho de pertenecer al linaje de Abrahán. Jesús ratifica que no es la raza la que da la libertad sino la Palabra de Dios. La filiación a Dios se adquiere mediante el seguimiento de Jesús y su Palabra. El mismo Abrahán hubiera entendido que al Padre sólo se llega a través del Hijo, y que por tanto es Jesús quien nos rescata de la esclavitud para hacernos verdaderos hijos de Dios.

Nos queda la pregunta ¿cómo ser fieles a la Palabra en un mundo de hoy cansado de las utopías y los sueños de justicia y libertad? ¿Cómo seguir creyendo que el sueño de una sociedad donde el pan nuestro de cada día no falte en la mesa ni el corazón de ninguno, será una realidad? ¿Cómo ser libres en un mundo esclavo del egoísmo y el individualismo?

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
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martes, 23 de marzo de 2010

‘YO DIGO LO QUE EL PADRE ME ENSEÑÓ’, AFIRMA JESÚS

¡Amor y paz!

La fe, en San Juan evangelista, es una acción dinámica que nos pone en movimiento por el camino de Jesús, que es camino de luz y camino al Padre. Jesús nos pone en la disyuntiva de leer su Palabra y seguir su camino, o morir en nuestro pecado. La Pascua, que se acerca, revelará definitivamente dónde estamos parados y en qué dirección caminamos: un camino que conduce a la muerte, o un camino que conduce a la vida.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la V semana de Cuaresma.

Dios los bendiga….

Evangelio según San Juan 8,21-30.

Jesús les dijo también: "Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir". Los judíos se preguntaban: "¿Pensará matarse para decir: 'Adonde yo voy, ustedes no pueden ir'?". Jesús continuó: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho: 'Ustedes morirán en sus pecados'. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados". Los judíos le preguntaron: "¿Quién eres tú?". Jesús les respondió: "Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo. De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de él es lo que digo al mundo". Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre. Después les dijo: "Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada". Mientras hablaba así, muchos creyeron en él.

Comentario

Hoy, martes V de Cuaresma, a una semana de la contemplación de la Pasión del Señor, Él nos invita a mirarle anticipadamente redimiéndonos desde la Cruz: «Jesucristo es nuestro pontífice, su cuerpo precioso es nuestro sacrificio que Él ofreció en el ara de la Cruz para la salvación de todos los hombres» (San Juan Fisher).

«Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre...» (Jn 8,28). En efecto, Cristo Crucificado —¡Cristo “levantado”!— es el gran y definitivo signo del amor del Padre a la Humanidad caída. Sus brazos abiertos, extendidos entre el cielo y la tierra, trazan el signo indeleble de su amistad con nosotros los hombres. Al verle así, alzado ante nuestra mirada pecadora, sabremos que Él es (cf. Jn 8,28), y entonces, como aquellos judíos que le escuchaban, también nosotros creeremos en Él.

Sólo la amistad de quien está familiarizado con la Cruz puede proporcionarnos la connaturalidad para adentrarnos en el Corazón del Redentor. Pretender un Evangelio sin Cruz, despojado del sentido cristiano de la mortificación, o contagiado del ambiente pagano y naturalista que nos impide entender el valor redentor del sufrimiento, nos colocaría en la terrible posibilidad de escuchar de los labios de Cristo: «Después de todo, ¿para qué seguir hablándoos?»

Que nuestra mirada a la Cruz, mirada sosegada y contemplativa, sea una pregunta al Crucificado, en que sin ruido de palabras le digamos: «¿Quién eres tú?» (Jn 8,25). Él nos contestará que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), la Vid a la que sin estar unidos nosotros, pobres sarmientos, no podemos dar fruto, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna. Y así, si no creemos que Él es, moriremos por nuestros pecados. Viviremos, sin embargo, y viviremos ya en esta tierra vida de cielo si aprendemos de Él la gozosa certidumbre de que el Padre está con nosotros, no nos deja solos. Así imitaremos al Hijo en hacer siempre lo que al Padre le agrada.

Rev. D. Josep Mª Manresa i Lamarca (Les Fonts-Barcelona, España).
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lunes, 22 de marzo de 2010

SÓLO CRISTO DISIPA LAS TINIEBLAS DEL MUNDO

¡Amor y paz!

En medio de la oscuridad del mundo, aparece Cristo, para iluminar el único camino que conduce a Dios. Los hombres y mujeres pueden elegir entre seguirla o rechazarla. Seguir la Luz es optar por la vida. Rechazarla, es dejar que la muerte aproveche la oscuridad para mantener el modelo de opresión y mentira. Una mirada a nuestro mundo indica que la contradicción se mantiene. Si elegimos seguir la luz de Cristo, seamos consecuentes con nuestra elección.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, hoy lunes de la 5ª semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 8,12-20.

