¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, mediante el método
de la lectio divina, en este martes de la tercera
semana de Pascua.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Hechos
de los Apóstoles 7,51-8,1a
En aquellos días,
Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas: 51 Vosotros, hombres
testarudos, obstinados y sordos, siempre os habéis resistido al Espíritu Santo.
Eso hicieron vuestros antepasados, y lo mismo hacéis vosotros. 52 ¿A
qué profeta no persiguieron vuestros antepasados? Ellos mataron a los que
predijeron la venida del Justo, a quien vosotros acabáis de traicionar y
asesinar. 53 Vosotros recibisteis la Ley por
mediación de ángeles, pero no la habéis cumplido.
54 Al oír esto, se
recomían de rabia en su corazón y rechinaban los dientes contra él. 55 Pero
Esteban, lleno del Espíritu Santo, mirando fijamente al cielo, vio la gloria de
Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios 56 y exclamó:
- Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre
de pie a la derecha de Dios.
57 Ellos, dando grandes
gritos, se taparon los oídos y se arrojaron a una sobre él. 58 Lo
echaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos habían
dejado sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. 59 Mientras
lo apedreaban, Esteban oraba así:
- Señor Jesús, recibe mi espíritu.
60 Luego cayó de
rodillas y gritó con voz fuerte:
- Señor, no les tomes en cuenta este pecado.
Y dicho esto, expiró.
8-1 Saulo estaba allí y
aprobaba este asesinato.
Primer cuadro: recoge la parte conclusiva del discurso de Esteban,
un discurso durísimo. En él lee la historia de Israel como la historia de un
pueblo de dura cerviz, de corazón y de oídos incircuncisos, siempre opuestos al
Espíritu Santo. Mientras Pedro intenta excusar de algún modo en sus discursos a
sus interlocutores, casi maravillándose del error fatal de la condena a muerte
de Jesús, Esteban afirma, en sustancia, que no podían dejar de condenar a
Jesús, dado que siempre han perseguido a los profetas enviados por Dios. Se
trata de una lectura extremadamente negativa de toda la historia de Israel. Una
lectura que no podía dejar de suscitar una reacción violenta.
Segundo cuadro: el martirio de Esteban. Éste, frente al furor de la
asamblea, que está fuera de sí, aparece ahora situado mucho más allá y muy por
encima de todo y de todos, en un lugar donde contempla la gloria de Dios y a
Jesús, resucitado, de pie a la derecha del Padre. El primer mártir se dirige
sereno al encuentro con la muerte, gozando del fruto de la muerte solitaria de
Jesús. Este, ahora Señor glorioso, anima a sus testigos mostrando «los
cielos abiertos», que se ofrecen como la meta gloriosa, ahora próxima.
Muere sereno y tranquilo,
confiando su espíritu al Señor Jesús, del mismo modo que éste lo había confiado
al Padre. La lapidación, que tenía lugar fuera de la ciudad, era la suerte
reservada a los blasfemos: Esteban no tiene miedo de proclamar la divinidad de
Jesús y, en este clima enardecido, debe morir. Saulo, el que habría de
proseguir la obra innovadora de Esteban, extendiéndola a los paganos, resulta
que está de acuerdo con este asesinato.
Evangelio: Juan 6,30-35
En aquel tiempo, 30 replicó
a Jesús la muchedumbre:
- ¿Qué señal puedes
ofrecernos para que, al verla, te creamos? ¿Cuál es tu obra? 31 Nuestros
antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les
dio a comer pan del cielo.
32 Jesús les
respondió:
- Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el
pan del cielo. Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. 33 El
pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo.
34 Entonces le dijeron:
- Señor, danos siempre de ese pan.
35 Jesús les contestó:
- Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no
volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed.
La muchedumbre, a pesar de
las variadas pruebas dadas por Jesús en el fragmento anterior, no se muestra
satisfecha aún ni con sus signos ni con sus palabras, y pide más garantías para
poder creerle (v. 30). El milagro de los panes no es suficiente; quieren un
signo particular y más estrepitoso que todos los que ha hecho ya. La
muchedumbre y Jesús tienen una concepción diferente del «signo». El
Maestro exige una fe sin condiciones en su obra; las muchedumbres, en cambio,
fundamentan su fe en milagros extraordinarios que han de ver con sus propios
ojos.
Nos encontramos aquí
frente a un texto que manifiesta una viva controversia, surgida en tiempos del
evangelista, entre la Sinagoga y la Iglesia en torno a la misión de Jesús. Éste
no se dejó llevar por sueños humanos ni se hizo fuerte en los milagros, sino
que buscó sólo la voluntad del Padre. La muchedumbre quiere el nuevo milagro
del maná (cf. Sal 78,24) para reconocer al verdadero profeta escatológico de
los tiempos mesiánicos.
Pero Jesús, en realidad,
les da el verdadero maná, porque su alimento es muy superior al que comieron
los padres en el desierto: él da a todos la vida eterna. Ahora bien, sólo quien
tiene fe puede recibirla como don. El verdadero alimento no está en el don de
Moisés ni en la Ley, como pensaban los interlocutores de Jesús, sino en el don
del Hijo que el Padre regala a los hombres, porque él es el verdadero «pan
de Dios que viene del cielo» (v. 33).
