Los invito,
hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este viernes en que celebramos la
solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Dios nos bendice...
Lectio: Sagrado Corazón de Jesús (C)
Lectio
Viernes, 28 Junio ,
2019
Lucas 15,
3-7
Oración
inicial
Padre mío, vengo hoy
ante ti con el corazón dolorido, porque sé que estoy entre el número de
aquéllos, que aun siendo pecadores, se creen justos. Siento en mí el peso de mi
corazón hecho de piedra y de hierro. Quisiera estar también yo, hoy, entre el
número de los que se acercan a tu Hijo para escucharlo:
no quisiera obrar como
los escribas y fariseos que, delante de tu amor, murmuran y critican.
Te ruego, Señor mío, que
toques mi corazón con tus palabras, con tu presencia y embelésalo con una sola
mirada, con una sola de tus caricias. Llévame a tu mesa, para que yo también
pueda comer tu buen pan, o aunque sean las migajas, a tu Hijo Jesús, grano de
trigo convertido en espiga y Alimento de salvación. No me dejes fuera, sino
déjame entrar al banquete de tu misericordia. Amén
1. LEER
a) El
texto:
3 Entonces les dijo esta parábola: 4 «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas,
no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió,
hasta que la encuentra? 5 Cuando la
encuentra, se la pone muy contento sobre los hombros 6 y, llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice:
`Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.' 7 Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un
solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan
necesidad de conversión.
b) El
contexto:
Este brevísimo pasaje
constituye sólo el comienzo del gran capítulo 15 del Evangelio de Lucas, un
capítulo muy centrado, casi el corazón del Evangelio o de su mensaje. Aquí, de
hecho, están reunidos los tres relatos de la misericordia, como en una única parábola:
la oveja, la moneda y el hijo son imágenes de una sola realidad, llevan en sí
toda la riqueza y preciosidad del hombre ante los ojos de Dios, el Padre. Aquí
está el significado último de la encarnación y de la vida de Cristo en el
mundo: la salvación de todos, Judíos y Griegos, esclavos o libres, hombres o
mujeres. Ninguno debe permanecer fuera del banquete de la misericordia.
En efecto,
precisamente el capítulo precedente a éste nos cuenta la invitación a la mesa
del rey y nos dirige también a nosotros esta llamada: “¡Venid, todo está
listo!” Dios nos espera, junto al puesto que ha preparado para nosotros, para
hacernos sus comensales, para hacernos también a nosotros partícipes de su
gozo.
c) La
estructura:
El versículo 3 hace de
introducción y nos envía a la situación precedente, a saber, aquélla en la que
Lucas describe el movimiento gozoso, de amor y conversión, de los pecadores y
de los publicanos, los cuales, sin miedo, siguen acercándose a Jesús para escucharlo.
Es aquí donde se ceba la murmuración, la rabia, la crítica y por tanto el
rechazo de los fariseos y de los escribas, convencidos de poseer en sí mismos
la justicia y la verdad.
Por tanto la parábola
que sigue, estructurada en tres relatos, quiere ser la respuesta de Jesús a
estas murmuraciones; en el fondo, repuesta a nuestras críticas, a nuestros
refunfuños contra Él y su amor inexplicable.
El versículo 4 se abre con
una pregunta retórica, que supone ya una respuesta negativa: ninguno se
comportaría como el buen pastor, como Cristo. Y por el contrario precisamente
allí, en su comportamiento, en su amor por nosotros, por todos, está la verdad
de Dios. Los versículos 5 y 6 cuentan la historia, describen las acciones, los
sentimientos del pastor: su búsqueda, el compartir este gozo con los amigos. Al
final, con el versículo 7, Lucas quiere dibujar el rostro de Dios,
personificado en el Cielo: Él espera con ansia el regreso de todos sus hijos.
Es un Dios, un Padre que ama a los pecadores que se reconocen necesitados de su
misericordia, de su abrazo y no puede complacerse en aquéllos que se creen
justos y permanecen alejados de Él.