Jesús les dirigió una vez más la palabra, diciendo: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida". Los fariseos le dijeron: "Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale". Jesús les respondió: "Aunque yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie, y si lo hago, mi juicio vale porque no soy yo solo el que juzga, sino yo y el Padre que me envió. En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de mí". Ellos le preguntaron: "¿Dónde está tu Padre?". Jesús respondió: "Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre". El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora.

Comentario

Hoy, Jesús nos da una definición de Él mismo, que llena de sentido la vida de quienes, a pesar de nuestras deficiencias, le queremos seguir: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12). La persona de Jesús, sus enseñanzas, sus ejemplos de vida son luz que ilumina toda nuestra existencia, tanto en las horas buenas, como en las de sufrimiento o contradicción.

¿Qué quiere decir esto? Pues que en cualquier circunstancia en que nos encontremos, ya sea de trabajo, de relación con los otros, en nuestra relación ante Dios, ante las alegrías o las penas... podemos pensar: —¿Qué hizo Jesús en una situación semejante?; siempre podemos buscar en el Evangelio y responder: —¡Pues esto mismo haré yo! Precisamente, Juan Pablo II ha incorporado en el Santo Rosario —el “compendio del Evangelio”, como él mismo recuerda— los misterios de la vida pública de Jesús, y los ha denominado “misterios de la luz”. Así, dice el Papa: «Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo del Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias».

Jesús es luz; quien le siga «no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Como discípulos suyos, el Señor nos invita también a ser luz para el mundo; a llevar la luz de la esperanza en medio de las violencias, desconfianzas y miedos de nuestros hermanos; a llevar la luz de la fe en medio de las oscuridades, dudas e interrogantes; a llevar la luz del amor en medio de tanta mentira, rencor y apasionamiento como vemos a nuestro alrededor.

El Papa señala como telón de fondo de todos los misterios de luz, las palabras de María en las bodas de Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5): éste es el camino para que Jesús sea luz del mundo y para que nosotros iluminemos con esta misma luz.

Rev. D. Jordi Pascual i Bancells (Salt-Girona, España).
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domingo, 21 de marzo de 2010

JESÚS CONDENA EL PECADO, PERO SALVA AL PECADOR

¡Amor y paz!

San Agustín sintetiza lo que ocurre en el Evangelio de hoy: "Dos se encontraron, la miseria y la misericordia". Una mujer adúltera va a ser apedreada, en cumplimiento de la ley. Sin embargo, Jesús increpa a los que han enjuiciado y quieren castigar a la mujer: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. Entonces, todos se retiran. Los que juzgan y la juzgada han dejado ver sus propias miserias. Y Jesús ha exteriorizado su misericordia: le ha puesto su corazón a la miseria: perdona a la adúltera, pero la insta a dejar de pecar.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo 5o de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Lectura del santo Evangelio según San Juan 8,1-11.


En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:

-Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

-El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último.

Y quedó solo Jesús y la mujer en medio, de pie.

Jesús se incorporó y le preguntó:

-Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?

-Ella contestó:

-Ninguno, Señor.

Jesús dijo:

-Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

Comentario

Cuando levanta los ojos, la adúltera ve a uno que la mira de una manera distinta a los otros. Jamás había visto a un hombre observándola de aquella manera. Hasta ahora tenía experiencia de dos tipos de mirada. La del deseo, la de la codicia. Y la mirada de la condena. Y, quizás, en la escena evangélica, los... titulares de los dos tipos de mirada eran las mismas personas: sí, aquellos con las piedras en las manos... Ahora sus ojos se cruzan con los de un hombre que "ve" en ella no un objeto de placer ni un blanco para las piedras de una sentencia cruel. (...). Personalmente nunca he tenido dudas: la caridad comienza por la mirada.

Decía Simone Weil: "Una de las verdades fundamentales del cristianismo, verdad con demasiada frecuencia desconocida, es ésta: lo que salva es la mirada". La adúltera, como también Zaqueo, debe la propia salvación a la mirada. La mirada de Cristo es, en cierto sentido, creadora. Llama a una persona a la existencia. Despierta su ser auténtico, real. Liquida al hombre deshonesto, al canalla, y llama al santo. La mirada de Cristo no se resigna al "poco de bueno". Se obstina en sacar a la luz lo mucho bueno, lo mejor que hay en cada persona.

Es, pues, una mirada reveladora. Porque muestra al hombre mismo sus posibilidades, su verdadera dimensión. Me parece muy significativo este testimonio: "Conocí a una persona junto a la que no sólo cada uno se sentía él mismo, sino lo más, lo mejor de sí mismo. Cuando pregunté a aquella persona cuál era su secreto, me respondió con toda sencillez: basta dirigirte a aquel que está ante ti como si no existiese en el mundo nada más que el bien de aquella persona".

Nuestra mirada debe ser, ante todo, libre. Solamente una mirada libre representa una llamada a la libertad. Libre porque ha echado abajo la cárcel del propio egoísmo, de la propia comodidad, de la propia indiferencia, de los propios intereses, para abrirse al otro en actitud de acogida, de simpatía, de discreción, de cordialidad, de delicadeza y benevolencia. Libre de las lentes deformantes de los prejuicios, de las prevenciones, de las sospechas, de la desconfianza.