En un determinado momento,
la muchedumbre da la impresión de haber comprendido: «Señor, danos
siempre de ese pan» (v. 34). Pero la verdad es que la gente no
comprende el valor de lo que piden y anda lejos de la verdadera fe. Entonces
Jesús, excluyendo cualquier equívoco, precisa: «Yo soy el pan de vida.
El que viene a mí no volverá a tener hambre» (v 35). Él es el don del
amor, hecho por el Padre a cada hombre. Él es la Palabra que debemos creer.
Quien se adhiere a él da sentido a su propia vida y alcanza su propia
felicidad.
MEDITATIO
Esteban tiene el encanto
del testimonio valiente e intrépido, un testimonio que desafía a los
adversarios, que no les halaga, que no intenta defenderse, sino que proclama
con una lucidez impresionante su propia fe. Tampoco usa -y lo hace adrede- ni
pizca de diplomacia.
Es posible que quiera
despertar y agitar a la misma comunidad cristiana, que, atemorizada por las
primeras persecuciones, corría el riesgo de convertirse en una secta judía por
amor a la vida tranquila o, al menos, por la necesidad de sobrevivir. Esteban
ve también el peligro que supone para la joven comunidad cristiana mirar más al
pasado que al futuro, el peligro que supone una Iglesia más preocupada por la
continuidad con la tradición que por la novedad cristiana.
El diácono aparece
presentado como alguien que ha comprendido a fondo el alcance de la novedad
cristiana, la ruptura que implicaba la fe en Cristo con respecto a
cierta tradición fosilizada, la necesidad de no dejarse apresar por compromisos
de ningún tipo.
Por algo será Saulo su
continuador en la afirmación de la «diversidad» cristiana, en la acentuación de
las peculiaridades de la nueva fe, en el correr los riesgos que traía consigo
la ruptura con el pasado. Esteban no está dispuesto a transigir ni a bajar a
compromisos...
Su sacudida ha resultado
beneficiosa, incluso por encima de lo necesario. No se vive sólo de
mediaciones, sino que, especialmente en determinados momentos decisivos, se
hacen necesarias las posiciones claras. Esteban es el prototipo de la parresía cristiana,
siempre necesaria, incluso para evitar los riesgos del concordismo.
ORATIO
Señor mío, cuánto me turba
hoy Esteban. ¿Cómo es que hoy me parece excesivo, exagerado, desmesurado? ¿No
será que soy yo demasiado moderado, mesurado, equilibrado? Debo confesártelo:
ya no estoy tan acostumbrado a ver tamaña seguridad y capacidad de desafío. Por
eso debo pedirte hoy que me concedas un suplemento de tu Espíritu, para que
comprenda la figura de Esteban, para que también yo pueda tener al menos un
poco de su valentía para proclamarte como mi Señor, para no tener miedo de
decir, en voz alta, que mis opciones están apoyadas por los «cielos
abiertos» y por el hecho de que te contemplo como el Resucitado,
glorioso a la diestra del Padre. Para tener el atrevimiento de desafiar a los
que querrían borrar las huellas de tu presencia, para tener la luz que necesita
una lectura de la historia y de los acontecimientos humanos de un modo no
convencional.
Señor, qué tímida es mi fe
cuando la comparo con la de Esteban. Qué frágil es mi caminar. Cuántas veces
siento la tentación de acusar de intransigencia cualquier actitud de firmeza.
Ayúdame a no quedarme prisionero de mi vivir tranquilo. Ayúdame a discernir.
Ayúdame a no desertar de la tarea de ser tu testigo.
CONTEMPLATIO
Son los cielos abiertos
los que iluminan mi camino. Mirando estos cielos luminosos es como tengo valor
para atravesar las tinieblas, para no dejarme atemorizar por el vocerío, para
no dejarme intimidar por el altísimo griterío del mundo; para no dejar caer los
brazos frente a quien «se tapa los oídos» para no escucharme;
para no desistir cuando todos se precipitan en contra de mí. Esos cielos
abiertos son mi meta y mi gozo. Sé que debo atravesar la aspereza y la
oscuridad para llegar a ellos. Debo mantenerlos de manera constante ante mis
ojos: cielos abiertos, cielos acogedores, cielos habitados, cielos patria del
Resucitado y de los resucitados, mis cielos.
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra: «Veo los cielos abiertos» (Hch 7,56).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Edith Stein, enviada al
campo de concentración, escribía en agosto de 1942: «Soy feliz por todo. Sólo
podemos dar nuestra aquiescencia a la ciencia de la cruz experimentándola hasta
el final. Repito en mi corazón: «Ave crux, spes unica (Salve,
oh cruz, única esperanza)».
Y leemos en su testamento:
«Desde ahora acepto la muerte que Dios ha predispuesto para mí, en aceptación
perfecta de su santísima voluntad, con alegría. Pido al Señor que acepte mi
vida y mi muerte para su gloria y alabanza,
por todas las necesidades de la Iglesia, para que el Señor sea aceptado por los
suyos y para que venga su Reino con gloria, para la salvación de Alemania y por
la paz del mundo. Y, por último, también por mis parientes, vivos y difuntos, y por
todos aquellos que Dios me ha dado: que ninguno se pierda».
Edith estaba preparada:
«Dios hacía pesar de nuevo su mano sobre su pueblo: el destino de mi pueblo era
el mío».
http://www.mercaba.org/LECTIO/PAS/semana3_martes.htm