¡Amor y paz!
Ayer comentábamos cómo no
hay que enterrar nuestros talentos, los que el Señor nos dio y con los cuales debemos
realizar la misión que Él nos encomendó. El otro extremo es que usemos mal esas
virtudes y en lugar de que ayuden a acercarnos a Dios y a los hermanos nos
alejen de Él y de ellos.
No es con prepotencia y vanidad como debemos utilizar nuestros
talentos, sino con humidad, generosidad y sentido de servicio. Por eso, no busquemos
los primeros lugares, ni hagamos ruido cada vez que hacemos una obra buena. Los
reconocimientos no deben venir de este mundo.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXII Domingo del Tiempo
Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 14,1.7-14.
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: "Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: 'Déjale el sitio', y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate más', y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado". Después dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!".
Comentario
Le oí a alguien esta
historia, que nos puede servir hoy de contexto: “Caminaba con mi padre cuando
él se detuvo en una curva; después de un pequeño silencio me preguntó: Además
del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? Agudicé mis oídos y
algunos segundos después le respondí: Escucho el ruido de una carreta. Eso es
–dijo mi padre–. Es una carreta vacía. Pregunté a mi padre: ¿Cómo sabes que es
una carreta vacía, si aún no la vemos? Entonces mi padre respondió: Es muy
fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más
vacía la carreta, mayor es el ruido que hace. Me convertí en adulto y hasta hoy
cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos,
siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose
prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de
mi padre diciendo: "Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que
hace". La humildad consiste en callar nuestras propias virtudes para
permitir que los demás las descubran por sí mismos.
Jesús fue a comer muchas
veces con gente importante; Él no era un mojigato que se pasaba la vida metido
entre cuatro paredes por miedo a contaminarse con el mundo que lo rodeaba. Vino
a anunciarle a ese mundo una Buena Noticia y no podía hacerlo encerrado en
cuatro paredes. Estando en casa de un jefe fariseo, otros fariseos lo estaban
espiando para tener de qué acusarlo. Jesús, al ver “cómo los invitados escogían
los asientos de honor en la mesa, les dio este consejo: ‘–Cuando alguien te
invite a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, pues puede
llegar otro invitado más importante que tú; y el que los invitó a los dos puede
venir a decirte: ‘Dale tu lugar a este otro’. Entonces tendrás que ir con
vergüenza a ocupar el último asiento. Al contrario, cuando te inviten, siéntate
en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó te diga: ‘Amigo,
pásate a un lugar de más honor’. Así recibirás honores delante de los que están
sentados contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se engrandece, será
humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.
Además de esta enseñanza
tan útil y concreta para nuestra vida, el Señor añadió otra para el que lo
había invitado ese día: “–Cuando des una comida o una cena, no invites a tus
amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; porque
ellos, a su vez, te invitarán, y así quedarás ya recompensado. Al contrario,
cuando tú des un banquete, invita a los pobres, los inválidos, los cojos y los
ciegos; y serás feliz. Pues ellos no te pueden pagar, pero tú tendrás tu
recompensa el día en que los justos resuciten”.
En un retiro al que asistí
con Jean Vanier, en Oporto, al norte de Portugal, le escuché decir que alguna
vez había leído este texto con un grupo de empresarios del Primer mundo. La
reacción que produjo fue de protesta y descontento. Pero también contó que
había leído este texto con un grupo de menesterosos de un país pobre. La reacción
fue de alegría y júbilo. Los pordioseros saltaban y gritaban de alegría por lo
que estaban escuchando. Para ellos esta era una Buena Noticia, mientras que
para los primeros era mala. ¿Qué tal nos caen a nosotros estas palabras de
Jesús? ¿Alegran nuestro corazón, o lo llenan de incertidumbre y molestia? Cada
uno puede evaluar la sintonía que siente con las palabras del Señor, para
reconocer la llamada del día de hoy. Recuerden que existen personas tan pobres
que lo único que tienen es dinero. Nadie está más vacío que aquel que está
lleno de sí mismo. Preguntémonos si nuestra carreta hace mucho ruido, o si va
cargada de valores y buenas obras para enriquecernos con una riqueza que sólo
se podrá apreciar el día en que los justos resuciten.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote
jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia
Universidad Javeriana – Bogotá