¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el
comentario, en este XX Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice...
Evangelio según San Lucas 12, 49-53
"En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Yo he venido a prender fuego en la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo! Tengo pasar por un bautismo, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo! ¿Creen ustedes que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Porque de hoy en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra”
"En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Yo he venido a prender fuego en la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo! Tengo pasar por un bautismo, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo! ¿Creen ustedes que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Porque de hoy en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra”
Comentario
Estas palabras de Jesús
parecen a primera vista contrarias a todo lo que en muchos otros pasajes de los
Evangelios se nos dice acerca de su mensaje constructivo de amor y de paz. Por
eso hay que tratar de entenderlas en el contexto en el cual nos las presentan
los evangelistas: Lucas en el texto de este domingo y Mateo en un pasaje
paralelo (10, 34-36). El contexto es la subida de Jesús con sus discípulos
desde Galilea hacia Jerusalén, donde Él va a padecer y a morir en la cruz
debido a que su mensaje es rechazado por quienes detentan el poder religioso y
político en esta ciudad y en toda la nación judía. Por eso quiere advertir a
sus discípulos, para que tengan bien claro que la aceptación de su mensaje
implica la exigencia de estar dispuestos a seguir a su Maestro hasta las
últimas consecuencias.
1. “He venido a
prender fuego en la tierra”
La imagen del oro que es purificado
por el fuego en el crisol es utilizada en varios textos bíblicos para hacer
referencia al proceso de purificación que libera al metal precioso de la
escoria, es decir, de lo que no corresponde a su esencia. Jesús emplea en este
sentido el símbolo del fuego, para indicar que su misión es liberar a todos los
que quieran acoger su mensaje mediante una purificación interior de la escoria
del pecado, de todas las formas del egoísmo que le impiden al ser humano vivir
en el amor, es decir vivir de acuerdo con el plan creador de Dios y ser
verdaderamente feliz.
La tierra -o “el mundo”,
como dicen otras traducciones de este pasaje de Evangelio-, es el lugar al que
Jesús, como enviado de Dios Padre, ha venido para realizar ese proceso de
liberación con su pasión, muerte y resurrección y mediante la acción del Espíritu
Santo, uno de cuyos símbolos es precisamente el fuego, que además de ser un
elemento de purificación es también energía que hace posible la luz y el calor
para que se desarrolle y se renueve la vida. La Iglesia en su liturgia expresa
una petición muy significativa en este sentido: “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en
ellos el fuego de tu amor”.
Este fuego del amor es el que Cristo nuestro Señor ha querido encender, y de
hecho ya lo ha encendido, a partir de su pasión, muerte y resurrección.
2. “Tengo que
pasar por un bautismo, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo!”
El verbo “bautizar”, proveniente
del griego, indica originalmente el acto por el cual una persona se sumerge o
es sumergida en el agua, con un sentido de purificación y renovación vital. Los
símbolos unidos del fuego y el agua son empleados por los textos bíblicos del
género llamado “apocalíptico”, es decir, el que se refiere a la revelación
definitiva de Dios a la humanidad, para describir el juicio con el que será
vencido el reino del pecado para instaurar el Reino de Dios y construir así un
mundo nuevo.
El Evangelio de hoy corresponde a
este simbolismo. Jesús, el justo por excelencia que no necesita ser purificado,
se somete sin embargo al juicio de Dios tomando sobre sus hombros la carga del
pecado de toda la humanidad, para que ésta sea purificada y renovada en el
crisol y en el torrente de su sacrificio redentor en la cruz. A esto se refiere
concretamente Él cuando les anuncia a sus discípulos que ha venido a ser
bautizado, es decir, sumergido en el torrente de su pasión y muerte de cruz,
para luego resucitar en su naturaleza humana a una vida nueva, y así darnos la
garantía de que también nuestra existencia tiene un horizonte de eternidad.
3. “¿Creen
ustedes que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división”
Los profetas del Antiguo
Testamento, como por ejemplo Jeremías, de cuyo libro está tomada la primera
lectura de este domingo (38, 4-6. 8-10), solían generar en torno a ellos
reacciones encontradas, divisiones y contradicciones. En este sentido, ellos
fueron prefiguraciones de lo que iba ser el Mesías prometido en el cumplimiento
de su misión profética. En el mismo Evangelio según san Lucas, del cual está
tomado el texto correspondiente a este domingo, se cuenta que, cuando el niño
Jesús fue presentado en el Templo de Jerusalén, un anciano llamado Simeón le
dijo a María, su madre: “Mira, éste ha sido
puesto para la ruina y la resurrección de muchos en Israel, para ser signo de
contradicción” (Lucas 2, 34).
Esto significa que unos acogerían
su mensaje y otros lo rechazarían, produciéndose así una división que, como lo
dice el propio Jesús en el Evangelio, se daría incluso en el seno de las
familias. En efecto, ya desde los inicios de la Iglesia fundada por Jesucristo,
sus enseñanzas suscitaron enfrentamientos en un ambiente de persecución a la
que se vieron sometidos los primeros cristianos, tanto por las autoridades
religiosas del judaísmo de aquel tiempo como por las autoridades políticas del
imperio romano, de modo que en no pocas familias hubo una división entre
quienes se convirtieron a la fe cristiana y quienes permanecieron en el
paganismo.
Pero el tema de la división no sólo
corresponde a estos hechos iniciales, sino también al enfrentamiento, a menudo
lleno de odio y de violencia, que a lo largo de la historia del cristianismo se
ha venido dando entre las distintas interpretaciones y modalidades de expresión
del mensaje de Cristo, tanto en el ámbito de las distintas iglesias, como
también incluso dentro del propia Iglesia católica. Ante esta situación, la
tarea que nos corresponde a todos es procurar vivir el mandamiento del amor
mediante la aceptación constructiva de la diversidad y la pluralidad. Y en
lugar de pelearnos entre los seres humanos, hijos de un mismo Creador, orientar
más bien nuestras energías en la pelea contra el pecado, como nos invita a
hacerlo la segunda lectura (Hebreos 12, 1-4). Que así sea.
El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J