viernes, 28 de marzo de 2014

El amor a Dios y a los hermanos, núcleo del cristianismo

¡Amor y paz!

El corazón palpitante del Reino de Jesús es el amor. Es el dinamismo que nos comunica con Dios y nos impulsa a acercarnos a los hermanos. Es la terapia cristiana, que nos cura de todos los egoísmos que nos esclavizan: la codicia, la comodidad, la autosuficiencia excluyente, la agresividad destructora...

Jesús nos invita hoy a que demos la vuelta a nuestra vida egoísta y volvamos a Dios la mirada de nuestra mente y el anhelo de nuestro corazón. Es la actitud adecuada para ver el rostro del Señor y en Él encontrar el rostro de nuestro prójimo, a quien Jesús nos presenta para que lo amemos (Dominicos 2004).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 3ª. Semana de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 12,28b-34. 
Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?».Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos". El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios". Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.  
Comentario

Hoy, la liturgia cuaresmal nos presenta el amor como la raíz más profunda de la autocomunicación de Dios: «El alma no puede vivir sin amor, siempre quiere amar alguna cosa, porque está hecha de amor, que yo por amor la creé» (Santa Catalina de Siena). Dios es amor todopoderoso, amor hasta el extremo, amor crucificado. Este Evangelio no es sólo una autorevelación de cómo Dios mismo —en su Hijo— quiere ser amado. Con un mandamiento del Deutoronomio: «Ama al Señor, tu Dios» (Dt 6,5) y otro del Levítico: «Ama a los otros» (Lev 19,18), Jesús lleva a término la plenitud de la Ley. Él ama al Padre como Dios verdadero nacido del Dios verdadero y, como Verbo hecho hombre, crea la nueva Humanidad de los hijos de Dios, hermanos que se aman con el amor del Hijo.

La llamada de Jesús a la comunión y a la misión pide una participación en su misma naturaleza, es una intimidad en la que hay que introducirse. Jesús no reivindica nunca ser la meta de nuestra oración y amor. Da gracias al Padre y vive continuamente en su presencia. El misterio de Cristo atrae hacia el amor a Dios —invisible e inaccesible— mientras que, a la vez, es camino para reconocer, verdad en el amor y vida para el hermano visible y presente. Lo más valioso no son las ofrendas quemadas en el altar, sino Cristo que quema como único sacrificio y ofrenda para que seamos en Él un solo altar, un solo amor.

Esta unificación de conocimiento y de amor tejida por el Espíritu Santo permite que Dios ame en nosotros y utilice todas nuestras capacidades, y a nosotros nos concede poder amar como Cristo, con su mismo amor filial y fraterno. Lo que Dios ha unido en el amor, el hombre no lo puede separar. Ésta es la grandeza de quien se somete al Reino de Dios: el amor a uno mismo ya no es obstáculo sino éxtasis para amar al único Dios y a una multitud de hermanos.

Rev. D. Pere Montagut i Piquet (Barcelona, España)


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