Libre de cualquier instinto de separación y de discriminación. Este me vale -¡tú no! Este me gusta -¡tú no! Este me interesa -¡tú no! Este me resulta simpático -¡tú no! "Este tú no se revela como un eco maléfico que rebota sobre la tierra excavando abismos de soledades abiertas hacia nosotros como un grito: "Mírame... para que yo sepa que existo" (A. Baggio).

Las personas rechazadas por nuestra mirada serán condenadas, quizás, a llevar durante toda su vida una marca de soledad, de rechazo, de insignificancia.
También una mirada indiferente puede ser "homicida". Su mensaje, en efecto, se puede traducir así: "Para mí tú no existes. Negándote importancia, te niego el derecho a la existencia". Una mirada de indiferencia tiene la capacidad de borrar a una persona.

Una mirada libre es una mirada que no se limita a tocar de soslayo a las personas que encuentra. No es una mirada rápida. No es huidiza. Sabe pararse y acoger. Acoger, pero no forzar.

Es necesario que, cada mañana, purifiquemos nuestra mirada. Se trata, en efecto, de:

-Desvincularla de todo instinto de posesión.

-Desarmarla de los varios elementos de hostilidad, agresividad, malignidad, dureza.

-Rejuvenecerla, restituyéndola la capacidad de sorpresa y de maravilla que hace
nuevas las cosas y las devuelve el gusto del descubrimiento del otro.

-Hacerla atenta al otro. O sea capaz de ver al otro como yo quisiera ser visto. Así, la atención se hace expresión de respeto y vehículo de liberación. Solamente la atención que nace del amor declara al otro: "Te reconozco el derecho de ser lo que eres. Deseo que seas todo lo que puedes ser" (A.Baggio). Sí, solamente si conseguimos una mirada purificada, las piedras comenzarán a caer de nuestras manos.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 57
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sábado, 20 de marzo de 2010

SIN DUDARLO, TOMEMOS PARTIDO POR CRISTO

¡Amor y paz!

En el evangelio leeremos cómo la persona de Jesús, concretamente su origen, provoca discusiones y posturas diversas. Se ignora lo más profundo de su personalidad: su origen divino. La vida de los hombres se decide según la actitud vivencial que tomen con respecto a Jesús.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la 4ª semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 7,40-53.


Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: "Este es verdaderamente el Profeta". Otros decían: "Este es el Mesías". Pero otros preguntaban: "¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?". Y por causa de él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él. Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: "¿Por qué no lo trajeron?". Ellos respondieron: "Nadie habló jamás como este hombre". Los fariseos respondieron: "¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita". Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo: ¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?". Le respondieron: "¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta". Y cada uno regresó a su casa.

Comentario

Tomar partido por Cristo.

-De la muchedumbre, a propósito de Jesús, unos decían... otros decían...
Jesús sigue siendo un misterio para sus contemporáneos.

¿Quién es? ¿De dónde viene? Las discusiones simplemente humanas no alcanzan a dar una
respuesta.

-Y se originó un desacuerdo en la multitud por su causa.

Y yo, ¿qué digo de Jesús? ¿Tomo partido, claramente?

-¿No dice la Escritura que...?

Incluso la ciencia bíblica no basta para descubrir verdaderamente quién es El. No es primero en los libros que se descubre a Cristo. Los escribas y los fariseos eran la más alta autoridad doctrinal, los mejores especialistas en discusiones sobre la
Escritura -sus referencias son prueba de ello-.

Según ellos, en Jesús no se cumplen todas las condiciones necesarias: no es el Mesías.

La condición esencial para conocer a Dios es la humildad.

Hay que saber desprenderse de sí mismo, renunciar a sus propios puntos de vista, dejarse conducir.

Más allá de mis dudas y de mis preguntas, Señor, haz que te conozca. Acepto no saber captar todo. Sé que no puedo comprenderlo todo.

-Del linaje de David y de la aldea de Belén ha de venir el Mesías.

A menudo es así: los detalles nos bloquean.

Nos quedamos en bagatelas.

No sabemos superar las apariencias.

Y sin embargo, era ciertamente ¡"de Belén" que él venía! Pero también ¡"de mucho más lejos" que Belén! Esa pequeña aldea podía ser causa de ilusión.

Dios permanece escondido detrás de las apariencias humanas.

Los guardias, enviados por los príncipes de los sacerdotes para arrestarle volvieron diciendo: ¡Jamás hombre alguno habló como este! Los alguaciles del Sanedrín no se atrevieron a ponerle la mano encima, como se les había mandado. Quedaron subyugados, seducidos.

Este detalle es importante. Nos muestra que algo debía emanar de Jesús: se adivinaba una personalidad excepcional, fascinante.

Muchos hombres, hoy, se quedan con esta admiración:
Jesús es un gran hombre..., un genio espiritual..., un sabio...

