¡Amor y paz!
Querer celebrar hoy
solamente un acontecimiento de pocas probabilidades históricas es algo
infantil. Pensar que Dios haya querido que mueran niños víctimas del odio de
Herodes es además, quizá, morboso. Sobre todo cuando hoy se registran matanzas
de inocentes con mucha más crueldad que la que nos asombra de Herodes
(Recuérdese no más la reciente masacre de niños en Estados Unidos).
Hoy, en nuestra
Latinoamérica abandonada de la justicia, mueren miles de niños víctimas de la
pobreza, del maltrato, de la enfermedad.
Cuando hicimos regalos en
la Nochebuena, ¿nos acordamos de los niños que no pueden celebrar la Navidad? ¿Compartimos
algo de cariño o algún detalle con ellos? Nunca será tarde.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes en que celebramos
la fiesta de los Santos Inocentes, Mártires.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 2,13-18.
Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo". José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo. Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías: En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen.
Comentario
a) Sea cual sea la exacta
historicidad de la huida a Egipto y del episodio de los niños de Belén, muy
creíble dada la envidia y maldad del rey Herodes, el pasaje de Mateo nos ayuda
a entender toda la profundidad del nacimiento del Mesías. Es la oposición de
las tinieblas contra la luz, de la maldad contra el bien. Se cumple lo que Juan
dirá en su prólogo: «vino a su casa y los suyos no le recibieron».
Seguramente Mateo quiere
establecer también un paralelo entre Moisés liberado de la matanza de los niños
judíos en Egipto, y Jesús, salvado de la matanza de los niños por parte de
Herodes. Los dos van a ser liberadores de los demás: del pueblo de Israel y de
toda la humanidad. Pero antes son liberados ellos mismos.
Los niños de Belén, sin
saberlo ellos, y sin ninguna culpa, son mártires. Dan testimonio «no de palabra
sino con su muerte». Sin saberlo, se unen al destino trágico de Jesús, que
también será mártir, como ahora ya empieza a ser desterrado y fugitivo,
representante de tantos emigrantes y desterrados de su patria. El amor de Dios
se ha manifestado en la Navidad. Pero el mal existe, y el desamor de los
hombres ocasiona a lo largo de la historia escenas como ésta y peores.
De nuevo la Navidad se
vincula con la Pascua. En el Nacimiento ya está incluida la entrega de la Cruz.
Y en la Pascua sigue estando presente el misterio de la Encarnación: la carne
que Jesús tuvo de la Virgen María es la que se entrega por la salvación del
mundo.
b) El evangelio nos
interpela. José y María empiezan a experimentar que los planes de Dios exigen
una disponibilidad nada cómoda. La huida y el destierro no son precisamente un
adorno poético en la historia de la Navidad.
El sacrificio de estos
niños inocentes y las lágrimas de sus madres se convierten en símbolo de tantas
personas que han sido injustamente tratadas por la maldad humana y han sufrido
y siguen sufriendo sin ninguna culpa.
Desde el acontecimiento de
la Pascua de Cristo, todo dolor es participación en el suyo, y también en el
destino salvador de su muerte, la muerte del Inocente por excelencia.
¿Aceptamos el esfuerzo y
la contradicción en el seguimiento de Cristo? ¿Sabemos apreciar la lección de
reciedumbre que nos dan tantos cristianos que siguen fieles a Dios en medio de
un mundo que no les ayuda nada?
También nosotros, como los
niños de Belén, debemos dar testimonio de Dios con las obras y la vida, más que
con palabras bonitas.
c) Nuestra celebración
eucarística comienza normalmente con un acto penitencial: nos presentamos con
humildad ante Dios y nos reconocemos débiles, pecadores, y le pedimos que nos
purifique interiormente antes de escuchar su palabra y celebrar su sacramento.
Y lo hacemos con confianza, porque vamos a participar de ese Cristo Jesús que
es «el que quita el pecado del mundo».
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 .Págs. 116 ss.
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 .Págs. 116 ss.