lunes, 31 de marzo de 2014

El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino

¡Amor y paz!

Al comenzar las ferias de la cuarta semana, las lecturas cuaresmales cambian de orientación.  Antes leíamos los tres evangelistas sinópticos, con pasajes del Antiguo Testamento formando una unidad temática con la página del evangelio. Ahora vamos a leer, hasta Pascua (y también durante toda la Pascua, hasta Pentecostés), al evangelista Juan, en lectura semicontinuada de algunos de sus capítulos.

Antes había sido nuestro camino de conversión el que había quedado iluminado día tras día por las lecturas. Ahora se nos pone delante como modelo del cambio de Pascua y de nuestra lucha contra el mal el camino de Jesús, con la creciente oposición de sus adversarios, que acabarán llevándolo a la cruz.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y del comentario, en este lunes de la IV Semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 4,43-54. 
Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen". El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea. 

Comentario

De momento a Jesús le reciben bien en Galilea, aunque él ya es consciente de que «un profeta no es estimado en su propia patria».

En Caná, donde había hecho el primer milagro del agua convertida en vino, hace otro «signo» curando al hijo del funcionario real de Cafarnaún. De nuevo aparece un extranjero con mayor fe que los judíos: «el hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino».

La marcha de Jesús hacia la muerte y la resurrección está sembrada de hechos en que comunica a otros la salud, la vida, la alegría.

Ya quedan menos de tres semanas para la Pascua. Pero no somos nosotros los protagonistas de lo que quiere ser esta Pascua. No somos nosotros los que le dedicamos a Dios este tiempo o nuestros esfuerzos. Es él quien tiene planes. Es él, como hizo con el pueblo de Israel, ayudándole a volver del destierro, y con su Hijo Jesús, cuando le sacó del sepulcro como primogénito de una nueva creación, quien quiere llevar a cabo también con nosotros un cielo nuevo y una tierra nueva.

Es Dios quien desea que esta próxima Pascua sea una verdadera primavera para nosotros, incorporándonos a su Hijo. Porque «el que está en Cristo es una nueva creación: pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Co 5, l 7).

Jesús nos quiere devolver la salud, como al hijo del funcionario real, y liberarnos de toda tristeza y esclavitud, y perdonarnos todas nuestras faltas. Si tenemos fe. Si queremos de veras que nos cure (cada uno sabe de qué enfermedad nos tendría que curar) y que nos llene de su vida. A los que en el Bautismo fuimos sumergidos en la nueva existencia de Cristo -ese sacramento fue una nueva creación para cada uno- Jesús nos quiere renovar en esta Pascua.

Cuando nos disponemos a acercarnos a la mesa eucarística decimos siempre una breve oración llena de humildad y confianza: «no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». Es la misma actitud de fe del funcionario de hoy. Y debe ser nuestra actitud en vísperas de la Pascua.

¿Dejaremos a Jesús que «haga milagros» en su patria, entre «los suyos» entre nosotros, que le seguimos de cerca? ¿O pensamos que sólo entre los alejados hace falta que sucedan la conversión y la nueva creación y los cielos nuevos? ¿Podremos cantar con alegría, en la Pascua, también nosotros, y pensando en nosotros mismos: «te ensalzaré, Señor, porque me has librado» ?

En la noche de Pascua escucharemos el relato poético de la primera creación y también el de la nueva creación, la resurrección de Cristo. Ambas se nos aplican a nosotros en un sacramento que estará esa noche muy especialmente presente en nuestra celebración: el Bautismo.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 78-80

domingo, 30 de marzo de 2014

Jesús cura de la ceguera física, pero, ante todo, de la ceguera espiritual

¡Amor y paz!

De nuevo Juan va a traernos hoy un personaje-simbólico para ayudarnos a afianzar nuestra fe: el mendigo ciego que es curado por Jesús (Hace ocho días fue la samaritana). El cuarto Evangelio se plantea en este episodio fundamentalmente estas dos cuestiones: ¿qué le ocurre al que llega a creer en Jesús?, ¿qué le espera al creyente, si de veras la fe germina en su vida?

Y lo primero y fundamental es que se encuentra con Jesús y transforma su vida. Con Él, pasa de la ceguera a la luz, de la muerte a la vida. Porque no hay que olvidar: no se trata sólo de la ceguera física, sino ante todo, de la ceguera espiritual. Jesús se confiesa como 'Luz del mundo'.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y del comentario, en este Domingo de la Cuarta Semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 9,1-41.

Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?". "Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo". Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?". Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". El decía: "Soy realmente yo". Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?". El respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: 'Ve a lavarte a Siloé'. Yo fui, me lavé y vi". Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". El respondió: "No lo sé". El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo". Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?". Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?". El hombre respondió: "Es un profeta". Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?". Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta". Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él". Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador". "Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo". Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?". El les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?". Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este". El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada". Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?". Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?". El respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?". Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron:"¿Acaso también nosotros somos  ciegos?". Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: 'Vemos', su pecado permanece".  
Comentario

a) Iniciativa divina.-  El ciego de nacimiento tuvo la suerte, la gracia, de encontrarse con Jesús, que es el Sol. No fue el ciego el que tomó la iniciativa. Fue Jesús el que vio al ciego y, compadecido, quiso curarlo. La gente se preguntaba el por qué estaba ciego. Jesús explicará el para qué: «Para que se manifiesten en él las obras de Dios», y las obras de Dios no son las que castigan con la ceguera sino las que iluminan al mundo. Las obras de Dios son creadoras y liberadoras, son los milagros de su misericordia. Es aquello de «los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Noticia» (Lc 7, 22; cf. 4,18-19).

b) El milagro de la misericordia.- Todas las cegueras humanas y todas las miserias humanas surgen y están ahí, por muchas razones, que no siempre son pecaminosas. Los porqués son complicados. Pero sí es cierto que todas esas miserias están esperando una respuesta de amor.

Si Dios permite tantas miserias es para que en ellas pueda resplandecer su misericordia. No siempre hará el milagro de la curación física, pero siempre hará el milagro de la curación espiritual; siempre se acercará a nuestros sufrimientos, y los compartirá y los redimirá. No hace falta insistir en que Dios también se vale de nosotros para realizar un milagro de comunión. Así pues, los ciegos están ahí y los cojos y los leprosos y los pobres, para que sepamos volcar sobre ellos la medicina de nuestro amor.

c) Las mediaciones.- Jesús podía haber curado al ciego inmediata y directamente, con una sola palabra o un solo golpe de gracia. Y, sin embargo, utiliza una serie de mediaciones, todo un proceso: la saliva, el barro en los ojos, la necesidad de lavarse en la piscina. Cada uno de estos detalles puede tener su propia significación. Hay, naturalmente, una lectura sacramental, con evidentes aplicaciones al bautismo. Pero lo que sí es claro es que Cristo necesita de nuestra colaboración. El no multiplica los panes si no ofrecemos los pocos que nos quedan.

CÁRITAS
RÍOS DEL CORAZÓN
CUARESMA Y PASCUA 1993.Pág. 98

sábado, 29 de marzo de 2014

¿Nos creemos justos y despreciamos a los demás?

¡Amor y paz!

La parábola que relata el Evangelio hoy muestra cómo dos hombres, con distintas formas de actuar, acuden a la oración. El primero, un fariseo, ora desde su orgullo legalista, y da gracias por todo lo que cree que Dios ha hecho en él, ufanándose por guardar determinados preceptos.

El otro, en cambio, un publicano, acude de manera humilde, mostrándose sólo como un pecador, pidiendo a Dios que le dé su perdón. Entre estos dos hombres Jesús establece que el segundo está más cerca del Reino, ya que presenta mayor necesidad de Dios.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la 3ª. Semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 18,9-14. 
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: "Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". 
Comentario

¿Qué es un fariseo y qué es un publicano? Reflexiono sobre el tipo de palabras, su evolución, su ironía... Un fariseo es el miembro de una secta religiosa rigurosa, un practicante fiel, íntegro, afiliado a una especie de escuela de oración de estricta observancia. Y, mira por dónde, a partir del Evangelio, la palabra designa al hipócrita: ¿habrá alguna relación?

En cuanto al publicano, es el ladrón público, vendido al enemigo, enriquecido con el fraude, expoliador de los desamparados... Y hemos hecho un modelo de él. Jesús le pone en primer lugar. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué gigantesca inversión de la realidad es ésa que hace del Evangelio algo tan sorprendente e inesperado? Zaqueo, Magdalena, el buen ladrón, los publicanos...

Dos hombres subieron al templo a orar. Sin duda, es en la oración donde, al fin, el corazón queda al desnudo. Al orar, el fariseo se hace el centro, y Dios sólo está para reconocer su rectitud.

Por su parte, el publicano se da cuenta de su indignidad y mira a Dios, que puede salvarle. ¿Quién de nosotros, al comulgar, piensa en serio que es indigno? "Señor, no soy digno...". Esto no quiere decir que haya que esperar a ser digno: nunca se es digno: pero Dios quiere darse a nuestra indignidad. Es preciso que nuestras manos tendidas hacia él sean unas manos vacías.