Tú eres, Señor, mucho más que esto: "creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios. Luz de Luz... Por Quien todo fue hecho.

-"¿Acaso algún magistrado o fariseo ha creído en él?" "Pero esta gentuza que ignora
la Ley, son unos malditos".

He aquí lo que dicen los fariseos. ¡Qué aplomo! ¡Qué desprecio a todos los que no piensan como ellos, esas gentes que no conocen la Escritura!

-Nicodemo, el que había ido antes a él, les dijo: "¿Acaso nuestra Ley condena a un hombre antes de oírle?--¿También tú eres Galileo?

No resulta fácil tomar partido por Jesús. Se corre el riesgo de ser mal visto; de ser
juzgado con él.

¿Soy capaz de correr ese riesgo? ¿Soy capaz de ser despreciado y juzgado mal, por el hecho de seguir a Jesús? ¿Hasta dónde llega mi fe? ¿Qué compromiso contraigo con ella?

¿Soy cristiano solamente cuando es fácil? ¿O bien lo soy también cuando el serlo requiere comprometerse?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 152 s.
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viernes, 19 de marzo de 2010

JOSÉ, ESPOSO DE MARÍA, HOMBRE JUSTO

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes en que celebramos la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María.

En algunos países se celebra hoy el Día del Hombre. Pidámosle a San José que interceda por todos los hombres, especialmente por los padres de familia y también por los sacerdotes, toda vez que el esposo de María es el patrono de la Iglesia universal…

Evangelio según San Mateo 1,16.18-21.24.


Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados". Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.

Comentario

“Este es el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia” (Lc12,42). Estas palabras de Jesús, que recoge el evangelista San Lucas, son aplicadas por la liturgia de la Iglesia a San José, esposo de la Virgen María. Él, con lealtad y sabiduría, supo asumir la responsabilidad que Dios le había confiado: José “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor” (Mt 1,24).

¿En qué consistió esta responsabilidad? Fundamentalmente en cuidar de María y de Jesús: “No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer… Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús”. Dios entrega a su propio Hijo, y a la Madre de su Hijo, a la custodia de San José. En su acción salvadora, Dios quiere contar con la colaboración de los hombres; de administradores fieles y solícitos que velen por su familia.

San José, sin ser el padre biológico de Jesús - ya que Jesús solamente tiene por Padre a Dios - , supo cumplir la misión de padre, de servidor de la vida y del crecimiento de aquel a quien Dios mismo le había confiado como hijo. En cierto sentido, todos los padres de la tierra reciben una encomienda parecida: servir a la vida y propiciar el crecimiento de sus hijos, a quienes, como colaboradores de Dios, han traído a la existencia. Los hijos no están confiados únicamente a la responsabilidad de las madres. También lo están a la responsabilidad de sus padres. Pero, más aun que de sus padres y de sus madres, los hijos son de Dios, pertenecen a Dios.

También los sacerdotes ejercen un tipo de paternidad y, en consecuencia, “han de preocuparse de los fieles que engendraron espiritualmente con el bautismo y la doctrina” (Lumen gentium, 28). A los sacerdotes se les encomienda, de modo muy especial, la tarea de cuidar, con caridad pastoral, a la familia de Dios, que es la Iglesia. Como San José, han de apoyarse en la fe para poder desempeñar su ministerio, sin separar la fe y la acción, la escucha de la Palabra divina y la obediencia concreta a esta Palabra.

Por intercesión de San José, patrono de la Iglesia universal, debemos pedir al Señor por los sacerdotes, por la santidad de los sacerdotes, para que, con su vida y ejemplo, no alejen a las personas de Dios, sino que las acerquen a Él. Con todas las limitaciones propias de los hombres, con pecados y con miserias, Dios los ha escogido para que sean testigos de su misericordia, de su amor compasivo, de un amor que se hace cargo de nuestras debilidades y que siempre está dispuesto a perdonarnos.

Y, junto a la oración por los sacerdotes, también la plegaria por las vocaciones sacerdotales. En cada diócesis, el Seminario es un motivo de esperanza y, como Abraham, que “creyó, contra toda esperanza” (cf Rm 4,18), también nosotros estamos llamados a esperar, por encima de cálculos meramente humanos, que, si lo pedimos con fe, Dios no dejará de enviar obreros a su mies.

Santa Teresa de Jesús animaba a acudir a la intercesión de San José: “Sólo pido por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción”, escribe en el Libro de la vida. Hagamos, pues, esa “prueba” que recomienda Santa Teresa, encomendándonos, y encomendando a toda la Iglesia, a la intercesión de San José.

Guillermo Juan Morado.
Sacerdote diocesano. Doctor en Teología por la PUG de Roma y Licenciado en Filosofía.

jueves, 18 de marzo de 2010

BUSQUEMOS LA GLORIA DE DIOS Y NO LA NUESTRA

¡Amor y paz!

