lunes, 3 de noviembre de 2014

¿Das una cena? ¡Invita a quienes no tienen cómo retribuirte!

¡Amor y paz!

Es sorprendente ver cómo, después de veinte siglos, las palabras de Nuestro Señor permanecen en la más absoluta actualidad. Por mucho que cambien los tiempos, por mucho que se avancen en distintas disciplinas, el ser humano sigue siendo el mismo, y sigue necesitando oír la Palabra viva de Dios.

Este pasaje se nos hace especialmente necesario en el tiempo en el que vivimos, marcado por la superficialidad y el materialismo. El Señor nos enseña que todo lo que se realiza bajo la esperanza de recibir algo a cambio, un reconocimiento, un honor... carece de valor en su Reino.


Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este  lunes de la 31a. Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 14,12-14. 
Jesús dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!".  

Comentario

Jesús, humilde y pobre de corazón. Amigo de los pobres, de los pecadores, de los indefensos, de los gentiles... Jesús, el Maestro, se sienta a comer un sábado en casa de un jefe de los fariseos. Ellos lo observan. Él les vuelve a demostrar una vez más que en su forma de actuar se alejan de la voluntad de Dios, y que sus obras carecen de pureza de intención.

Cabe pensar cuántas veces en nuestro actuar buscamos una recompensa, cuántas veces nos dejamos guiar en nuestras decisiones por un oculto y profundo egoísmo que consigue oscurecer nuestras acciones con la sombra del pecado.

Son en estas pequeñas opciones donde demostramos aferrarnos más a nuestra vida con todos sus pequeños premios pasajeros, que a la verdadera y autentica felicidad y plenitud que el Señor nos ofrece. ¿Por qué? Porque el camino que nos conduce a dicha plenitud va inevitablemente acompañado de cruz.

A veces nos ocurre que cuando comenzamos a entender que debemos servir a los demás, buscar su felicidad y hacer todo lo posible por honrarlos, empieza a nacer en nosotros paralelamente el deseo de que todos se percaten de nuestra actitud, que aprecien nuestras buenas acciones, que nos las reconozcan y cuando esto no ocurre nos frustramos y abandonamos nuestro propósito.

Demos gracias a Dios si esto nos sucede, si nos permite ver de forma tan cercana nuestra miseria y nos da así la oportunidad de empezar de nuevo, de servir a los demás única y exclusivamente por amor a Él, sabiendo que lo que le hacemos a los que nos rodean se lo hacemos a Él.