2. MEDITAR LA
PALABRA
a) Un
momento de silencio orante:
Ahora, como los
publicanos y pecadores, también yo deseo acercarme al Señor Jesús para escuchar
las palabras de su boca, para prestar atención, con el corazón y con la mente a
cuanto Él quiera decirme Me abro, ahora, me dejo alcanzar de su voz, de su mirada
hacia mí, que me llega hasta el fondo.
b)
Algunas pistas para profundizar:
“¿Quién de vosotros?”
Se necesita partir de
esta pregunta fortísima de Jesús, dirigida a sus interlocutores de aquel
momento, pero dirigida también hoy a nosotros. Estamos seriamente puestos de
frente a nosotros mismos, para entender qué somos, cómo somos en lo profundo.
“¿Quién es de vosotros un verdadero hombre?”, dice Jesús. Así como pocos
versículos después dirá: “¿Qué mujer?”. Es un poco la misma pregunta que
cantaba el salmista diciendo: “¿Qué cosa es el hombre?” (8,5) y que repetía
Job, hablando con Dios: “¿Qué cosa es este hombre?” (7,17).
Por tanto, nosotros
aquí, en este brevísimo relato de Jesús, en esta parábola de la misericordia,
encontramos la verdad: llegamos a comprender quién es verdaderamente hombre,
entre nosotros. Pero para hacer esto, se necesita que encontremos a Dios, escondido
en estos versículos, porque debemos confrontarnos con Él, en Él reflejarnos y
encontrarnos. El comportamiento del pastor con su oveja nos dice qué debemos
hacer, cómo debemos ser y nos desvela cómo somos en realidad, pone al
descubierto nuestras llagas, nuestra profunda enfermedad. Nosotros, que nos
creemos dioses, no somos a veces ni siquiera hombres.
Veamos el por qué…
“noventa
y nueve – uno”
He aquí que la luz de
Dios nos pone enseguida frente a una realidad muy fuerte, comprometida, para
nosotros. Encontramos en este Evangelio, un rebaño, uno como tantos, bastante
numeroso, quizás de un hacendado rico: cien ovejas. Número perfecto, simbólico,
divino. La plenitud de los hijos de Dios, todos nosotros, cada uno, uno por
uno, ninguno puede quedar excluido. Pero en esta realidad sucede una cosa
impensable: se crea una división enorme, desequilibrada al máximo. De una parte
noventa y nueve ovejas y de la otra una sóla. No hay una proporción aceptable.
Sin embargo estas son las modalidades de Dios. Nos viene enseguida pensar e
interrogarnos a cuál de los dos grupos pertenecemos. ¿Estamos entre las noventa
y nueve? ¿O somos aquella única, la sóla, tan grande, tan importante de hacer
la contraparte a todo el resto del rebaño?
Miremos bien el texto.
La oveja única. La sóla, sale pronto del grupo porque se pierde, descarrila,
vive en suma, una experiencia negativa, peligrosa, quizás mortal. Pero
sorprendentemente el pastor no la deja andar de ninguna manera, no se lava las
manos; al contrario, abandona las otras, que habían quedado con él y va en
busca de ella. ¿Es posible una cosa así? ¿Puede ser justificado un abandono de
estas dimensiones? Aquí comenzamos a entrar en crisis, porque seguramente
habíamos pensado espontáneamente clasificarnos entre las noventa y nueve, que
permanecen fieles. Y por el contrario el pastor se va y corre a buscar a
aquella mala, que no merecía nada, sino la soledad y el abandono que se había
buscado.
¿Y qué sucede después?
El pastor no se rinde, no piensa volver atrás, parece no preocuparse de sus
otras ovejas, las noventa y nueve. El texto dice que él “va tras la perdida,
hasta que la encuentra”. Es interesantísima esta preposición “tras”; parece casi
una fotografía del pastor, que se inclina con el corazón, con el pensamiento,
con el cuerpo sobre aquella única oveja. Examina el terreno, busca sus huellas,
que él seguramente conoce y que las ha grabado en las palmas de sus manos (Is
49,16); interroga al silencio, para sentir si se oye todavía el eco lejano de
sus balidos. La llama por su nombre, le repite los modos convencionales de
llamarla, aquél con el que todos los días la escucha y acompaña. Y finalmente
la encuentra. Sí, no podía ser de otro modo. Pero no hay castigo, ni violencia,
ni dureza. Sólo un amor infinito y gozo rebosante. Dice Lucas: “Se la pone
sobre sus hombros todo contento..” Y hace fiesta, en casa, con los amigos y
vecinos. El texto no cuenta ni siquiera que el pastor haya vuelto al desierto a
recoger las otras noventa y nueve.