En el evangelio, Jesús aporta testimonios que autentican su misión. El de Juan Bautista y el de Dios mismo, que se hace accesible a los hombres de dos maneras: por las obras divinas que Cristo realiza, y por las Sagradas Escrituras. Para reconocer este testimonio sobre Jesús hay que creer en Dios y es necesario que su Palabra habite entre nosotros. Y eso será verdad en la medida en que amemos a Dios y busquemos su gloria y no la nuestra.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 4ª. semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 5,31-47.

Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría. Pero hay otro que da testimonio de mí, y yo sé que ese testimonio es verdadero. Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes. Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no permanece en ustedes, porque no creen al que él envió. Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí, y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida. Mi gloria no viene de los hombres. Además, yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes. He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir. ¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que sólo viene de Dios? No piensen que soy yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza. Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí. Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?".

Comentario

En el evangelio de Juan, los judíos entran en conflicto con Jesús porque no comprenden que la Escritura es una mediación para entrar en comunión con el Dios de la vida y con la vida del pueblo, y no como ellos que terminan idolatrando la ley.

Jesús sigue presentando su defensa como si estuviera ante un tribunal. De acusado pasa a acusador, al demostrar con una serie de testigos la ceguera, la sordera y la falta de fe de sus adversarios. Dan testimonio de Jesús, Juan Bautista, sus obras realizadas, la Escrituras y el mismo Moisés. Jesús resalta la importancia de las obras al considerarlas como un testimonio mayor que el de Juan. Las obras son los signos realizados. Así como el pueblo veía y era consciente de las obras realizadas por Dios en la historia de Israel, desde la liberación de Egipto hasta el momento mismo de Jesús, en la práctica de la vida cotidiana las olvidaba. De igual manera, aunque ha visto las obras de Jesús, el pueblo no se ha convertido a su Palabra. No hay duda de que para los cristianos las obras son la mejor manera de demostrar la fe en el Señor Jesús. Por esto asusta cuando se escucha que un país con el 98% de cristianos, alcanza también altos porcentajes de desigualdad social, de corrupción, de violación de los derechos humanos, intolerancia política, etc.

Las últimas palabras de Jesús a sus adversarios suenan desconcertantes: "No piensen que seré yo quien los acuse ante el Padre. Es Moisés quien los acusa, aquel mismo en el que ustedes creen". Moisés, a quienes ellos pretenden seguir, los condena por haberle robado la vida a la ley, inundándola de normas y cargas pesadas.

Desde esta perspectiva podemos entender cómo muchos hombres y mujeres se llaman cristianos a pesar de que alimentan estructuras sociales injustas, corruptas, violadoras de derechos humanos, por sus intereses mezquinos y egoístas. La razón es simple, creen como los fariseos que con cumplir algunas normas (ir a misa, confesarse, dar limosna, ir en peregrinación a Roma o Tierra Santa, etc.) tienen la salvación en las manos, sin darse cuenta de que, mientras la fe no se traduzca en obras de amor y de vida, no estamos siguiendo al Jesús del Evangelio.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
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miércoles, 17 de marzo de 2010

EL QUE ESCUCHA LA PALABRA Y CREE EN DIOS TIENE VIDA ETERNA

¡Amor y paz!

El pasaje de hoy es la inmediata continuación del de ayer. Jesús hace una apología de su comportamiento. Nos da la clave de todo su actuar: Jesús no obra por su cuenta; es, en la historia, el espejo y expresión de lo que hace el Padre.

Asimismo, y en esto radica la esperanza cristiana, la muerte ha perdido en eficacia destructora por la presencia de la vida, por la Palabra vivificadora de Jesús.

Aquellos que escuchan su Palabra y creen, tienen la vida eterna, y para ellos, la experiencia de la muerte y del juicio está superada.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 4ª semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 5,17-30.

El les respondió: "Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo". Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre. Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: "Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere. Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre. No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio. Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.

Comentario

Hoy, el Evangelio nos habla de la respuesta que Jesús dio a algunos que veían mal que Él hubiese curado a un paralítico en sábado. Jesucristo aprovecha estas críticas para manifestar su condición de Hijo de Dios y, por tanto, Señor del sábado. Unas palabras que serán motivo de la sentencia condenatoria el día del juicio en casa de Caifás. En efecto, cuando Jesús se reconoció Hijo de Dios, el gran sacerdote exclamó: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia, ¿qué os parece?» (Mt 26,65).

Muchas veces, Jesús había hecho referencias al Padre, pero siempre marcando una distinción: la Paternidad de Dios es diferente si se trata de Cristo o de los hombres. Y los judíos que le escuchaban le entendían muy bien: no era Hijo de Dios como los otros, sino que la filiación que reclama para Él mismo es una filiación natural. Jesús afirma que su naturaleza y la del Padre son iguales, aun siendo personas distintas. Manifiesta de esta manera su divinidad. Es éste un fragmento del Evangelio muy interesante de cara a la revelación del misterio de la Santísima Trinidad.

