¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este lunes 8 del tiempo ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Eclo 17,20-28):
A los que se arrepienten Dios les permite volver, y consuela a los que han perdido la esperanza, y los hace partícipes de la suerte de los justos. Retorna al Señor y abandona el pecado, reza ante su rostro y elimina los obstáculos. Vuélvete al Altísimo y apártate de la injusticia y detesta con toda el alma la abominación. Reconoce los justos juicios de Dios, permanece en la suerte que te ha asignado y en la oración al Dios altísimo. En el abismo ¿quién alabará al Altísimo como lo hacen los vivos y quienes le dan gracias? Para el muerto, como quien no existe, desaparece la alabanza, solo el que está vivo y sano alaba al Señor. ¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que retornan a él!
Salmo responsorial: 31
R/. Alegraos, justos, y gozad con el Señor.
Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han
sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito
y en cuyo espíritu no hay engaño.
Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al
Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia: la crecida de
las aguas caudalosas no lo alcanzará.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación.
Versículo antes del Evangelio (2Cor 8,9):
Aleluya. Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mc 10,17-27):
Un día que Jesús se ponía ya en camino, uno corrió a su
encuentro y arrodillándose ante Él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de
hacer para tener en herencia la vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me
llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No
mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas
injusto, honra a tu padre y a tu madre». Él, entonces, le dijo: «Maestro, todo
eso lo he guardado desde mi juventud». Jesús, fijando en él su mirada, le amó y
le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres
y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme». Pero él, abatido por
estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.
Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los
que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!». Los discípulos quedaron
sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra,
les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que
un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de
Dios». Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: «Y ¿quién se
podrá salvar?». Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los hombres,
imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios».
Comentario
Hoy, la liturgia nos presenta un evangelio ante el cual
es difícil permanecer indiferente si se afronta con sinceridad de corazón.
Nadie puede dudar de las buenas intenciones de aquel joven que se acercó a
Jesucristo para hacerle una pregunta: «Maestro bueno: ¿qué he de hacer para
tener en herencia la vida eterna?» (Mc 10,17). Por lo que nos refiere san
Marcos, está claro que en ese corazón había necesidad de algo más, pues es
fácil suponer que —como buen israelita— conocía muy bien lo que la Ley decía al
respecto, pero en su interior había una inquietud, una necesidad de ir más allá
y, por eso, interpela a Jesús.
En nuestra vida cristiana tenemos que aprender a superar esa visión que reduce
la fe a una cuestión de mero cumplimiento. Nuestra fe es mucho más. Es una
adhesión de corazón a Alguien, que es Dios. Cuando ponemos el corazón en algo,
ponemos también la vida y, en el caso de la fe, superamos entonces el
conformismo que parece hoy atenazar la existencia de tantos creyentes. Quien
ama no se conforma con dar cualquier cosa. Quien ama busca una relación
personal, cercana, aprovecha los detalles y sabe descubrir en todo una ocasión
para crecer en el amor. Quien ama se da.
En realidad, la respuesta de Jesús a la pregunta del joven es una puerta
abierta a esa donación total por amor: «Anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a
los pobres (…); luego, ven y sígueme» (Mc 10,21). No es un dejar porque sí; es
un dejar que es darse y es un darse que es expresión genuina del amor. Abramos,
pues, nuestro corazón a ese amor-donación. Vivamos nuestra relación con Dios en
esa clave. Orar, servir, trabajar, superarse, sacrificarse... todo son caminos
de donación y, por tanto, caminos de amor. Que el Señor encuentre en nosotros
no sólo un corazón sincero, sino también un corazón generoso y abierto a las
exigencias del amor. Porque —en palabras de san Juan Pablo II— «el amor que
viene de Dios, amor tierno y esponsal, es fuente de exigencias profundas y
radicales».
P. Joaquim PETIT Llimona, L.C. (Barcelona, España)
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