Teniendo en cuenta
todo esto, está claro, clarísimo, que debemos ser nosotros aquella única,
aquella sóla oveja, tan amada, tan preferida. Debemos reconocer que nos hemos
descarriado, que hemos pecado, que sin el pastor no somos nada. Este es el gran
paso que la palabra del Evangelio nos llama a realizar, hoy: liberarnos del
peso de nuestra presunta justicia, dejar el yugo de nuestra autosuficiencia y
ponernos, también nosotros, de la parte de los pecadores, de los impuros, de
los ladrones.
He aquí por qué Jesús
comienza preguntándonos: “¿Quién de vosotros?”
“en el desierto”
Este es lugar de los
justos, de quien se cree a tono, sin pecado, sin mancha. No han entrado todavía
en la tierra prometida, están fuera, lejanos, excluidos del gozo, de la
misericordia. Como los que no aceptaron la invitación del rey y se excusaron.
Quién con una excusa, quién con otra.
En el desierto y no en
la casa, como aquella oveja única. No en la mesa del pastor, donde hay pan
bueno y substancioso, donde hay vino que alegra el corazón. La mesa preparada
por el Señor: Su Cuerpo y su Sangre. Donde el Pastor se convierte él mismo en cordero,
cordero inmolado, alimento de vida.
Quien no ama a su
hermano, quien no abre el corazón a la misericordia, como hace el pastor del
rebaño, no puede entrar en la casa, sino que permanece fuera. El desierto es su
heredad, su morada. Y allí no hay comida, ni agua, ni redil para el rebaño.
Jesús come con los
pecadores, con los publicanos, las prostitutas, con los últimos, los excluidos
y prepara la mesa, su banquete con exquisitas viandas, con vinos excelentes,
con alimentos suculentos (Is 25, 6). A esta mesa somos invitados también nosotros.
c)
Pasos paralelos interesantes:
2 Samuel 12,
1-4:
«Había dos hombres en
una ciudad, el uno era rico y el otro era pobre. El rico tenía ovejas y bueyes
en gran abundancia; el pobre no tenía más que una corderilla, sólo una,
pequeña, que había comprado. Él la alimentaba y ella iba creciendo con él y sus
hijos, comiendo su pan, bebiendo en su copa, durmiendo en su seno igual que una
hija.....
Mateo 9, 10-13:
Y sucedió que estando
él a la mesa en la casa, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la
mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos:
«¿Por quécome vuestro maestro con los publicanos y pecadores?» Mas él, al
oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal.
Id, pues, a aprender qué significa Misericordia quiero, que no
sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.»
Lucas 19, 1-10:
Zaqueo
Lucas 7, 39:
Al verlo el fariseo
que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría
quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.»
Lucas 5, 27-32:
Después de esto, salió
y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le
dijo: «Sígueme.» Él, dejándolo todo, se levantó y le siguió. Leví le ofreció en
su casa un gran banquete. Había un gran número de publicanos y de otros
que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y sus escribas refunfuñaban
diciendo a los discípulos: «¿Cómo es que coméis y bebéis con los publicanos y
pecadores?» Les respondió Jesús: «No necesitan médico los que están sanos, sino
los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a
pecadores.»
Mateo 21, 31-32:
«En verdad os digo
que los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de
Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis
en él, mientras que los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Y vosotros,
ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.
d)
Breve comentarios de la tradición espiritual del Carmelo:
Sta. Teresa del Niño
Jesús
Hablando del P.
Jacinto Loyson, que había abandonado la Orden del Carmen y después también
abandonó la Iglesia, Teresa escribe así a Celina: “Es cierto que Jesús
desea más de nosotros para hacer volver a esta oveja perdida al redil…” (L129)
“Jesús priva a sus
ovejas de su presencia sensible, para dar sus consuelos a los
pecadores…” (L 142).