Entre las cosas que hoy dice el Señor hay algunas que hacen especial referencia a todos aquellos que a lo largo de la historia creerán en Él: escuchar y creer a Jesús es tener ya la vida eterna (cf. Jn 5,24). Ciertamente, no es todavía la vida definitiva, pero ya es participar de la promesa. Conviene que lo tengamos muy presente, y que hagamos el esfuerzo de escuchar la palabra de Jesús, como lo que realmente es: la Palabra de Dios que salva.

La lectura y la meditación del Evangelio ha de formar parte de nuestras prácticas religiosas habituales. En las páginas reveladas oiremos las palabras de Jesús, palabras inmortales que nos abren las puertas de la vida eterna. En fin, como enseñaba san Efrén, la Palabra de Dios es una fuente inagotable de vida.

Rev. D. Francesc Perarnau i Cañellas (Girona, España)
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martes, 16 de marzo de 2010

AYUDEMOS A OTROS A ACERCARSE A CRISTO QUE SALVA

¡Amor y paz!

Durante las últimas semanas de Cuaresma, la Iglesia nos propone lecturas extraídas del evangelio de san Juan. La de hoy nos cuenta que en Jerusalén hay una piscina y junto a ella una multitud de enfermos: ciegos, cojos, tullidos... Una humanidad que sufre.

Jesús pregunta a un hombre que llevaba 38 años enfermo: "¿Quieres ser curado?" Y éste responde: "No tengo a nadie que me meta en la piscina". El gran sufrimiento es "no tener a nadie". Lo que salva, en primer lugar, es el amor...

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la 4ª. semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 5,1-16.

Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?". El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes". Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina". En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla". El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'". Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'". Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía". El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.

Comentario

Durante tres días vamos a leer el capítulo quinto de Juan.

La piscina de Betesda tenía aguas medicinales. Pero a aquel pobre hombre paralítico nadie le ayudaba a llegar al agua. Cristo le cura directamente. No sin reacciones contrarias por parte de sus enemigos, porque este signo milagroso lo había hecho precisamente en sábado.

El agua estará muy presente en la Noche de Pascua. De Cristo Resucitado es de quien brota el agua que apaga nuestra sed y fertiliza nuestros campos. Su Pascua es fuente de vida, la acequia de Dios que riega y alegra nuestra ciudad, si le dejamos correr por sus calles. ¿Vamos a dejar que Dios riegue nuestro jardín? El agua es Cristo mismo. Baste recordar el diálogo con la mujer samaritana junto al pozo, en Juan 4: él es «el agua viva» que quita de verdad la sed. Si el profeta ve brotar agua del Templo de Jerusalén, ahora «el Cordero es el Santuario» (Ap 21,22) y de él nos viene el agua salvadora. La curación del paralítico por parte de Jesús es el símbolo de tantas y tantas personas, enfermas y débiles, que encuentran en él su curación y la respuesta a todos sus interrogantes.

El agua es también el Espíritu Santo: «si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí: de su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7,37-39).

Dios, en la Pascua de este año, quiere convertir nuestro jardín particular, y el de toda la Iglesia, por reseco y raquítico que esté, en un vergel lleno de vida. Si hace falta, él quiere resucitarnos de nuestro sepulcro, como lo hizo con su Hijo. Basta que nos incorporemos seriamente al camino de Jesús. ¿Nos dejaremos curar por esta agua pascual? ¿De qué parálisis nos querrán liberar Cristo y su Espíritu este año?

Pero, además, ¿ayudaremos a otros a que se puedan acercar a esta piscina de agua medicinal que es Cristo, si no son capaces de moverse ellos mismos («no tengo a nadie que me ayude»)?

El agua salvadora de Dios es su Palabra, su gracia, sus sacramentos, su Eucaristía, la ayuda de los hermanos, la oración. La aspersión bautismal de los domingos y sobre todo la de la Vigilia Pascual nos quieren comunicar simbólica y realmente esta agua salvadora del Señor.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 80-82
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lunes, 15 de marzo de 2010

INVITACIÓN A CREER SIN NECESIDAD DE PRODIGIOS

¡Amor y paz!

San Juan nos habla hoy de un pagano que se presenta a Jesús y nos revela las verdaderas condiciones de la fe: su confianza en la persona de Cristo, suficientemente firme para resistir los reproches de Él y para aceptar volver a casa sin ningún signo visible, únicamente con las incisivas palabras: "Anda, tu hijo está curado".

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la 4ª. semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 4,43-54.


Transcurridos los dos días, Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen". El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y leanunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

Comentario

Para este episodio, programático de toda la actividad de Jesús con el ser humano, escoge Juan como protagonista a un hombre que ejerce autoridad. Y que, por eso, puede ser figura de cualquier tipo de poder.

El funcionario va a ver a Jesús movido por la necesidad. No le expresa adhesión personal, pero necesita ayuda. El funcionario pide una intervención directa de Jesús a favor de su hijo, que está a punto de morir: que baje en persona y lo cure.

Le contestó Jesús: "Como no veas señales portentosas, no creéis".