Y ahí está el peligro del fariseísmo. Al fariseo le han enseñado a evitar el pecado, a multiplicar los sacrificios y las buenas obras, a practicar la regla, la Santa Regla. Y lo hace tan bien que incluso se enorgullece de ello; está en regla con Dios, y Dios tan sólo tiene que hacerle justicia. Dios no necesita ser ya ternura y perdón. Basta con que sea justo. Desde ese momento, el fariseo puede representar entre los hombres el papel ingrato, pero necesario, de "desfacedor de entuertos", de juez moral, de guardián de las leyes. Por otra parte, ¡cuidado que le cuesta ser íntegro! Por eso puede juzgar.

Dos hombres entraron en la iglesia a orar. Uno era íntegro, el otro divorciado, o alcohólico, o ex-presidiario, ¡cualquiera sabe...! Y este último se mantenía a distancia de la gente, sin hacer elogios de su falta, sufriendo por el hecho de que los hombres le señalaran con el dedo. ¿Sabía este hombre que Dios ha venido a su encuentro para expresarle su ternura? Pues el privilegio de los publicanos es que sólo ellos saben hasta qué punto puede Dios ser misericordia. Hermanos, fariseos, ¿le comprenderemos algún día?

Dios cada día
Siguiendo el leccionario ferial
Cuaresma y tiempo pascual
Sal Terrae/Santander 1989.Pág. 74

viernes, 28 de marzo de 2014

El amor a Dios y a los hermanos, núcleo del cristianismo

¡Amor y paz!

El corazón palpitante del Reino de Jesús es el amor. Es el dinamismo que nos comunica con Dios y nos impulsa a acercarnos a los hermanos. Es la terapia cristiana, que nos cura de todos los egoísmos que nos esclavizan: la codicia, la comodidad, la autosuficiencia excluyente, la agresividad destructora...

Jesús nos invita hoy a que demos la vuelta a nuestra vida egoísta y volvamos a Dios la mirada de nuestra mente y el anhelo de nuestro corazón. Es la actitud adecuada para ver el rostro del Señor y en Él encontrar el rostro de nuestro prójimo, a quien Jesús nos presenta para que lo amemos (Dominicos 2004).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 3ª. Semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 12,28b-34. 
Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?».Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos". El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios". Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.  
Comentario

Hoy, la liturgia cuaresmal nos presenta el amor como la raíz más profunda de la autocomunicación de Dios: «El alma no puede vivir sin amor, siempre quiere amar alguna cosa, porque está hecha de amor, que yo por amor la creé» (Santa Catalina de Siena). Dios es amor todopoderoso, amor hasta el extremo, amor crucificado. Este Evangelio no es sólo una autorevelación de cómo Dios mismo —en su Hijo— quiere ser amado. Con un mandamiento del Deutoronomio: «Ama al Señor, tu Dios» (Dt 6,5) y otro del Levítico: «Ama a los otros» (Lev 19,18), Jesús lleva a término la plenitud de la Ley. Él ama al Padre como Dios verdadero nacido del Dios verdadero y, como Verbo hecho hombre, crea la nueva Humanidad de los hijos de Dios, hermanos que se aman con el amor del Hijo.

La llamada de Jesús a la comunión y a la misión pide una participación en su misma naturaleza, es una intimidad en la que hay que introducirse. Jesús no reivindica nunca ser la meta de nuestra oración y amor. Da gracias al Padre y vive continuamente en su presencia. El misterio de Cristo atrae hacia el amor a Dios —invisible e inaccesible— mientras que, a la vez, es camino para reconocer, verdad en el amor y vida para el hermano visible y presente. Lo más valioso no son las ofrendas quemadas en el altar, sino Cristo que quema como único sacrificio y ofrenda para que seamos en Él un solo altar, un solo amor.

Esta unificación de conocimiento y de amor tejida por el Espíritu Santo permite que Dios ame en nosotros y utilice todas nuestras capacidades, y a nosotros nos concede poder amar como Cristo, con su mismo amor filial y fraterno. Lo que Dios ha unido en el amor, el hombre no lo puede separar. Ésta es la grandeza de quien se somete al Reino de Dios: el amor a uno mismo ya no es obstáculo sino éxtasis para amar al único Dios y a una multitud de hermanos.

Rev. D. Pere Montagut i Piquet (Barcelona, España)


jueves, 27 de marzo de 2014

Nuestra misión es pasar por el mundo haciendo el bien

¡Amor y paz!

Jesús pasa haciendo el bien, curando a los enfermos, liberando al ser humano de esos "demonios" que lo  oprimen. Y esa expulsión del demonio es para él un signo de la presencia de Dios, de su Reinado: donde Dios comienza a reinar, no hay sitio para los "demonios", desaparece toda opresión. Jesús lo dejó claramente dicho: traer el Reino (¡su misión!) es traer la liberación del ser humano, y viceversa. 