Hablando de Pranzini,
de quien había leído la conversión en el momento supremo, antes de la
ejecución, cuando tomando el crucifijo besó las santas llagas, escribe así: “
Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de Áquel que declara
que en cielo habrá más gozo por un sólo pecador que hace penitencia, que por
noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia. (MA 46 r)
Beata Isabel:
“ El sacerdote en el
confesionario es el ministro de este Dios tan bueno, que deja las noventa
y nueve ovejas fieles para correr a buscar a aquella sóla que se ha perdido…”
(Diario, 13.03.1899).
San Juan de la Cruz:
“Era tan grande el deseo que
el Esposo tenía de liberar y redimir a su esposa de la mano de la
sensualidad y del demonio, que habiéndolo ya realizado, se alegra como el
buen Pastor que después de haber caminado mucho encuentra a la oveja perdida y
con gran gozo se la coloca en las espaldas” (CB XXI, Anotaciones).
3. LA PALABRA Y LA
VIDA
Algunas preguntas:
● “…habiendo
perdido una de ellas…”. El evangelio reclama enseguida nuestra atención
sobre la realidad fuerte y dolorosa del extravío, de la pérdida. Aquella única
oveja del rebaño se ha salido del camino, se aleja de las otras. No se trata
sólo de un suceso, algo que pasa, sino es más bien una característica de la
oveja; en efecto en el versículo 6 se le llama “la perdida”, como si
éste fuese su verdadero nombre.
Aquí está el punto de
partida, la verdad. Porque es de nosotros de quien se habla. Somos nosotros los
hijos dispersos, los extraviados, los errantes, los pecadores, los publicanos.
Es inútil que continuemos creyéndonos justos, considerarnos mejores que los
otros, dignos del Reino, de la presencia de Dios, con el deber de enfadarnos,
de murmurar contra Jesús, que, al contrario, atiende al que yerra. Debo
preguntarme, ante este evangelio, si estoy dispuesto a realizar este camino
profundo de conversión, de revisión interior muy fuerte. Debo decidirme de una
vez de qué parte quiero estar: si dejarme poner sobre las espaldas del buen
pastor o permanecer distante, solo al fondo, con mi justicia. Pero si no sé
usar la misericordia, si no sé acoger, perdonar, estimar, ¿cómo puedo esperar
todo esto para mí?
● “…las noventa y
nueve en el desierto…” Debo abrir los ojos a esta realidad: el desierto.
¿Dónde creo que estoy yo? ¿dónde habito? ¿A dónde camino? ¿Cuáles son mis
verdes pastizales? Creo estar al seguro, habitar en la casa del Señor, entre
sus hijos fieles y quizás sea verdaderamente así. “ En verdes praderas me hace
reposar” dice el salmo. Pero yo ¿me siento en este reposo? Y entonces ¿por qué
estoy tan inquieto, insatisfecho, siempre a la búsqueda de algo nuevo, mejor,
más grande? Miro mi vida: ¿ no es un poco un desierto? Donde no hay amor y
compasión, donde me quedo cerrado a mis hermanos y no sé acogerlos tales como
son, con sus limitaciones, con los errores que cometen, con los sufrimientos
que quizás me procuran, allí nace el desierto, allí me desespero y me siento
hambriento y sediento. Este es el momento de dejarme cambiar el corazón:
reconocerme miserable para convertirme en misericordioso.
● “...va tras la
oveja perdida hasta que la encuentra” Hemos visto cómo el texto describe
con finura la acción del pastor: deja todas las ovejas y va tras aquella única
que se ha extraviado. El verbo puede parecer algo extraño, pero es muy eficaz.
Como Oseas dice con respecto a Dios, que habla a su pueblo al que ama, como a
una esposa: “Hablaré a su corazón” (2,16). Es un movimiento, un trasporte de
amor; un inclinarse paciente, tenaz, que no se rinde, sino que insiste siempre.