Con su respuesta descubre Jesús la mentalidad del funcionario real, que le es común con los de su clase "no creéis".

Este extraño plural, que señala la categoría de los instalados en el poder, es otro dato que hace penetrar más allá de la superficie.

Jesús, en el funcionario, se dirige a los poderosos, y más en general, a aquellos, que esperan la salvación en la demostración del poder. Para ellos, la fe sólo puede tener como fundamento el despliegue de fuerza, el espectáculo maravilloso.

Como individuo poderoso sólo entiende el lenguaje del poder. Busca en Jesús la intervención del Dios omnipotente que actúa sin contar con el hombre y que, con un acto espectacular, remedia la situación desde fuera.

La expresión de Jesús ha puesto el descubierto la mentalidad de poderoso que tiene el funcionario real, y al mismo tiempo muestra cómo Jesús rechaza un determinado modo de remediar la debilidad del hombre, y por contraste, la manera cómo él va a efectuarla.

De hecho, la expresión, "señales portentosas" ("signos y prodigios"), es típica de la actuación de Dios por medio de Moisés para salvar al pueblo de la esclavitud de Egipto. Así, Ex 7, 3: "Yo endureceré el corazón del Faraón y haré muchos signos y prodigios en Egipto".

La negativa de Jesús a ejercer una actividad parecida a la de Moisés muestra el sentido del episodio. Su tema es, como en el Éxodo, la liberación de una esclavitud. En el funcionario aparece la figura del poder, en el muchacho enfermo la del hombre en situación extrema y próximo a la muerte (correspondiente al antiguo Israel en Egipto). La figura de Jesús se opone a la de Moisés, que salvó al pueblo de manera prodigiosa, insinuando que el Mesías, del que se esperaba la renovación de los prodigios del éxodo, lo realizará de forma diversa.

Jesús no accede al deseo del funcionario, de que baje a Cafarnaún, ni al despliegue de poder que él cree necesario para que el hijo escape de la muerte. No propone la imagen de Dios reflejada en el Éxodo. La obra del Mesías no será la de los signos prodigioso, sino la del amor fiel (1, 14). Jesús, para salvar, no hará ningún alarde de poder.

"El funcionario insiste: "Señor, baja antes de que se muera mi niño". Con este petición renovada confiesa la impotencia del poderoso ante la debilidad y la muerte. El poder de este mundo es impotente para salvar.

Jesús le dijo: "Ponte en camino, que tu hijo vive. Se fió el hombre de las palabras que le dijo Jesús y se puso en camino".

Jesús no necesita bajar a Cafarnaún. El comunica vida con su palabra, que es palabra creadora y llega a todo lugar. Jesús dice al funcionario que se ponga en camino y vea la realidad de lo sucedido.

Con su invitación lo pone a prueba, para ver si renuncia a su deseo de señales espectaculares. Si el hombre acepta la invitación de Jesús, verá que su hijo ha salido de su situación de muerte. El que pedía a Jesús como poderoso, cree ahora como "hombre"; antes se definía por su función, ahora por su condición humana, presupuesto para toda relación personal. Se fía de las palabras de Jesús y, sin más, se pone en camino.

Ha renunciado a su mentalidad de poder y a las señales portentosas. Jesús ha actuado sin ostentación de fuerza. Con su respuesta indica Jesús que la salvación que él trae no requiere la colaboración del poderoso. El va a ocuparse directamente del hombre en su condición de debilidad y de muerte. Su acción no necesitará su presencia física; será su mensaje el que comunique vida.

La hora de la curación coincide con la de las palabras de Jesús. La una de la tarde era la hora séptima del día. La determinación del tiempo tiene para S. Juan un sentido particular.

En su primer milagro -el de la boda- se nombra por primera vez la hora de Jesús, aún no llegada (2, 4). En ella dará él su propio vino: el amor. La hora de Jesús es la hora sexta, en cuanto señala su muerte. La séptima es la hora en que terminada su obra produce la vida con la entrega del Espíritu.

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domingo, 14 de marzo de 2010

NO SE PUEDE SER BUEN HIJO SI NO SE ES BUEN HERMANO

¡Amor y paz!

El Evangelio nos narra hoy nuevamente la parábola del padre misericordioso, llamada comúnmente del hijo pródigo. Lo principal es el insondable amor de Dios que se refleja en la conducta del padre, que espera siempre y perdona a su hijo arrepentido.

También, por supuesto, hay que poner atención al hijo pródigo, que malgasta la herencia, pero que arrepentido vuelve a la casa del padre. Y, sin duda, hay que fijarse en el hijo que no se ha ido de la casa, que aparentemente tiene una buena relación con el padre, pero que seguramente no se entristeció con la partida del hermano y mucho menos se alegró con su retorno.

¿Nos pasa eso a nosotros que nos consideramos justos, creemos ser buenos hijos, pero no buenos hermanos?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este IV Domingo de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 15,1-3.11-32.

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'. El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'. Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".


