lunes, 10 de agosto de 2009

NO HAY AMOR MÁS GRANDE...

¡Amor y paz!

Hoy (lunes XIX del T.O.) no retomamos el Evangelio según san Mateo, que estamos leyendo entre semana, sino que hacemos un alto porque celebramos la fiesta de San Lorenzo, diácono y mártir.

San Lorenzo fue uno de los siete diáconos de la Iglesia de Roma y como tal se encargaba de ayudar a los pobres de la ‘Ciudad eterna’. En el año 257, el emperador Valeriano publicó el edicto de persecución contra los cristianos y, al año siguiente, fue arrestado y decapitado el Papa san Sixto II. San Lorenzo le siguió en el martirio pocos días después. Según la tradición, cuando el Papa San Sixto se dirigía al sitio de la ejecución, San Lorenzo iba junto a él y lloraba. "¿A dónde vas sin tu diácono, padre mío?", le preguntaba. El Pontífice respondió: "No pienses que te abandono, hijo mío, pues dentro de tres días me seguirás".

La liturgia está orientada hoy a destacar a los que gastan su vida en el servicio. San Lorenzo, con su vida y su sacrificio, nos invita a estar abiertos a las necesidades de los hombres y mujeres de hoy, de los pobres, de los marginados y excluidos por esta sociedad nuestra que llamamos del bienestar.

Juan 12: 24 - 26

En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.

COMENTARIO

En esta declaración solemne y central Jesús explica cómo se producirá el fruto de su misión y la de sus discípulos. No se puede producir vida (dar fruto) sin dar la propia vida (morir). La vida es fruto del amor y no brota si el amor no es pleno, si no llega al don total. Amar es darlo todo, entregarlo todo, sin escatimar nada; hasta desaparecer, si es necesario, como individuo o como comunidad. Jesús va a entregarse por los demás, es solidario con los necesitados y por ellos ha aceptado la muerte y prevé ya el fruto.

En la metáfora del grano de trigo que muere en la tierra, la muerte es la condición para que se libere toda la energía vital que la semilla contiene y la vida allí encerrada se manifieste plenamente. Con esta metáfora Jesús afirma que el hombre tiene muchas potencialidades y que solamente el don del sí total las libera para que ejerzan toda su eficacia. El fruto comienza paradójicamente en el mismo grano que muere porque si no cae en la tierra no muere, no da vida, no fructifica, es infecundo. La muerte de la que habla Jesús no es un acontecimiento aislado, es la culminación de un proceso, es el camino que se ha ido recorriendo como donación de la propia vida. Es el último acto de una donación constante, que sella definitivamente la entrega de la propia vida.

Por eso, dar la propia vida es condición para la fecundidad, es la suprema medida del amor. Jesús le explica a sus discípulos que tal decisión no es una pérdida para el hombre, sino una máxima ganancia; no significa frustrar la propia vida, sino llevarla a su completo éxito. "El que se ama a sí mismo pierde su vida, pero el que ofrece su vida por los demás la salvará.". El temor a perder la vida es el gran obstáculo al compromiso por los demás porque el amor a la propia vida lleva a todas las abdicaciones, a la injusticia, al silencio cómplice ante la realidad. El que ofrece su vida por los demás, ama de verdad, se olvida del propio interés y seguridad, lucha por la vida, la dignidad y la libertad en medio de una sociedad donde reina la muerte. Como Jesús, muchos hombres y mujeres de ayer y de hoy, para dar vida han dado su propia vida porque han estado convencidos de que el fruto supone una muerte y la entrega exige una fe en la fecundidad del amor.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
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