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 3ª. Semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 11,14-23. 
Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: "Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios". Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: "Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. 
Comentario

Nuestra misión como cristianos -y como simples seres humanos- es ésa pues: pasar, como Jesús, haciendo el bien, curando y sanando, expulsando todo tipo de demonio que oprima a nuestros hermanos. Y eso es hacer presente a Dios, eso es implantar su Reino aquí en el mundo. Si expulsamos los demonios, hacemos realidad el máximo sueño de Jesús: "Venga Tu Reino"... Es la gran misión del ser humano, la misión que Dios nos ha revelado en Jesús, la que con otras palabras Dios ha revelado también a todos los hombres y mujeres que lo escuchan con corazón sincero.

Pero allí ocurrió algo importante: los enemigos "reinterpretaron" esa acción sanadora de Jesús. Dijeron: "Jesús expulsa los demonios por arte de Belzebú...". De golpe, con esa "reinterpretación", ocultaban esa curación que Jesús hacía reduciéndola a un simple acto de magia diabólica... Estaban adjudicando al diablo la acción misma de Jesús. Lo que para él era un síntoma o señal de la acción de Dios, sus enemigos lo presentan como indicio de la acción del demonio. Nos dicen otros evangelistas que Jesús se irritó y dijo que eso era un "pecado contra el Espíritu Santo", cuya suma gravedad expresó diciendo que "no se perdona ni en este mundo ni en el otro"... 

"Que venga tu Reino", rezamos todos los días; no sería responsable esa petición si no expresara simultáneamente nuestra voluntad de poner de nuestra parte lo que hace falta para que sean expulsados todos esos "demonios" que oprimen.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)

miércoles, 26 de marzo de 2014

No somos esclavos de la Ley, sino libres por el Amor

¡Amor y paz!

Jesús no vino a abolir la Ley, sino a llevarla a su plenitud. Y la plenitud es el amor, en primer lugar a Dios y en segundo lugar al prójimo. Mientras en el cumplimiento de la ley no se tenga ese trasfondo, se está corriendo el riesgo de caer en minuciosidades o en interpretaciones falsas o personalistas de la misma, conforme a los propios intereses, que muchas veces nos llevan a lograrlos aún a costa de destruir a los demás. Dios no nos quiere fieles a la Ley sólo por cumplirla de un modo externo.

Antes que nada hemos de entrar en una relación personal de amor con Él. A partir de ese amor su Palabra debe ser escuchada y puesta en práctica como consecuencia del mismo amor. Sólo así no continuaremos caminando como esclavos de la Ley, sino como hijos que viven con un amor fiel a Dios y fiel al prójimo.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 3ª. semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 5,17-19. 
Jesús dijo a sus discípulos: "No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos."
Comentario

Dios nos ha amado con un amor fiel. Sus promesas no se quedaron sin ser cumplidas. Dios realmente nos ha salvado, liberándonos del pecado y de la muerte. Él nos ha concedido llegar a ser sus hijos. El sacrificio de su Hijo en la Cruz sella esta nueva Alianza entre Dios y nosotros. Hoy nos reunimos en su presencia para celebrar este Memorial de su amor por nosotros. Quienes entramos en comunión de vida con Él estamos llamados a vivir en la libertad de hijos de Dios, no porque vayamos a vivir sin ley, sino porque la Ley santa de Dios no será el término de nuestros actos. Amamos a Dios como a nuestro Padre y vivimos nuestra fidelidad a Él, sabiendo que su Palabra nos lleva a hacer en todo la voluntad de Dios sobre nosotros. Entonces Él transformará nuestra vida de pecadora en justa, pues nosotros no viviremos rebeldes a Dios, sino que iremos siempre por sus caminos de salvación.

La Iglesia de Cristo no puede centrar su actividad en un legalismo encadenante de sus fieles. Es verdad que no podemos vivir como una sociedad sin ley; sin embargo no podemos perder de vista que la ley suprema en la Iglesia es la salvación de las personas. Y esa salvación no podrá hacerse realidad si no se les ama y se les enseña a amar; y no tanto mediante leyes, sino mediante el propio ejemplo que nos hace ser un signo de Cristo, cercano a todos para conducirnos por el camino del bien; camino que no sólo nos señaló con sus palabras, sino con su mismo ejemplo. Por eso Él es el Camino que hemos de seguir si queremos, en verdad, llegar al Padre. Por eso hemos de aprender a tomar nuestra cruz de cada día y echarnos a andar tras las huellas del Señor. Amemos con lealtad a nuestro prójimo; busquemos siempre el bien de todos, para que, fortalecidos por el Espíritu Santo, podamos no creernos santos por nuestra fidelidad a la Ley, sino saber que Dios nos santifica porque le permitimos hacer su obra en nosotros y, desde nosotros, en favor de los demás.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica con gran amor, siendo así santos, no conforme a nuestras imaginaciones, sino como Dios quiere que lo seamos. Amén.

www.homiliacatolica.com