Comentario

Al hablar durante este tiempo de Cuaresma de RECONCILIACIÓN tenemos el peligro de quedarnos sólo en las palabras. Para evitarlo (para vivir de realidades y no sólo de palabras) puede sernos útil considerar cómo JC nos presenta lo que es la reconciliación en la parábola que hoy hemos escuchado.

-Primer personaje: el hijo que reconoce su error y emprende el camino

Primera realidad o, dicho de otro modo, primer personaje: EL HIJO QUE DESCUBRE Y RECONOCE su error. Cuando, durante este tiempo de Cuaresma, hablamos de reconciliación, de conversión, quizá a menudo nos SALTAMOS ESTE PRIMER PASO. El paso que todos debemos dar si queremos jugar limpio, si queremos ir a lo hondo. El paso de reconocer el mal, el pecado que hay en nosotros. Un mal que no es sólo individual, porque está también en nuestra sociedad y en nuestras comunidades cristianas. Quien se cree limpio de culpa no necesita salvación, no necesita acoger la Buena nueva de Jesucristo. Quién se cree sin pecado no puede ser cristiano. Porque para ser cristiano, seguidor de Jesucristo, el primer paso es reconocerse pecador. Sólo después de este primer paso podremos emprender -individual y colectivamente- el camino de reconciliación, de conversión.

A este primer paso indispensable sigue otro no menos necesario. No basta descubrir y reconocer el mal que hay en nosotros. Después de confesar la vana ilusión que es buscar la felicidad lejos de Dios, ES NECESARIO EMPRENDER EL CAMINO hacia el Padre. Es el camino de la reconciliación. La conversión no es sólo reconocerse pecador y acusarse: es emprender el camino que lleva a la vida, al Reino de Dios.

-Segundo personaje: el Padre que ama y organiza la fiesta

La segunda realidad es también fundamental: para recorrer el camino ES NECESARIO QUIEN HAGA CAMINAR. Y no la podemos aportar nosotros. Es Dios quien impulsa este camino. Si no creemos decididamente en el amor del Padre, en el perdón siempre renovado del Padre, no haremos camino. Quizá nosotros -como el hijo pródigo- tengamos una imagen desfigurada de este Padre que siempre ama y siempre espera. Pero AL HACER CAMINO, IRA CRECIENDO NUESTRA FE, porque Dios irá entrando en nuestra vida. El hijo se propone decir al Padre: "Ya no merezco llamarme hijo tuyo". Pero AL LLEGAR SE ENCUENTRA con un padre que lo recibe de todo corazón, que corre a abrazarlo, que inmediatamente organiza una gran fiesta para celebrar la reconciliación.

A nosotros nos es difícil comprender este extraño amor del Padre que olvida el pasado y sólo piensa en la alegría del reencuentro. Quizá por ello, cuando pensamos en el sacramento de la Penitencia, pensamos MÁS EN LO QUE DIREMOS nosotros QUE NO EN LA FIESTA que Dios quiere celebrar. Deberíamos comprender que en la Penitencia -el sacramento de la Reconciliación- LO MAS IMPORTANTE no es nuestra acusación sino la celebración del amor de Dios que siempre perdona y renueva. Nuestro Dios es mucho más un Padre que organiza una gran fiesta que un juez que contabiliza culpas.

-Tercer personaje: el hijo que no entiende nada

Hay en la parábola un tercer personaje que no podemos olvidar: el hijo mayor, EL HIJO FIEL que nunca ha abandonado la casa del Padre pero que NO SABE RECIBIR al hermano que vuelve ni sabe alegrarse con el Padre. Es el hombre que se cree fiel cumplidor, que se cree justo y bueno, pero que en realidad nada entiende del Padre. Es un personaje frecuente entre nosotros: nadie lo podrá acusar de "grandes pecados" pero vive cerrado a la vida, al amor.

No ha roto con el Padre pero NO HA APRENDIDO A AMAR como el Padre. Por eso tampoco sabe alegrarse como el Padre. Para él, hablar de conversión o reconciliación sería cumplir con unas normas, obedecer unas orientaciones. No pensará que reconciliación o conversión significa SALIR EN BÚSQUEDA del hermano que se fue. Seguirá encerrado en sus pequeños problemas. No sentirá la necesidad de reconocer su falta de amor, la necesidad de emprender también él un camino hacia el Padre. ¿Cómo puede hacerlo si se cree mejor que los demás?

En este cuarto domingo de Cuaresma -ya cercanas las celebraciones de Pascua- nos es necesario reflexionar seriamente esta parábola de Jesucristo. Que nos ayude la celebración de la eucaristía, que es siempre CELEBRACIÓN DE LA FIESTA del Padre. Participemos en ella no como justos sino como pecadores. Como pecadores que quieren caminar hacia la casa del Padre. Impulsados por su amor siempre renovado. Por eso podemos ya ahora empezar a participar de la alegría del Dios que organiza una fiesta eterna para todos sus hijos pecadores.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1980, 6
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