¡Amor y paz!
Jesús nos invita a estar
unidos a Él si queremos dar buenos frutos y para ello recurre a la parábola del
viñador. Él es la vid, la cepa. Sus seguidores, los sarmientos. Ese grado de compenetración lo explica de otra
manera el apóstol Pablo a los gálatas: "ya no soy yo quien vive, sino
Cristo que vive en mí" (Gal 2, 20)
Dios Padre es el viñador,
el que quiere que los sarmientos no pierdan esta unión con Cristo. Ésa es la
mayor alegría del Padre: «que deis fruto abundante». Incluso, para conseguirlo,
a veces recurrirá a la «poda», «para que dé más fruto».
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la V Semana
de Pascua.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 15,1-8.
«Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Toda rama que no da fruto en mí la corta. Y todo sarmiento que da fruto lo limpia para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios gracias a la palabra que les he anunciado, pero permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes. Un sarmiento no puede producir fruto por sí mismo si no permanece unido a la vid; tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran y se seca; como a los sarmientos, que los amontonan, se echan al fuego y se queman. Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán. Mi Padre es glorificado cuando ustedes producen abundantes frutos: entonces pasan a ser discípulos míos.
Comentario
La metáfora de la vid y
los sarmientos nos recuerda, por una parte, una gozosa realidad: la unión
íntima y vital que Cristo ha querido que exista entre nosotros y él. Una unión
más profunda que la que se expresaba en otras comparaciones: entre el pastor y
las ovejas, o entre el maestro y los discípulos. Es un «trasvase» íntimo de
vida desde la cepa a los sarmientos, en una comparación paralela a la de la
cabeza y los miembros, que tanto gusta a Pablo. El Catecismo de la Iglesia Católica
nos recuerda que esta comunión la realiza el Espíritu: «La finalidad de la
misión del Espíritu Santo es poner en comunión con Cristo para formar su
Cuerpo. El Espíritu es como la savia de la vid del Padre que da su fruto en los
sarmientos» (CEC 1108).
Esta unión tiene
consecuencias importantes para nuestra vida de fe: «el que permanece en mí y yo
en él, ése da fruto abundante».
Pero, por otra parte,
también existe la posibilidad contraria: que no nos interese vivir esa unión
con Cristo. Entonces no hay comunión de vida, y el resultado será la
esterilidad: «porque sin mí no podéis hacer nada», «al que no permanece en mí,
lo tiran fuera y se seca», «como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Es bueno
que hoy nos preguntemos: ¿por qué no doy en mi vida los frutos que seguramente
espera Dios de mí? ¿qué grado de unión mantengo con la cepa principal, Cristo?
En un capítulo anterior,
el evangelista Juan pone en labios de Jesús otra frase muy parecida a la de
hoy, pero referida a la Eucaristía: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre,
permanece en mí y yo en él... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma
vivirá por mí» (Jn 6, 56-57). La Eucaristía es el momento más intenso de esta comunión
de vida entre Cristo y los suyos, que ya comenzó con el Bautismo, pero que
tiene que ir cuidándose y creciendo día tras día. Tiene su momento más
expresivo en la comunión eucarística, pero luego se prolonga -se debe
prolongar- a lo largo de la jornada, en una comunión de vida y de obras.
J.
ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 108-111
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 108-111