El amor verdadero, de hecho, no se acaba. Así trata el Señor a cada uno de sus
hijos. También a mí. Si miro hacia atrás, si recuerdo mi historia, me doy
cuenta de cuánto amor, de cuánta paciencia, de cuánto dolor, ha experimentado
Él por mí, para encontrarme, para volverme a dar lo que yo había desperdiciado
y perdido. Él jamás me ha abandonado. Lo reconozco. Verdaderamente es así.
Pero, llegado a este
punto, ¿qué hago yo de este amor tan gratuito, tan grande, exuberante? Si lo
tengo encerrado en mi corazón, se pierde. No se puede conservar como el maná
hasta el día siguiente, pues de lo contrario los gusanos lo pudrirían. Debo, hoy
mismo, distribuirlo, difundirlo, ¡Ay de mí si no amo! Y pruebo a examinar mi
conducta hacia mis hermanos, a los que me encuentro cada día, con los que
comparto mi vida. ¿Cómo es mi proceder con ellos? ¿Me parezco en algo al buen
pastor, que va en busca, que se acerca, que se inclina con ternura, atención,
amistad o también con amor? ¿Acaso soy superficial, no me importa nadie, dejo
que cada cual obre como quiera, viva sus dolores, sin estar dispuesto a
compartir, a conllevarlos juntos? ¿Qué clase de hermano, hermana soy yo? ¿Qué
padre, qué madre soy?
● “ Alegraos
conmigo”. El pasaje se cierra con una fiesta, termina siendo un verdadero
y propio banquete, según la descripción que Lucas hace al final de la parábola.
Una cena de un rey, una fiesta solemne, con el mejor alimento, preparado de
antemano, para comerlo, llegada la ocasión, con las mejores vestidos, con los
pies calzados y anillos al dedo. Un gozo que siempre va creciendo, que
contagia, un gozo compartido. Es la invitación que el Padre, el Rey, nos hace
cada día, cada mañana; desea que participemos también nosotros por el regreso
de sus hijos, nuestros hermanos. ¿Me fastidia esto? ¿Está mi corazón abierto,
disponible a este gozo de Dios? ¿Prefiero estar fuera, mejor exigiendo por lo
que me parece que no me han dado, la parte del patrimonio que me corresponde,
el premio especial para hacer fiesta con quien me parezca? Pero comprendo bien
que si no entro ahora en el banquete de Dios, donde están invitados los pobres,
los cojos, los ciegos, aquellos a quienes ninguno quiere; si no tomo parte en
el gozo común de la misericordia, quedaré fuera por siempre, triste, cerrado en
mí mismo, en las tinieblas y en el llanto, como dice el Evangelio.
4. LA PALABRA SE
CONVIERTE EN ORACIÓN
a) Salmo 103, 1-4 8-13
El Señor es bueno y
grande en el amor.
Bendice, alma mía, a
Yahvé,
el fondo de mi ser, a
su santo nombre.
Bendice, alma mía, a
Yahvé,
nunca olvides sus
beneficios.
Él, que tus culpas
perdona,
que cura todas tus
dolencias,
rescata tu vida de la
fosa,
te corona de amor y
ternura,
Yahvé es clemente y
compasivo,
lento a la cólera y
lleno de amor;
no se querella
eternamente,
ni para siempre guarda
rencor;
no nos trata según
nuestros yerros,
ni nos paga según
nuestras culpas.
Como se alzan sobre la
tierra los cielos,
igual de grande es su
amor con sus adeptos;
como dista el oriente
del ocaso,
así aleja de nosotros
nuestros crímenes.
Como un padre se
encariña con sus hijos,
así de tierno es Yahvé
con sus adeptos;
c)
Oración final:
¡Oh Padre bueno y
misericordioso, alabanza y gloria a ti por el amor que nos has revelado en
Cristo tu Hijo! Tú, misericordioso, llama a todos para que sean también
misericordia. Ayúdame a reconocerme cada día necesitado de tu perdón, de tu
compasión, necesitado del amor y de la comprensión de mis hermanos. Que tu
Palabra cambie mi corazón y me vuelva capaz de seguir a Jesús, de salir cada
día con Él a buscar a mis hermanos en el amor. Amén.
Orden de los Carmelitas