¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este martes 4 del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Heb 12,1-4):
Hermanos: Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Salmo responsorial: 21
R/. Te alabarán, Señor, los que te buscan.
Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos
comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: ¡Viva su corazón
por siempre!
Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su
presencia se postrarán las familias de los pueblos. Ante él se postrarán las
cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que bajan al polvo.
Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la
generación futura, contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: «Todo lo que
hizo el Señor».
Versículo antes del Evangelio (Mt 1,17):
Aleluya. Cristo hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mc 5,21-43):
En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la
otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del
mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a
sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de
morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con
él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.
Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que
había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin
provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de
Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si
logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le
secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al
instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió
entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le
contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha
tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había
hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó
atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le
dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos
diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo
que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y
no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el
hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el
alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les
dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se
burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre
de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando
la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te
digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues
tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho
en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.
Comentario
Hoy el Evangelio nos presenta dos milagros de Jesús que
nos hablan de la fe de dos personas bien distintas. Tanto Jairo —uno de los
jefes de la sinagoga— como aquella mujer enferma muestran una gran fe: Jairo
está seguro de que Jesús puede curar a su hija, mientras que aquella buena
mujer confía en que un mínimo de contacto con la ropa de Jesús será suficiente
para liberarla de una enfermedad muy grave. Y Jesús, porque son personas de fe,
les concede el favor que habían ido a buscar.
La primera fue ella, aquella que pensaba que no era digna de que Jesús le
dedicara tiempo, la que no se atrevía a molestar al Maestro ni a aquellos
judíos tan influyentes. Sin hacer ruido, se acerca y, tocando la borla del
manto de Jesús, “arranca” su curación y ella enseguida lo nota en su cuerpo.
Pero Jesús, que sabe lo que ha pasado, no la quiere dejar marchar sin dirigirle
unas palabras: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu
enfermedad» (Mc 5,34).
A Jairo, Jesús le pide una fe todavía más grande. Como ya Dios había hecho con
Abraham en el Antiguo Testamento, pedirá una fe contra toda esperanza, la fe de
las cosas imposibles. Le comunicaron a Jairo la terrible noticia de que su
hijita acababa de morir. Nos podemos imaginar el gran dolor que le invadiría en
aquel momento, y quizá la tentación de la desesperación. Y Jesús, que lo había
oído, le dice: «No temas, solamente ten fe» (Mc 5,36). Y como aquellos
patriarcas antiguos, creyendo contra toda esperanza, vio cómo Jesús devolvía la
vida a su amada hija.
Dos grandes lecciones de fe para nosotros. Desde las páginas del Evangelio,
Jairo y la mujer que sufría hemorragias, juntamente con tantos otros, nos
hablan de la necesidad de tener una fe inconmovible. Podemos hacer nuestra
aquella bonita exclamación evangélica: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad» (Mc
9,24).
Rev. D. Francesc PERARNAU i Cañellas (Girona, España)
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